POV SAMANTA
Llegué a casa todo lo rápido que pude, no quería dejar sola a Jessica mucho más tiempo. Una vez que habíamos acabado la reunión con la seguridad del presidente, teniendo claros todos los puntos y los pasos a seguir; había que volver a la realidad. Una en la que la nevera la teníamos prácticamente y en la que mi mujer estaba más seria de lo normal. La dejé en casa y me fui a hacer la compra; por más que ella se propuso acompañarme, sabía que no era la mejor compañía en ese momento. Así que más que por ella, lo había hecho por mí, necesitaba darme un momento sola para abarcar lo que me iba a encontrar en casa.
Sin embargo, me sorprendió bastante la situación. Pues, tras dejar las bolsas de la compra, fui directamente a la habitación de la niña, encontrándome a Jessica sentada en el suelo con Martina entre sus brazos completamente dormida. No me sorprendía, era demasiado tarde para que ella siguiera despierta. Llevaba todavía las botas puestas, la chaqueta y hasta el cinturón con la pistola puesta. Supe que nada más llegar a casa, había echado a la canguro y se había quedado así con Martina.
—Amor...
No me contestó, ni siquiera se movió. Su mejilla estaba apoyada en la cabeza de nuestra hija, acunándola; como si necesitara de aquello para dormirse.
—Tienes que dejarla en la cuna... —susurré mirándola—. Y quitarte el arma, sabes que no me gusta que...
—Lo sé.
Fue cortante y directa, pero hasta eso me daba igual. Suspiré llevando mis manos al cuerpo de mi hija, quitándosela con cuidad y dejándola en su cuna. Llevaba el pijama puesto, no tenía ninguna duda que había sido Lidia quién lo había hecho. Me volví a arrodillar frente a mi mujer, preocupada.
—Solo dime cuándo quieres hablar.
—No tengo ganas.
—Me da igual —contesté levantándola del suelo—. Vamos a hablar.
Suspiró sabiendo que teníamos que salir de la habitación sino queríamos despertar a Martina.
—Después... —Asumió finalmente—. En la cama.
—Vale... ¿Puedes hacer la cena? Me quiero duchar.
—Sí, yo recojo todo, no te preocupes. Dúchate tranquila.
Desde que había pasado todo lo de Jaime, era una espina que Jessica no se había sacado; y lo sabía. Había hablado muy poco del tema desde que ocurrió, y aunque lo había intentado, mi mujer a veces era muy complicada de descifrar por más ganas que le echara. No la culpaba, todavía tenía grabada su mirada cuando Jaime explotó, no podía olvidarla; pues solo había visto a Jessica una vez así, y fue cuando su madre murió. Nunca antes había visto a mi mujer tan decepcionada y triste...
Entramos en el despacho del mandamás para hacerlo oficial, Jessica se iba de una vez de la central. No había sido capaz de hacerle cambiar de idea, así que lo único que me quedaba era apoyarla en todo lo que ella decidiera; por esa razón, toda la mañana habíamos estado recogiendo sus cosas, a su lado, cumpliendo con sus deseos. Y el último paso que nos quedaba era el que ella llevaba posponiendo porque sabía que no iba a ser fácil, despedirse oficialmente de su mejor amigo.
—¿Quieres que lo hagamos formal? —preguntó Jessica al ver que su amigo no se levantaba de su mesa—. Porque me gustaría que me pusieras las cosas fáciles...
—¿Igual que me las has puesto a mí?
—No estás siendo justo.
El jefe sonrió levantándose de la mesa, mirando a quién había sido su mano derecha durante tantos años, prácticamente desde la academia de policía. Estaba enfadado; no era ningún secreto que a Jaime no le hacía gracia aquella decisión, probablemente porque para él significaba que su amiga le estaba dejando solo con todo.
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Miradas de inocencia.
General FictionJessica Jenkins tendrá que enfrentarse a los poderes del estado y a una decisión personal que podría cambiar su vida. Samanta no querrá que lo haga sola, pero, no quedará otro remedio cuando la seguridad de Martina, su propia hija, esté en peligro.