POV SAMANTA
—¡Quédate ahí! —grité en cuanto escuché la puerta de casa abrirse.
Lo que llevaba ensayando con Martina toda la tarde, era el momento de ponerlo en práctica. Salí del salón con ella en brazos, viendo a Jessica parada, sudando y algo agitada debido a la carrera que se debía de haber pegado. Me coloqué en el otro extremo del pasillo y dejé a la niña en el suelo.
—Vale, llámala.
Eso hizo Jessica. Se arrodilló llamando a Martina, para que fuera con ella. Tardó, pero dos segundos después todo lo ensayado por la tarde mereció la pena. Martina empezó a gatear hacia Jessica, bajo mi atenta mirada por si decidía golpearse la barbilla contra el suelo. Desde que Jessica se había ido a correr hacía hora y media, se había dado unas tres veces... Aunque todas sin llanto.
—¡Pero bueno! —exclamó mi mujer cogiendo a Martina una vez que llegó a ella—. Mira qué bien gateas ya, mi amor.
—Desde que te has ido llevamos entrenando. —Sonreí agarrando la mano de la niña, que pataleaba en los brazos de su madre, la mar de contenta—. ¡Muy bien, hija! ¿Qué tal el entrenamiento? —pregunté dándole un beso.
—Intenso —contestó yendo a la cocina para beber agua—. Me he dado más caña y no sé ni para qué.
—Para seguir igual de buena —respondí casi de inmediato—. No podemos permitir que Jenkins baje la masa muscular.
Soltó una carcajada que contagió a Martina, quien empezó a reírse aunque ni siquiera entendiera qué estaba pasando.
—¿Quieres que la bañe?
—Como quieras. Puedo preparar la cena mientras, si quieres.
—Vale —susurró dándome un beso—. ¿Te apetece ver una película?
—Todo lo que sea estar contigo, me va a apetecer un montón.
Así hicimos todo.
Ella se encargó de Martina, de bañarla a la par que Jessica se duchaba también, de vestirla e incluso de darle la cena. Yo me dediqué a hacer nuestra cena, nada especial, después de la carrera que se había pegado Jessica como para encima hacerle algo alto en grasa... Acabaría conmigo enseguida. Hacía mucho que me había adaptado a su dieta estricta. A mí me daba igual, era ella la que comía. Aunque agradecía que, convivir con ella, provocaba que llevara unos hábitos alimenticios mejores de los que llevaría si viviera sola.
La película duró casi dos horas: un grupo de delincuentes que habían planeado durante muchos años un asalto, robar muchísimos millones de dólares en joyas y salirse con la suya. No la elegimos nosotras, dejamos que Netflix escogiera, de entre su inmenso catálogo, la que quisiera basada en nuestras visualizaciones anteriores.
Sin más, la verdad. La película no sería recordada por ninguna de las dos; mucho menos cuando la policía era un mero agente secundario en planteamientos así.
Lo sorprendente es que el teléfono de Jessica ni siquiera sonó, en las cuatro horas que llevábamos desde que había llegado de correr, no había sonado ni una sola vez. No iba a quejarme; compartir tiempo con ella, fuera el que fuera, y más teniendo en cuenta que todo se nos podía torcer de un momento a otro, era la forma en que la vida me devolvía tantos días sola sin ella al lado.
—Victoria me ha contado que ella llevó a sus dos hijos a una escuela infantil cuando tenían seis meses —dijo mientras quitaba Netflix y dejaba la televisión de fondo.
—¿Quieres llevar a Martina a una escuela con ocho meses?
—No sé. Se relacionaría con niños ya, no lo veo tan negativo.
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Miradas de inocencia.
General FictionJessica Jenkins tendrá que enfrentarse a los poderes del estado y a una decisión personal que podría cambiar su vida. Samanta no querrá que lo haga sola, pero, no quedará otro remedio cuando la seguridad de Martina, su propia hija, esté en peligro.