Disgusto.

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POV SAMANTA

Según el e-mail de Lucía, la niña se llamaba Amaya y el futbolista Yeray Cuevas. Enseguida comprobé la fecha de nacimiento de ella y me fui a la lista de fallecimientos de neonatos del hospital San Marcos que estuvieran cerca a esa fecha. Me costó y dudé, pero la única que había era la de otra niña dos semanas antes del registro de su cumpleaños. Podría ser. Aún así revisé dos veces más por si acaso, pero era la única que me podía encajar por fechas.

Me hice enseguida con el informe del fallecimiento y del parto. Aparecía firmado por el mismo médico que ya había percibido en el resto de investigación. Incluso di con el nombre de los padres. Se me ocurrió meterlos en nuestra base de datos, nunca se sabía cuanta suerte podías tener; y ese día, por lo que fuera, iba muy bien encaminada.

Alejandra Tellez y Alberto Trigo habían puesto una denuncia casi un mes después del supuesto fallecimiento. Tuve todos sus datos en la pantalla del ordenador de Jessica e intenté dar con el final de esa denuncia, pero no encontré nada. Dudé sobre si llamar a mi mujer pero para qué, seguí investigando con lo que tenía frente a mis ojos; si después de eso la necesitaba, entonces la marcaría.

A quién sí llamé fue a esos dos padres que tanto sufrimiento arrastrarían, tantos años después.

—Buenos días —dije en cuanto descolgó—. ¿Hablo con Alberto Trigo?

—Sí, ¿de parte de quién?

—Soy la subinspectora Samanta Ruiz, de la policía nacional, quería hacerle unas preguntas si puede ser.

—Sí... sí —dudó, estaba convencida que estaba escuchando su mujer—. Dígame.

—Es por una denuncia hace unos años contra el hospital San Marcos.

—Sí.

—¿Podría contarme un poco por qué la pusieron?

Silencio. No me lo esperaba, pero puede que fuera porque ellos tampoco se esperaran esa llamada.

—¿Es una broma?

—No, Alberto, soy de la policía de verdad. Estamos investigando sobre un posible caso de robo de bebés y nos llamó la atención su denuncia.

—¿Es por lo del ministro?

—Me gustaría que me contestara, nos ayudaría mucho a la investigación —contesté intentando que no se hicieran ilusiones ni que relacionaran sin pruebas ambos conceptos.

—Verá, subinspectora... —carraspeó la garganta después de unos segundos—. Mi mujer dio a luz a nuestra hija, Isabel. Sin embargo en cuanto la niña nació, se la llevaron a una sala que estaba al lado. Yo me quedé con ella para saber si estaba bien y como vi que tardaban fui en búsqueda de mi hija. Sin embargo, me dijeron que lo sentían mucho pero que no había sobrevivido. Explicaron que había venido con el cordón enredado al cuello y que se había asfixiado.

—¿Logró verle?

—No... —suspiró rendido—. Y mire que lo intenté, les grité e incluso pegué a uno de los enfermeros. Pero ni con esas.

—¿La incineraron?

—No, la enterramos.

Enseguida me incorporé poniéndome hasta de pie, asustando a Lidia, esa respuesta no me la esperaba.

—¿La enterraron?

—Sí. Nos costó, pero los convencimos. Insistieron en que la incinerásemos, que era lo mejor debido al estado de la niña; pero no quisimos.

—¿Y no vieron el cuerpo?

—No. Fue ataúd cerrado todo el tiempo. Un doctor nos dijo que era lo mejor para evitarnos traumas. De hecho... Bueno... Hemos pedido varias veces abrir el ataúd, pero no tenemos manera de que nos escuchen.

Miradas de inocencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora