23

60 7 2
                                    

Pasan tres horas y son pasadas las diez de la noche cuando regreso a casa. Me quedé con Madge por otra hora más luego de que Gale se fue, y después regresé a mi oficina a terminar algunas cosas, así no tengo que ir por los próximos dos días. Cuando Gale tiene un día libre, intento coincidir los míos con los suyos.

Las luces están apagadas cuando entro por la puerta principal, de modo que significa que Gale ya está en la cama.

Todo el viaje a casa pensé en lo que había dicho. No esperaba que esta conversación llegara tan pronto. Casi tengo veinticinco años, pero pensé que pasarían al menos un par de años para que empezáramos a formar una familiar. Aún no tengo la certeza si estoy lista, pero, saber que es algo que él desea algún día, me ha puesto de un humor increíblemente feliz.

Decido hacerme algo rápido de comer antes de despertarlo. No he cenado todavía y me estoy muriendo de hambre. Cuando prendo las luces de la cocina, suelto un grito. Llevo la mano hacia mi pecho y caigo contra la encimera.

—¡Santo cielo, Gale! ¿Qué estás haciendo?

Está apoyado de espalda contra la pared a un lado del refrigerador. Sus pies están cruzados en los tobillos y me mira con los ojos estrechados. Está volteando algo entre sus dedos, mirándome fijamente.

Mis ojos van al mostrador a su izquierda, y veo un vaso vacío que probablemente tenía whisky. Lo toma en ocasiones para dormirse.

Vuelvo a mirarlo y hay una sonrisita en su rostro. De inmediato, mi cuerpo se pone caliente con esa sonrisa, pues sé qué viene a continuación. Este departamento está a punto de convertirse en un frenesí de ropas y besos. Hemos bautizado casi todos los cuartos desde que nos mudamos aquí, pero la cocina es una que no hemos abordado aún.

Le sonrío, mi corazón aún está latiendo erráticamente por la sorpresa de encontrarlo aquí en la oscuridad. Su mirada va a la mano, y me doy cuenta de que está sosteniendo el imán de Boston. Lo traje del viejo departamento y lo situé al refrigerador cuando nos mudamos.

Vuelve a situarlo en el refrigerador y le da un golpecito—: ¿De dónde conseguiste esto?

Miro el imán y luego a él. Lo último que deseo hacer es contarle que el imán me lo regaló Peeta en mi decimosexto cumpleaños. Solo abrirá un tema ya doloroso, y me encuentro demasiado emocionada por lo que va a suceder ahora entre nosotros como para darle la cruda verdad ahora.

Me encojo de hombros. —No me acuerdo. Siempre lo he tenido.

Se me queda mirado en silencio y luego se endereza, dando dos pasos en mi dirección. Retrocedo hasta quedar contra la encimera y jadea. Sus manos encuentran mi cintura y las desliza entre mi culo y mis vaqueros, y me jala hacia sí. Su boca reclama la mía y me besa mientras comienza a bajarme los vaqueros.

Vale. Supongo que estamos haciéndolo ahora.

Arrastra los labios por mi cuello a tiempo que me quito los zapatos y luego me saca los pantalones por completo.

Supongo que puedo comer más tarde. Bautizar la cocina acaba de convertirse en mi prioridad.

Cuando su boca vuelve a la mía, me levanta y me sienta en la encimera, instalándose entre mis rodillas. Puedo oler el whisky en su aliento, y me agrada un poco. Ya me encuentro respirando pesadamente entretanto sus tibios labios se deslizan entre los míos. Toma un puñado de mi cabello y tira suavemente de modo que estoy mirándolo.

—¿La cruda verdad? —susurra, observando mi boca como si estuviera a punto de devorarme.

Asiento.

Su otra mano empieza a deslizarse por mi muslo hasta que no hay ningún lugar al que su mano pueda ir. Desliza dos cálidos dedos en mi interior, manteniendo su mirada fija en la mía. Aspiro una bocanada de aire en tanto que mis piernas rodean su cintura con fuerza. Lentamente, empiezo a moverme contra su mano, gimiendo suavemente mientras me observa acaloradamente.

Terminamos...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora