POV SAMANTA
No me hizo falta despertador, para qué. Usar un sonido infernal creado por un teléfono móvil para avisarte que tenías que dejar de descansar para activarte, en mi caso, estaba sobrevalorado. Sobre todo teniendo en la habitación de al lado a Martina, quien a las siete y cuarto de la mañana decidió que ya valía: había que comer y empezar el día. Como si ella tuviese algo que hacer aparte de dormir, comer, llorar y cagar.
—Voy yo —dije enseguida viendo como Jessica hacia amago de levantarse—. Duerme un rato más, cariño —susurré dándole un beso en la cabeza—. Preparo el desayuno y luego ya te levantas.
—Vale...
Todavía lo recordaba como si fuese un maravilloso sueño.
Después de ver una película que me decepcionó bastante, me di una pequeña ducha sobre las moche y, tras echarle un último vistazo a Martina para que todo estuviera bien, me metí en la cama. Miré el libro en mi mesilla con duda, pero me notaba cansada y quería dormir algo más de seis horas. Qué ingenua fui. Jessica me había mandado un mensaje diciéndome que llegaría sin falta, el caso iba mejor de lo que pensaba cuando llegó. Le di las buenas noches, apagué las luces y por última vez antes de cerrar los ojos, vi que eran las doce y media. Me dormí enseguida, hasta que unos labios y, sobre todo, una mano rebelde me hizo levantarme de golpe. Jessica. Había llegado sin decirme nada, de sorpresa y entre la oscuridad. La sorpresa y la alegría fueron de tal calibre que me importó una mierda no dormir, nuevamente, más de cinco horas. Adoraba a mi mujer por muchísimas razones, y una de ellas era esa, estaría cansada después del trabajo y del viaje; y sin embargo, ahí estaba, dándome unas buenas noches espectaculares bajo las sábanas de nuestra cama.
—¿Quién vino anoche de sorpresa, mi amor? —pregunté a Martina como si me respondiera—. Mamá, ¿a qué sí? ¿Quién te quiere a ti? Mamá también.
Le había dado ya su desayuno, Martina estaba lista para empezar el día. Preparé con ella en brazos los dos cafés y algo para comer, todo en una bandeja para llevársela a la cama.
Fui a la habitación levantando la persiana ligeramente, viendo como Jessica seguía igual que la última vez que había cerrado los ojos; boca abajo, como siempre, y con su hermoso trasero dándonos los buenos días a mí y a mi hija, pero sobre todo a mí.
—Buenos días, mamá —dije con la supuesta voz de Martina—. Mira a quién tenemos aquí.
Frunció el ceño ubicándose en la habitación, dio dos gruñidos y tras dar una vuelta frotándose los ojos con las manos; sonrió.
—Hola.
—Hola —repetí moviendo la mano de Martina a modo de saludo—. Martina se va a quedar con mamá para que yo pueda traer el desayuno.
Así hizo, apoyó a mi hija sobre su cuerpo; colocándola de tal manera que no se movió en absoluto. No tenía la menor duda que el cuerpo de Jessica, para Martina, era como un templo a la tranquilidad. Nunca lloraba en sus brazos si no tenía necesidad, se calmaba a los pocos segundos de tenerla y siempre que la colocaba por las mañanas sobre ella, prácticamente se volvía a dormir. Y para mí, esa imagen, me provocaba unas mariposas en el estómago que no sentía desde la primera vez que conocí a Jessica Jenkins.
—Interpreto que el caso fue bien —dije dejando la bandeja del desayuno entre nosotras, provocando que Jessica se incorporara un poco moviendo lo menos posible a una Martina que mantenía los ojos abiertos y respiraba al compás de su otra madre—. Si llegaste tan pronto...
—No lo cerré, realmente. Teníamos al sospechoso y para mí fue suficiente. Si me hubiese quedado a cerrarlo suponía un día más y realmente era una redada a un prestamista. —Se encogió de hombros dándole un sorbo al café—. Cogí al malo, el resto se lo dejé al inspector. Vi que había un vuelo a las once y no me lo pensé —dijo acariciando la espalda de Martina—. Era mucho mejor llegar y daros un beso a cada una, antes que quedarme allí y ganarme una firma en un informe que me daba igual.
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Miradas de inocencia.
Ficción GeneralJessica Jenkins tendrá que enfrentarse a los poderes del estado y a una decisión personal que podría cambiar su vida. Samanta no querrá que lo haga sola, pero, no quedará otro remedio cuando la seguridad de Martina, su propia hija, esté en peligro.