POV JESSICA
—Perdona, jefa, he llegado lo antes posible. El equipo está de camino.
Les había sacado de la cama a las seis de la mañana, eran casi las siete. No dormí nada en toda la noche, harta de dar vueltas, pensando como atajar lo que teníamos por delante. Fue a las cinco cuando me rendí. Miré cómo Samanta dormía a mi lado, abrazándome, cuando me permití quedarme un rato más con ella en la cama. Pero fue inútil, cuánto antes me pusiera en pie, antes acabaría con todo y, finalmente, podría quedarme con mi mujer en la cama. Así que tras mirarla un par de veces más, me levanté y allí la dejé, desnuda y durmiendo.
En cuanto salí de casa llamé a Carballo, los quería a todos en la central, en su zona de trabajo lo antes posible. Y por supuesto quería los resultados de las pruebas finales.
Escasa media hora tardé en llegar a la central y no subí a mi despacho, me quedé en su planta esperándoles. Casualmente, la misma en la que Samanta trabajaba, solo que en zonas de trabajo distintas. Me senté en su silla, leyendo por encima sus papeles y dejándole un pósit diciéndole que la quería.
Hasta que, unos diez minutos después, Carballo llegó.
—Lo tengo todo en mi mesa.
Todo recto, a la izquierda y llegábamos a su sala de trabajo, donde estaban las seis mesas de los seis agentes de policía que conformaban aquel equipo. El mío supongo. Ellos trabajaban para cualquiera que necesitara sus servicios, pero sobre todo para mí.
—Te quise llamar anoche pero pensé que querrías descansar.
Positiva. La puta prueba era positiva.
Me apoyé en su mesa, leyendo que todos los datos estuvieran correctos. Y lo estaban. El supuesto hijo del ministro era, efectivamente, un niño robado. Sus verdaderos padres estaban a tan solo un par de kilómetros. Lo teníamos. Y ahora venía lo mejor.
—¿Cómo quieres hacerlo?
—Vamos a por el ministro, asegúrate que toda la prensa del país está allí para verlo. Después me encargaré de la familia del niño. —Carballo asintió pendiente de mis órdenes—. Y quiero que me mires una cosa.
—Dime.
—Si te digo Yeray Cuevas, ¿sabes quién es?
—¿El futbolista?
—El mismo. Investígame todo lo que puedas sobre él, contactos, clubes en los que ha jugado, cuando llegó al país, familia... Todo lo que puedas. Quiero hacerle una visita.
—¿Está relacionado?
—Sí. Su hija cree que no son sus verdaderos padres y ayer encontramos indicios que me hacen pensar que podría ser otra niña robada. —Me puse de pie preparándome para todo lo que se venía—. El ministro no va a hablar, se juega demasiado. Pero el futbolista...
—Está retirado. Hasta donde sé, es de los que han invertido en un par de empresas por hacer algo con su dinero, pero nada más. Lo miro ahora de todas formas.
—No, que lo mire otro, a ti te quiero conmigo.
—Vale.
—Llama al equipo, mitad aquí, mitad en casa del ministro. Vamos a ponernos en marcha cuanto antes.
Le puse un breve mensaje a Jaime y el mismo al ministro del interior: iba a por el exministro de Transporte y Movilidad. Que vieran el mensaje o no, no era mi problema, yo les había avisado. Si se enterarían finalmente por la prensa, tampoco era mi culpa.
También llamé a Fátima, pero ya sabía que no me lo cogería, era demasiado pronto. Le escribí dos veces: necesitaba la orden de arresto. Evidentemente me iba a saltar toda la burocracia de un plumazo; pero le anoté la hora a la que iba a detener al ministro para que luego no hubiera problemas. No era la primera vez que me lo saltaba como quería y no sería la última.
ESTÁS LEYENDO
Miradas de inocencia.
General FictionJessica Jenkins tendrá que enfrentarse a los poderes del estado y a una decisión personal que podría cambiar su vida. Samanta no querrá que lo haga sola, pero, no quedará otro remedio cuando la seguridad de Martina, su propia hija, esté en peligro.