Kyungsoo

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Estoy de verdad asustado. Las manos me sudan, mi corazón galopa y mis pulmones ñ me queman. Pero supongo que esa es la ñ respuesta normal del cuerpo cuando ñ descubres que tu amigo está retenido ñ contra su voluntad por un grupo de l gamberros, cuando te enteras de que ha tenido que esconderse en el cuarto de baño para llamarte, porque esos animales en cuestión han intentado confiscar su teléfono en cuanto ha dicho que quería marcharse de allí.

En el asiento de copiloto de la pick- up de JongIn repiqueteo mis dedos contra los muslos en un ansioso ritmo. No quiero pedirle que conduzca más rápido, porque ya está superando  el límite de velocidad. Además no para de hacerme preguntas; preguntas para las que no tengo la puta respuesta, porque Luhan me ha colgado hace cinco minutos y ya no me coge el teléfono.

—¿Qué jugadores de hockey son? — pregunta JongIn por tercera vez en diez minutos—. ¿La gente de Briar?

—Por última vez, no lo sé. Te he contado todo lo que me ha dicho, JongIn, así que, por favor, deja de agobiarme.

—Lo siento —murmura.

Los dos estamos muy nerviosos. Ninguno sabemos lo que nos vamos a encontrar cuando lleguemos al motel, y mientras nos dirigimos a toda velocidad a Hastings, mi conversación con Luhan resuena en mi cabeza como un enjambre de abejas.

—Pensaba que habría más gente aquí, pero solo están los jugadores. Y no dejan que me marche, Kyungie. Me prometieron que me iban a llevar a casa y ahora me están diciendo que me tengo que quedar a dormir en su habitación, y yo no quiero. Ni siquiera tengo mi bolso conmigo. Solo el teléfono. Y no tengo dinero para un taxi, y nadie quiere venir a recogerme… Y…

En ese momento ha empezado a llorar y el miedo ha inundado mi estómago. Conozco a Luhan desde hace mucho tiempo. Conozco muy bien la diferencia que hay entre sus lágrimas de cocodrilo y sus lágrimas de verdad. Sé cuándo está fingiendo tener miedo y cuándo tiene miedo de verdad.

Sé cómo suena su voz cuando está tranquilo y cómo suena cuando está aterrorizado. Y ahora mismo, está aterrorizado. El trayecto al pueblo está cargado de tensión. Mis músculos están agarrotados y el cuerpo me duele cuando llegamos al motel. El edificio de ladrillo en forma de L está a las afueras de Hastings y, aunque no tiene nada que ver con el bonito hostal de la calle principal del
pueblo, tampoco es un cuchitril de mala
muerte.

Cuando JongIn se detiene en el aparcamiento, sus ojos cafes se nublan de inmediato. Sigo su mirada y veo un autobús rojo brillante aparcado en la acera.

—Es el autobús del Saint Anthony — dice con tono cortante—. Juegan contra el Boston College mañana, así que supongo que tiene sentido que se queden aquí a dormir esta noche.

—Espera, ¿ese no es el equipo contra el que jugaste hoy?.Asiente.

—Son unos gilipollas, todos y cada uno de ellos. Incluido el equipo técnico. Mi preocupación aumenta. Le he oído antes hablar mal de sus contrincantes, pero cuando lo hace, es evidente que siente un cierto respeto. Como por ejemplo, la rivalidad que existe con el equipo de Harvard.

JongIn puede quejarse de ellos, pero nunca dirá que los jugadores de Harvard son unos capullos y nunca atacaría su personalidad, como acaba de atacar a los chicos esos del Saint Anthony.

—¿De verdad son tan mala gente? — pregunto. Apaga el motor y se desabrocha el cinturón de seguridad.

—Su antiguo capitán fue suspendido la temporada pasada por romperle el brazo a un jugador de Briar. Nuestro chaval ni siquiera tenía el disco en su poder cuando Braxton estrelló su cuerpo contra él. Su capitán es un mierda prepotente de Connecticut que esta noche, cada vez que pasaba patinando junto a nuestro banquillo, escupía a los chicos. Un hijo de puta irrespetuoso.

Tu y yo (Kaisoo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora