Un fantasma regresa a casa

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Lo importante no es el pasado sino lo que hacemos en el presente.


Le dediqué una sonrisa triste y cerré la puerta.

Encendí el motor.

Me quedé allí, congelada en mi asiento, atenazada al volante, mirando al frente sin ver nada.

—¿Qué hubo? ¿Todo bien? —preguntó Lou con preocupación al cabo de un rato.

Dejé caer mi cabeza sobre el volante, abrumada. El tiempo se detuvo mientras buscaba la fuerza para levantarla de nuevo. Tomé una respiración que ya no necesitaba y abrí la puerta del auto.

—No quiero ir allá —solté casi como una súplica.

—¿Y qué harás? Falta una hora para el amanecer.

Observé la casa, sus ventanas a oscuras y su fachada de ladrillos tenían algo lúgubre, como si pudieran susurrar el horror que había pasado adentro. Si fuera una niña, hubiese pensado que estaba embrujada.

—Me quedaré aquí, no creo que a alguien le moleste que un fantasma vuelva a su hogar.

Apagué el motor y me empujé fuera del asiento, cerré el auto y arrastré mis pies hacia la casa.

—No quería matar a Román... —empecé, sentía la necesidad de explicarle—. Recién había despertado y estaba en shock por lo de papá. Él me manoseó y yo tenía hambre. Una combinación fatal.

—Entiendo... —hizo una pausa—. Ahora que lo dices, Bárbara está desaparecida desde hace semanas.

Me detuve y giré mis talones en su dirección.

—No creerás que yo tuve que ver con eso, ¿cierto?

Me lanzó una mirada suspicaz y negó con la cabeza.

—Te comentaba por si sabías algo... —Un aullido sonó a lo lejos, interrumpiendo el hilo de sus palabras—. Me toca irme ya, ten cuidado y no lastimes a nadie más, ¿bueno?

—Louis —le detuve—. Por favor, vigila la casa de Marcos, hay... un vampiro rondándola.

Él frunció el ceño y asintió.

Se sentía extraño hablar con él después de tanto tiempo. Una especie de muro invisible aún se interponía entre nosotros, sin embargo, sentí que habíamos dado un pequeño paso para recuperar nuestra amistad.

Entré a casa y subí las escaleras, la aparición ya no estaba. Dudé afuera de la puerta de mi habitación, incapaz de sacudirme la ola de arrepentimiento que me invadía cada vez que recordaba todos los errores que había cometido. Por lo que me metí en el cuarto de papá, sacudí un poco las sábanas y me acosté abrazando la almohada. Un ligero aroma cítrico perduraba en la tela, recordándome su perfume favorito.

—Te extraño —susurré al aire.

Y me quedé allí, mirando la pared durante horas. Le hice honor a mi condición de muerta, pues no pestañeé, no «respiré», y mi corazón latía con demasiada lentitud, apenas yo misma lo percibía.

«Podría quedarme aquí para siempre»

Una cinta de luz solar fluía a través de las lamas de la persiana, iluminando el polvo suspendido en el aire. Como vampiro, podía apreciar su danza, lenta, pero constante, hipnótica. Un espectáculo que, como humana, jamás habría tenido la paciencia ni el tiempo de apreciar.

Cerré los ojos y apareció ante mí una niña pelirroja, sentada sola en el rincón más alejado del salón de clases, relegada a esa esquina para pasar desapercibida, donde fuera invisible por ser rara. Mas no se trataba de rareza, aquella niña era atormentada por voces y sombras inquietantes. Y al contarle a alguien, de inmediato la tachaban de loca.

Eterna Oscuridad: La vida después de la muerte ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora