El negocio

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El amor verdadero vale más que la riqueza.


Érase una vez, allá por el año 1484, un conde llamado Darius Aldin

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Érase una vez, allá por el año 1484, un conde llamado Darius Aldin. Sus vastas tierras se extendían más allá de donde alcanzaba la vista y sus flotas de barcos mercantes dominaban los mares. Pero su orgullo y alegría más grandes residía en el pequeño castillo que sus antepasados habían construido siglos atrás, sobre las colinas cubiertas de hierba alta que dominaban su ciudad natal, Transilvania.

No tenía esposa ni descendencia reconocida, y se mostraba contento con su soledad.

A pesar de su prestigio y abundante riqueza, el solitario conde, que nunca había conocido el amor, se vio repentinamente acosado por la desgracia: su predilecto corcel blanco desapareció sin dejar rastro, la peste asoló su ganado y el mal tiempo impidió que llegaran a buen puerto todos sus barcos. Incluso sus leales sirvientes padecieron largos periodos de enfermedad pese a cuidados médicos.

Viendo desvanecerse su fortuna como niebla matutina, el conde, de espíritu emprendedor, aunque solemne, decidió no decaer y buscó una solución a sus males: casarse con una dama de noble cuna que trajera nuevos fondos a sus arcas mediante una sustanciosa dote. Posó sus ambiciosos ojos en Sylvaine, la mayor de las hijas del barón Erdély, cuyo linaje era inferior al suyo. Confiado en que la propuesta sería bien recibida, se aprestó a visitar al barón.

Sylvaine Erdély, quien ya sobrepasaba los veinticinco y se acercaba a los treinta, aún no había sido desposada.

No por falta de belleza, pues la suya deslumbraba. Sus ojos verdes brillaban como monedas de jade bajo la luz del sol, sus facciones, delicadas como pétalos de rosa y decoradas por pecas como gotas de miel, expresaban una noble gracia y su porte, propio de una reina, atraía las miradas allá donde posaba sus pasos.

 Sus ojos verdes brillaban como monedas de jade bajo la luz del sol, sus facciones, delicadas como pétalos de rosa y decoradas por pecas como gotas de miel, expresaban una noble gracia y su porte, propio de una reina, atraía las miradas allá donde...

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Sylvaine, desde pequeña, estaba convencida de que su destino era desposar a un miembro de la realeza. Sin embargo, su instinto indómito y modales diferentes a los de la sociedad, alejaban a la mayoría de nobles caballeros. Tampoco ayudaba su cabellera rojiza que caía en cascada por su espalda cual fuego que ardiera, pues el pueblo, ignorante, creía que tales cabellos eran signo de brujería o alianzas con satanás. Así que, pese a su linaje y belleza, ni príncipes ni duques mostraban interés en tomarla como esposa.

Eterna Oscuridad: La vida después de la muerte ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora