Santa Anita del Mar

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Aceptar nuestras sombras nos ilumina el camino.


Sentí el impulso de disculparme, pero mi ego me lo impidió. Negué con la cabeza y subí a la Harley, Lysander la encendió y nos marchamos. Todos aquellos pensamientos me abrumaron: Lou era un hombre lobo y yo una vampira. Éramos enemigos naturales y una relación entre nosotros sería algo así como Romeo y Julieta.

Otra cosa era que él me había salvado y por mis estúpidos celos, mi terrible egoísmo, pensé en devolverle el favor... matándolo.

Esta condición, al parecer, sólo sacaba lo peor de mí. Porque sí, esos sentimientos estaban ocultos mientras era humana y los reprimía porque era lo correcto. Pero ahora, al ser un ente sobrenatural, podía hacerlo y escudarme en ello.

Descubrí que me temía a mí misma, a la ira que se instalaba en mi pecho y que me hacía actuar como un monstruo. Las palabras de Lysander, cuando ataqué a Román, cobraron sentido:

«Debes dominarte, si no podrías dañar a alguien que te importa»

Me aferré a su cintura; la presión en mi pecho crecía sin pausa, haciendo que mis ojos se anegaran en lágrimas. Quería despertar de ese mal sueño y encontrarme en el día de la graduación. Abrazar a papá, decirle cuánto le adoraba y que me disculpara por todos mis berrinches. Deseaba que nunca hubiese ocurrido lo de Darius y así poder continuar con nuestras vidas. O haberle hecho caso y mudarnos esa misma noche en que ese chupasangre nos visitó.

La brisa me golpeó con más fuerza el rostro cuando Lysander aumentó la velocidad en la autopista. En la distancia, un gran cartel verde anunciaba que íbamos rumbo a Santa Anita del mar, una pintoresca ciudad de pescadores y turistas a tres horas de Esequiba.

—¿Por qué vamos a Santa Anita, Lysander? —grité sobre el ruido del motor y el viento.

—El mar es ideal para despejar la cabeza. Espero que así sea —respondió en otro grito—. Por cierto, ¿cómo me llamaste? ¿Xander?

Negué con la cabeza, como si fuera capaz de verme y me abracé aún más a él. Pegué mi oído a su espalda y me pareció percibir una ligera agitación en su interior. Tal vez sería por la emoción de ir como una bala por la carretera. Cerré los ojos, dejé que el viento y el motor de «La bestia» me arrullaran.

Al cabo de un buen rato, el aire del océano llenó mis fosas nasales. El sonido inconfundible de las olas del mar se unió al rugido del viento y la motocicleta. Lysander redujo la velocidad al entrar en la ciudad, que era de estilo colonial, dándome tiempo para disfrutar de su encanto.

Su arquitectura era una mezcla de techos de madera y fachadas de terracota, con calles empedradas delineadas de frondosos árboles y toques de flores vibrantes. Sentí que me transportaba al pasado con los beneficios del presente.

Paramos en el malecón que se ubicaba justo al lado del mar.

—Son las tres de la madrugada —dijo él mirando su teléfono y lo volvió a guardar—. Tenemos dos horas y media de oscuridad, podemos robarle una media hora más al día si hay nubes.

La vista era sublime y cautivadora. La playa se extendía hasta el infinito, con cada ola reflejando la luz del firmamento nocturno. Una miríada de estrellas brillaba con intensidad sobrenatural, como si me transmitieran algún mensaje secreto de esperanza. A lo lejos, se escuchaba el murmullo de una melodía y los ecos de risas despreocupadas.

Me pasó un paquete de toallas húmedas de caballero y se señaló el rostro, las acepté con cierta timidez y me limpié.

—¿Lily no se preocupará por nosotros? —solté de pronto con ansiedad y le devolví las toallas.

Eterna Oscuridad: La vida después de la muerte ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora