POV SAMANTA
—¿Ha desayunado bien?
Eran las ocho de la mañana cuando me sentaba en mi mesa, tras echar una breve ojeada a lo que tenía por delante para ese día y recibir una llamada de Jessica. Esa mañana me había tocado a mí levantarme más pronto e ir a trabajar. Ella se quedaría en casa hasta las diez que llegara Lidia y se viniera a trabajar. Era una llamada rutinaria, verificar que Martina había desayunado, que la había dado un baño y que, en ese instante, estaba jugando con ella.
—¿Comemos juntas?
—No creo que pueda —respondió—. Juraría que tengo que echar la bronca a tres personas, dos reuniones y a ver qué hago con lo del caso.
—Vale. Bueno, de todas formas, avísame, ¿vale?
Sabía que lo haría de sobra. Si Jessica tenía cinco minutos libres, me los dedicaría enteramente a mí.
Tras esa breve comprobación sobre el bienestar de mi mujer y de mi hija, desearnos mutuamente un bonito día y desear que la viera lo más pronto posible en casa; colgué y me puse a trabajar.
Me dedicaba a revisar procedimientos que debían cambiar prácticamente todos los días. Alarmas que saltaban en distintas comisarías debía revisarlas para comprobar su gravedad y dar aviso o continuar al siguiente. Denuncias que coincidían, saltaban los avisos y debía corroborarlo. Revisión de ficheros y pruebas. Lo mío era como un cortafuegos entre todo lo de abajo y lo de arriba. Tenía a tres compañeros más trabajando conmigo. Éramos como una comisaría dentro de la central. Nadie se metía en nuestros asuntos, ni siquiera los de arriba molestaban; y es que al final, les quitábamos mucho papeleo. Les facilitábamos la información, se la clasificábamos e incluso, se la resumíamos. Salíamos a la calle cuando debíamos, apoyábamos a otras brigadas cuando teníamos que hacerlo y sobre todo, no pasábamos calor en verano ni frío en invierno.
Me encanta mi puesto, era feliz con él. Podía hacer lo que quería dentro de mis funciones y con mis compañeros. Porque sí, ese puesto me lo dieron a mí por encima de Héctor, Fran y Diana. Yo les mandaba, por eso estaba ahí. No dejaba de ser subinspectora, tenía un equipo bajo mi mandato y, lo mejor de todo, tenía la seguridad de que mi hija estaba tranquila al menos con una de sus dos madres. Y esa tranquilidad, no la cambiaba por nada.
—Samanta —dijo Diana—. Me acaban de llamar de la comisaría del distrito sur. Una mujer quiere poner una denuncia porque, cito textualmente: "Clara se ha perdido".
—¿Su hija?
—No, su gata.
—¿Y qué problema hay en eso?
—Es la quinta denuncia que intenta poner, en cinco comisarías distintas. —En ese momento tuvo toda mi atención—. Ha denunciado la desaparición cinco veces, contando con la de hoy.
—¿Tienes la denuncia?
—Sí —contestó pasándomela—. Y los deberes también. Se trata de Maria Dolores, cuarenta y ocho años. Divorciada y sin hijos. Eso ahora, se le murió una hija nada más nacer, ya sabes, en el parto. Se le ha diagnosticado Esquizofrenia.
—Alega que Clara no está muerta y que se la han llevado —leí—. ¿En el resto de denuncias dice lo mismo?
—Lo mismo. Que se han llevado a la gata y que no está muerta.
Sopesé la información mirando la foto de Maria Dolores.
—La hija se llamaba Clara.
—Quizás está confundida y cree que está denunciando a su hija en lugar de la gata.
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Miradas de inocencia.
General FictionJessica Jenkins tendrá que enfrentarse a los poderes del estado y a una decisión personal que podría cambiar su vida. Samanta no querrá que lo haga sola, pero, no quedará otro remedio cuando la seguridad de Martina, su propia hija, esté en peligro.