Kyungsoo

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Mayo

La gente dice que la primavera en París
es mágica.Tienen razón. Esa ciudad ha sido mi hogar durante las últimas dos semanas y una parte de mí desea poder quedarse aquí para siempre.

El apartamento de mi madre está en el Viejo París. El barrio es precioso… Calles estrechas y sinuosas, edificios antiguos, tienditas supermonas y panaderías en cada esquina.

El apartamento tiene un solo dormitorio, pero el sofá cama que hay en el salón es muy cómodo. Me encanta despertar con la luz del sol entrando por los ventanales del pequeño balcón con vistas al patio interior del edificio.

El débil olor a pintura al óleo que flota en
el salón me recuerda a mi infancia, cuando mi madre se pasaba horas y horas trabajando en su estudio. Con los años, fue pintando cada vez menos, y ha admitido en más de una ocasión que la pérdida de su arte fue una de las razones por las que se divorció de mi padre.

Se sentía como si se hubiese desconectado de quien era realmente. Sentía que ser un ama de casa en un pequeño pueblo de Massachusetts no era para lo que había venido a este mundo.

Unos meses después de que yo cumpliera dieciséis años, me dijo que me sentara y me planteó una pregunta seria… ¿prefería tener una madre triste pero cerca de mí, o una madre feliz pero lejos?

Yo contesté que quería que fuera feliz. Y ella es feliz en París, eso es indiscutible. Se ríe todo el tiempo, sus sonrisas le llegan hasta los ojos, y las docenas de lienzos brillantes que llenan el rincón de la esquina que utiliza como estudio demuestran que está haciendo lo que más le gusta.

—¡Buenos días! —Mamá sale de su dormitorio y me saluda con un tono de voz que contiene el canto alegre de una princesa de Disney.

—Buenos días —contesto medio dormido. El espacio es abierto con cocina americana, así que puedo ver todos sus movimientos mientras se dirige a la encimera de la cocina.

—¿Café? —dice en voz alta.

—Sí, por favor.

Me siento y me estiro. Bostezo mientras cojo el teléfono de la mesa de centro para ver la hora. Mamá no tiene relojes en casa porque dice que el tiempo lastra las mentes, pero mi Trastorno Obsesivo Compulsivo no me
permite relajarme a menos que sepa qué
hora es.

Las nueve y media. Ignoro por completo los planes que tiene hoy para nosotros, pero espero que no impliquen caminar mucho, porque mis pies están aún doloridos tras la visita de cinco horas al Louvre de ayer.

Estoy a punto de dejar el móvil otra vez en la mesa cuando suena en mi mano. Me cabrea ver el nombre de Luhan en la pantalla. Son las dos y media de la mañana en Massachusetts.

¿No tiene nada mejor que hacer además
de agobiarme? Por ejemplo, ¿DORMIR? Aprieto los dientes, lanzo el teléfono a la cama y dejo que suene. Mamá me mira desde la barra de la cocina.

—¿Quién es de los dos? ¿Tu novio o tu mejor amigo?

—Luhan —balbuceo—. De él que, por cierto, no quiero hablar, dado que ya no es mi mejor amigo, de la misma forma que JongIn no es mi novio.

—Y sin embargo, siguen llamando y escribiéndote mensajes, lo que significa que ambos todavía se preocupan por ti. Sí, bueno, me importa un bledo que se preocupen. Ignorar a JongIn es mucho más fácil que ignorar a Luhan, eso sí. Lo he conocido por un total de, ¡TACHÁN!, ocho días. A Luhan lo conozco desde hace
¡trece años!

Es casi patética la forma en la que todo se ha venido abajo. Uno pensaría que una amistad de más de una década terminaría con una gran tormenta, pero mi final con Luhan no fue más que un chisporroteo.

Tu y yo (Kaisoo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora