Entre cenizas

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⚠️Contiene escenas sensibles para algunos, se recomienda discreción.


El amor supera cualquier maldición.


Lysander no se encontraba en casa; había ido a visitar a Valentine para verificar su progreso con la transformación. Faltaba muy poquito para que despertara su condición vampírica, y debíamos estar alertas. Él me contó que, cuando destruí mi habitación, me había despertado por la sed y había atacado a Hilda, quien pasaba por el frente de mi puerta cuando limpiaba. Él se interpuso y yo me lancé a su yugular, dejándolo casi sin sangre y volviéndome víctima del frenesí vampírico. Así que ataron con cadenas y me encerraron en el ataúd.

Por ende, debían impedir que eso mismo ocurriera con Valentine.

Mientras tanto, me hallaba hipnotizada por el retrato de la chica misteriosa. La textura del lienzo parecía absorber la luz para resaltar los labios de la joven de cabello castaño y ojos marrones. No cabía duda, la muchacha irradiaba belleza y su mirada transmitía serenidad.

Con frecuencia, notaba cómo Xander contemplaba la pintura durante largo rato. Pero había algo más que captaba mi atención, algo que intentaba descifrar en ese justo momento.

«Ha... Harri... ¡Harriet!»

Y al terminar ese pensamiento, de nuevo, un pinchazo agudo perforó mi cerebro, haciéndome caer de rodillas. Apreté los párpados y las imágenes se desbordaron, vívidas e implacables. En ese mar de escenas, me aferré a una:

Vi un prado al atardecer, el césped acariciaba mis pies descalzos. El calor de unos brazos me envolvió y un aliento cálido rozó mi oreja al susurrar ese nombre: Harriet. Me giré y me encontré con un chico de unos dieciséis o diecisiete años, sus ojos azules me miraban con adoración, sonrió antes de depositar un tierno beso en mi sien.

El muchacho era Lysander. Y sí, era el mismo de mis sueños.

Abrí los ojos y me tambaleé al levantarme. Recordé lo que Badru dijo la primera vez que nos vimos.

«No lo creo, Harriet»

Salí de la casa rumbo a la suya, aún con el terrible dolor de cabeza que amenazaba con hacerme explotar el cráneo. El eco de mis pisadas en el suelo acompañaba el martilleo incesante que sentía. El camino se me hizo eterno en ese estado.

Toqué su puerta y en un segundo la abrió.

—¡Pequeña Silvana! ¡Estás pálida! —clamó al verme—. Bueno, bueno, más que de costumbre.

Y se hizo a un lado para dejarme pasar. Cuando entré, el aroma dulzón del incienso de sándalo y una música latina invadieron mis sentidos.

—Ha... Harriet... Yo —tartamudeé, sentándome en un sofá de cuero marrón que Badru me señaló.

Él asintió, captando cada palabra que intentaba articular.

—Sí, Harriet —Se sentó en el mueble frente a mí y prendió un tabaco. El aroma acre se esparció, compitiendo con el del sándalo.

—¡Tú lo sabías! —exclamé.

—Recuerda mi don —canturreó y le dio una calada.

—¿Y él? ¿Lo sabía?

Negó con la cabeza.

—Y si lo sabe es cosa suya; yo no he metido mis manos en ese asunto, aparte de darle pistas sutiles que ignoró, como cosa rara —El humo del tabaco escapó de sus labios al hablar—. Ese hombre estuvo buscándote por muchos, muchos años e incluso perdió la esperanza. Te encontró, aunque no de la manera en que esperaba y con la apariencia de la mujer que más odia en la vida —soltó una risita y murmuró—. El destino en serio que es caprichoso.

Eterna Oscuridad: La vida después de la muerte ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora