Orden de arresto.

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POV JESSICA

Esperaba con paciencia a que la jueza terminara de hablar por teléfono y se reuniera de una vez conmigo. El operativo estaba en marcha, solo faltaba mi orden. Teníamos a Agustín vigilado, era imposible que se escapara. Lo único que necesitaba era darle toda la documentación que habíamos preparado y que firmara la orden de detención. En cuanto la tuviera en mis manos, con hacer una llamada al equipo de asalto que estaban preparados, lo tendríamos todo cerrado.

Lucía estaba esperando, en su casa, al lado de su mujer. Imaginaba que nerviosa, que después de tantos años de maltrato, por fin se acabaría su pesadilla. Y solo por eso, por una razón como esa, yo me había hecho policía.

—Inspectora —dijo su secretaría—. Ya puede pasar.

—Gracias, Sandra.

No busqué a cualquier juez, era evidente.

En aquel despacho de madera, situado en la última planta de los juzgados, estaba una buena compañera, la jueza Manrique. Había cerrado con ella alguno de los casos más sonados en todo el país, algunos incluso en Europa. Llevábamos trabajando juntas más de diez años y siempre había contado con ella cuando las cosas se ponían feas. No me gustaba trabajar con otra jueza, siempre que podía la buscaba a ella. De la misma manera que, siempre que ella necesitaba una mano, me llamaba.

Se podría decir que era más que una colega de trabajo, pero nunca, jamás, nos habíamos visto fuera de la central ni del juzgado. Y, probablemente, nunca nos veríamos.

—Inspectora Jessica Jenkins. —Sonrió en cuanto entré en su despacho—. Si sé que vas a venir, te habría preparado café.

—Qué inusual en ti. Hola, Fátima —contesté estrechándole la mano—. Te va a agradar mi visita.

—Tus visitas siempre son especiales. No recuerdo ninguna que fuera en vano.

Y eso era verdad. Yo no visitaba a Fátima sino lo requería, eso significaba que no me acercaba a su despacho si no era necesario, solo lo hacía si tenía algo gordo entre manos. Y por supuesto que, esa vez, no solo llevaba una, sino que llevaba dos.

—¿Te acuerdas del empresario Agustín?

—Sí, por supuesto.

—Pues toma —dije dándole la carpeta—. Ahí tienes todas las pruebas de sus desfalcos, de lo que debe a haciendo y de todos sus chanchullos.

Esa reunión me iba a llevar prácticamente toda la tarde porque conocía a la jueza lo suficiente como para saber que lo iba a leer prácticamente todo.

Eran un total de trescientos veinte cinco folios, solo los treinta primeros era un informe íntegro sobre las actividades en sociedades del extranjero que habíamos encontrado. El resto de folios, eran cuentas, números, fotografías, fichas policiales, amigos de Agustín... Absolutamente todo lo que le explicábamos en el informe, venía anexionado con su correspondiente prueba. No me quedaba nada sin probar; y era esa la razón por la que habíamos tardado tantos meses, porque si hacía mi trabajo, lo hacía bien.

—¿Te he dicho alguna vez que te quiero?

—Varias veces —respondí sonriendo.

Siguió leyendo. Moviendo las hojas de atrás hacia delante, volviendo para el principio, revisando las fotos, los datos... A medida que iba leyendo el informe, lo corroboraba con todo lo demás. Probablemente por eso me gustaba Fátima, porque en su trabajo era prácticamente como yo, inalterable y perfeccionista.

Dejó el paquete de folios perfectamente colocado en su escritorio, cerró la carpeta, se quitó las gafas con las que leía y me miró dejándose caer en la silla.

Miradas de inocencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora