Beatriz.

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POV JESSICA

Ojalá me hubiese despertado Martina con sus manos tocando mi cara o Samanta también con sus manos pero tocándome en otra parte. Ninguna de esas dos opciones me levantó, fue el sonido aterrador de mi teléfono móvil indicando una llamada entrante. Tanteé el teléfono con la mano por no abrir los ojos, hasta que di con él; y sin siquiera mirar quién era, descolgué.

—Jenkins —dije con la voz dormida.

—¿Puedes venir?

Era Jaime con voz de rendido, de esas voces que ponía cuando no le quedaba escapatoria o salida ante un problema. La misma voz que le salía cuando las cosas no eran como a él le gustaría. Y esa voz, solo significaba una cosa.

—¿Me vas a hacer perder el tiempo?

Le escuché suspirar y tomarse su tiempo. Lo aproveché para incorporarme y abrir definitivamente los ojos, eran las ocho de la mañana. Cualquier día le mataría.

—He concertado una reunión con el ministro de interior y con él a las diez. Me gustaría que estuvieras.

—Me invitas a unas cosas que como para decirte que no.

—Es importante.

—¿Vas a claudicar o le vas a pedir la prueba?

—Le vas a pedir la prueba.

Punto para Jaime. O más bien, punto para el director general del cuerpo de la policía nacional.

—¿Me vas a tirar a los leones?

—Si tu teoría es buena...

—Vale, Jaime —interrumpí—. Ni me dores la píldora ni me maquilles lo que vas a hacer hoy. A las diez me tendrás allí, jefe.

Le colgué porque sí, me enfadaba. Jaime podía hacer perfectamente eso porque para eso era quién mandaba, él podía mandarme a mí al culo del mundo y salvar el suyo. Siempre lo había hecho y de eso se trataba nuestro puesto, de apagar fuegos a costa de terceros. Pero me jodía, claro que lo hacía.

A mí me daba igual quién se pusiera por delante, si el mismísimo rey hubiera cometido un delito yo habría ido a por él sino fuera porque sería inviolable. Ese, probablemente, era mi problema. Que desde que había ascendido, tomaba decisiones por el bien de unos pocos y no por el común.

Y pese a esto, me enfadaba que Jaime tomara la decisión de dejarme a mí frente a todos.

Se me pasaría y los dos lo sabíamos.

—Hola —dijo Samanta sorprendida viéndome aparecer por la cocina—. ¿No te dejan dormir más? Llegaste muy tarde...

—Jaime —contesté dándole un beso a las dos.

—No me gusta esa mirada... ¿Qué pasa?

—Que me tira a la lona. A las diez tenemos reunión con dos ministros. Y, evidentemente, quiere que sea yo la que diga por qué nos reunimos.

—Y supongo que no les gustara... —Negué con la cabeza preparándome un café—. ¿De quién es la idea?

—De quién va a ser. Jaime no tomaría una decisión así en la vida. Él prefiere mirar a otro lado siempre que la opinión pública esté de nuestro lado.

—No le culpes, amor. Tú has llegado enfadada porque has tomado decisiones que tampoco querías.

—Lo sé... Me cabrea que me venda de esta manera, como si solo importara agarrarse al asiento y ya está.

—Sabes que no es por eso. Jaime te pone por delante de él porque tienes mejor planta, oratoria y poder de convicción. Eres, estéticamente, mejor que Jaime.

Miradas de inocencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora