Capítulo treinta y uno

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Capítulo treinta y uno: Reiniciar

Una gran carcajada de su padre le hizo arrugar el entrecejo. Qué de gracioso podía encontrar en las personas que vivían en situación de calle, fue desagradable, pero lo más horroroso fue escuchar a los demás reírse por los chistes de su progenitor.
Oikawa se cruzó de brazos mirando a todos en silencio, siempre había sido diferente a ellos, en realidad, creía que ellos nunca lo habían considerado como uno de los suyos, por lo que era comprensible que se sintiera tan fuera de lugar incluso encontrándose con sus compañeros de sangre y progenitores.

— Oye, Tōru. — La voz de Zentaro llamó su atención. — ¿Cómo has vivido los últimos días? ¿Es cómoda una casa que no es tuya?

— Tienes razón, hablando de indigentes... Dime, hermano, qué se siente vivir en una casa de pobres. — Habló Kazuma.

Tōru soltó un largo suspiro. Tomó su bolso y sacó de este un par de billetes con los que pretendía pagar por lo que él había comido.

— Eh. Espera. — Kaoru le miró deteniendo sus movimientos. — ¿A dónde crees que vas? La cena no ha terminado, hermanito.

— Terminó para mí. — Respondió Oikawa, los demás rieron.

— Míralo hablar como si fuera un hombre poderoso. — Comentó su padre, una de las cejas de Tōru se elevó sin comprender a lo que se refería. — Mi pequeño Tōru... ¿Ya encontraste a alguien que quiera a un ser como tú?

— ¿Te refieres a ser un omega alto, musculoso y nada delicado, padre? — Añadió Zentaro, su padre asintió sonriente. — Nah, no lo creo... Es asqueroso, nadie podría querer tocar a una aberración como esa.

— Podrías ir con un cirujano plástico, hermano. — Comentó Ayane, pero no sé distinguió en su tono de voz si lo decía con buenas o malas intenciones.

Oikawa bajó la mirada buscando evitar escuchar los comentarios desagradables de su familia. No caería ante sus tentaciones.

— Eres una decepción. — La voz de su madre le hizo elevar la mirada observándola con sorpresa. — Si hubiera sabido que nacería de mi vientre tal monstruosidad no habría aceptado tenerte desde un principio.

El pecho de Tōru punzó generándole un leve dolor, no podía creer que se sorprendiera de aquello, nunca le habían tomado por sorpresa las palabras de su familia o de su propia madre, pero... Por alguna razón en aquel momento aquella frase hirió su corazón.
Él había decidido sanar poco a poco hacía un tiempo atrás, pero... Todas sus heridas habían vuelto a ser abiertas en pocos minutos.

— Ojalá nunca nadie se enamore de ti, no solo eres como un ogro feo en el exterior, quién podría soportar a un hombre llorón que no sabe hacer más que quejarse... Deberías aprender de nosotros, tus hermanos mayores.

Oikawa llegó a su límite. Su entrecejo se arrugó más de lo normal y antes de poder darse cuenta se encontraba lanzando el líquido que contenía su copa sobre el rostro de su hermano mayor.

— En unos pocos meses he hecho más de lo que tú has podido hacer en años, hermano mayor... No seré el orgullo de ninguno de ustedes, pero al menos sé vivir de manera independiente y no bajo la sombra de mis padres... Aunque, gracias al cielo mis padres murieron hoy.

Tōru tomó los billetes con los que pensaba pagar por su comida y los volvió a guardar en su mochila. Se puso de pie y miró a todos una última vez, yéndose de inmediato de aquel lugar.

Un nudo se instalaba en su garganta, él sabía que nada de lo que habían dicho era real, pero su corazón parecía no poder creerlo, se sentía destruido. Se preguntaba incluso cómo alguien podría estar con él, cómo Iwaizumi podía haberse fijado en él. Todo su progreso hasta ese día se había reiniciado y sus inseguridades volvieron a aparecer.

Aun así, no temió en tomar su móvil y marcar al mismo número de siempre mientras sentía lágrimas descender por sus mejillas y sollozos escapar de su boca.

— Tōru, ¿cómo te fue con tu compromiso? — La voz de Iwaizumi sonó alegre del otro lado, Oikawa intentó ocultar su estado deplorable en vano.

— Iwaizumi...

Eso fue suficiente para que la llamada fuera colgada. Oikawa quiso reír, pero ni siquiera tenía ánimo para ello. Caminó hasta encontrar un pequeño asiento y se dejó caer sentado mirando al suelo durante todo el tiempo. Iwaizumi conocía su ubicación, lo habían hablado el día anterior, agradecía haber hecho eso, pues en ese momento no quería tener que pagar un taxi y ser observado por un desconocido en ese estado.

Pasaron unos pocos minutos hasta que un vehículo se detuvo frente a él, Oikawa no elevó la mirada, no hasta que un par de manos se posaron en sus mejillas y le hicieron levantar la cabeza tan solo para encontrarse con unos ojos verdosos que estaban llenos de preocupación.

Amor... ¿Qué ha pasado...?

Las palabras de Iwaizumi terminaron de romperle. Tōru se dejó llevar, llorando sin cesar mientras era consolado por el moreno. Iwaizumi le tomó en sus brazos y le adentró a su vehículo, subiendo ambos a los asientos traseros para tener un poco de privacidad.

No insistió en conocer lo que había sucedido con Tōru, el moreno solo le abrazó con fuerza, depositando cortos besos en la frente del castaño cada cierto tiempo.
Tras el paso de unos minutos el llanto cesó, Oikawa se mantenía aferrado al cuerpo de su pareja, pero esta vez más aliviado que antes, Iwaizumi suspiró y le alejó unos centímetros para verle al rostro y limpiar la humedad que en sus mejillas había con sus pulgares.

— ¿Mejor? — Tōru asintió. — Bien, ¿estás de acuerdo con ir a mi casa y pasar la noche ahí? Si tienes hambre te haré de cenar.

— He comido ya, además... Perdí el apetito. — El moreno asintió con preocupación, depositó un corto beso en la frente del castaño y le ayudó a ponerse de pie para juntos ir al vehículo y subirse, comenzando un viaje de regreso a casa.

— No necesitas pasar por ropa, te prestaré algo allá.

Oikawa asintió, no dijo ni hizo nada más durante el camino, tan solo se dedicó a apoyar su cabeza en la ventana del vehículo y cerró sus ojos buscando dormir unos minutos.
Iwaizumi estaba evidentemente preocupado, no quería incomodar a Tōru, pero sentía la necesidad de saber qué había sucedido en ese lugar para poder ayudarle.

Su corazón dolía por no poder hacer nada.

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