Epílogo

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Estuve presente cuando Sara salió del parque con pisadas vacilantes, sumergiéndose en las calles grises de Londres. Cada adoquín que pisaba, la hundía más en ese pozo de oscuridad del que ansiaba salir.

Los escaparates devolvían el espejismo de su figura demacrada y su mirada apagada mientras recordaba a todas las personas que conoció a lo largo de su vida. Se dio cuenta por primera vez de lo que significaba estar muerto. La maldición de su naturaleza finalmente la había alcanzado, condenándola a una soledad eterna.

«¿Qué sentido tiene todo esto?», pensó con amargura

La impotencia fluía por mis venas. Sara merecía mucho más que ser una pieza desechable en el tablero de Mefistófeles. Merecía una segunda oportunidad, volver a sentir el calor del amor y la esperanza.

De pronto, el rezo distante de una procesión religiosa se intensificó al doblar la esquina. El pánico invadió a Sara, sus ojos se abrieron de par en par e hizo ademán de retroceder, no obstante, su cuerpo comenzó a convulsionar y llevó sus manos a sus oídos, luchando contra sus instintos. En su mente, los recuerdos de la antigua masacre cobraban vida.

«No le haré daño a inocentes, no pasará de nuevo lo de Esequiba»

Conforme avanzaba la procesión, los rezos se hacían cada vez más altos y claros.

A su alrededor, otros vampiros, que se encontraban en la misma calle, también comenzaron a convulsionar, incapaces de contener por más tiempo su forma monstruosa.

Volteé a ver a Sara y sus oídos sangraban, había perdido la lucha contra su verdadera naturaleza.

—S-silencio —susurró con un hilo de voz.

—¡Miren! —chilló una mujer cuyo alarido sobresaltó a los presentes, se hallaba entre los de la procesión—. ¡Son demonios!

Se escuchó una conmoción general y los rezos aumentaron. La gente empezó a grabar el encuentro con sus teléfonos, pero me encargué de que ninguno lograra captar nada, aunque creyeran que sí.

Uno de los vampiros atacó y la mujer que había llamado la atención sacó una daga de plata, que brilló a la luz de los faroles.

—¡En nombre de mi señor todopoderoso! —exclamó y con un movimiento veloz, demasiado veloz para un humano corriente, clavó la daga en su pecho y lo decapitó—. ¡Los salvaré de estos demonios!

Enarbolando el arma, que despedía gotas escarlatas, se lanzó hacia el siguiente vampiro con precisión letal.

Mientras tanto, Sara permanecía paralizada, pero sus ojos escaneaban con furia a su alrededor. La ira demoníaca en su interior clamaba por la sangre de los devotos, sin embargo, un resquicio de humanidad la contenía en un frágil equilibrio. Ambas naturalezas, luz y oscuridad, pugnaban para salir a flote.

La mujer ya había acabado con los otros dos y se volvió hacia Sara con decisión, sus tacones marcaban cada paso que daba contra el pavimento. A pesar de su apariencia anodina, pude reconocer la esencia retorcida de Mefistófeles en ella.

Sara dio un paso atrás y musitó con voz trémula:

—Por favor, sólo necesito que callen sus rezos. No los dañaré. No quiero hacerlo.

Mefistófeles soltó una risa sádica.

—¿Y quién te dijo que mi intención era dejarte ir, rayito de sol?

Sara alzó la vista y sus ojos centellearon con un fulgor carmesí, como ascuas ardientes de la ira que comenzaba a hervir en su interior.

—Demian —masculló.

Eterna Oscuridad: La vida después de la muerte ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora