Ocho meses.

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POV JESSICA

Ocho meses. Prácticamente más de doscientos cuarenta días.

Ese es el tiempo que había pasado desde que puse mi último pie en aquel edificio.

Esa tarde, me encontraba dando otro hacia dentro, hacia un lugar que, tarde o temprano, sabía que tendría que volver a pisar; aunque eso no significaba que dejara de importarme.

Teóricamente, para todo el mundo, yo seguía trabajando en el cuerpo, pero en asuntos más importantes, no en hacer unas normas que a nadie le importaban, ni siquiera a mí. Solo dos personas de aquel edificio sabían la realidad, que yo ya no estaba en el cuerpo. La versión oficial fue la más cómoda para todo el mundo y era la única manera que tenía de justificar mis investigaciones fuera de allí; seguía siendo policía. Eso facilitaba las cosas para todos.

Sabía de sobra que me iba a encontrar lo que estaba viviendo en ese momento, miradas y cuchicheos. Cada persona que me miraba, tardaba en reaccionar, pero estaba convencida que tenían tema de conversación para los siguientes días.

Me dirigí hacia mi destino, la planta de Samanta. Para eso estaba allí y no se me olvidaba mi objetivo. No tenía otro plan en la cabeza que no fuera ese.

Diana subió la cabeza dos veces cuando me vio y a Rocío no le hizo falta hacer nada porque fue la primera en verme, fijamente, dejándose caer en su silla.

—Ha ido un momento a entregar los papeles de la reunión de esta mañana —dijo ésta última—. No tardará mucho.

—Gracias.

Me senté en la silla de mi mujer, haciendo tiempo. No tenía prisa. Yo ya no tenía prisa para nada. Esa era la mayor diferencia entre la Jessica que se fue de ese sitio y la que estaba en ese momento allí sentada.

—Es un placer verla —dijo de pronto Diana acercándose, mostrándome su mano—. Se la echa de menos.

—Gracias, Diana. ¿Todo bien por aquí?

—Sí, todo sigue igual. Pocos cambios hay. Con el suyo fue suficiente por mucho tiempo.

Sonreí viendo que Rocío también se animaba a hablar conmigo.

—¿Va a volver? —preguntó Diana.

—Nunca me he ido —respondí sabiendo perfectamente lo que tenía que decir—. La diferencia es que ya no me veis como antes. Pero... —mostré mi placa, siempre pegada a mi cinturón—. Sigo siendo una de las vuestras. Así que espero que os sigáis portando bien con Sammy.

—Por supuesto. —Sonrió su compañera más longeva—. No tenga dudas sobre ello.

—Sammy es estupenda.

—Sí que lo es, sí —respondí mirando a Rocío—. ¿Te gusta trabajar con ella?

Rocío contestó con la cabeza, pero no dijo más porque la protagonista de esa conversación hizo su aparición estelar.

—Había escuchado rumores de una visita, pero me parecían inverosímiles —dijo sonriendo, incluso antes de verme—. ¿Qué haces aquí?

—He venido a verte —contesté recibiendo un beso por su parte—. Necesito hablar contigo.

—¿Ha pasado algo?

—No. —Miré de reojo a sus compañeras que seguían a nuestro lado—. Es... Oficial.

Samanta, la única que sabía verdaderamente que no tenía ni voz ni voto en el cuerpo, frunció el ceño verdaderamente extrañada. Pero sus compañeras, creyendo que de verdad seguía en el cuerpo, se apartaron prácticamente enseguida. Aún así, nos encerramos en una de las salas que tenían en la misma planta, bajó las persianas dejándonos una intimidad completa.

Miradas de inocencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora