POV SAMANTA
Cuando puedas ven a mi despacho. Tú sola.
Me imaginaba qué quería. Levanté la vista, Jessica estaba sumergida en su ordenador, pegada al teléfono y maniobrando mil cosas con el caso. A mi lado, Lidia, miraba algo en su móvil, seguramente, contándoles a sus amigas lo que le estaba pasando. Aunque dudaba de que fuera así porque no podía contar nada. Quizás estaba en Instagram o en Twitter.
—¿Queréis un café o algo?
Lidia negó y mi mujer ni siquiera contestó.
—Voy a dar una vuelta a la manzana, que me de el aire, ¿vale?
Asintió desde su mesa, marcando y llevándose el teléfono a la oreja.
Llegados a ese punto, la nana de Martina se había enterado que íbamos contra el ministro, lo que Jessica estaba tramando y los pasos que estaba siguiendo. Lo escuchaba todo, pero si a mi mujer le había dado igual, yo no tomaría medidas al respecto. Bastante que no había rechistado con estar todo el día con nosotras, no había abierto la boca, pendiente de Martina, de jugar con ella, cambiarle el pañal, darle de comer... Lo que hiciera falta cuando yo estaba más pendiente de ayudar a Jessica, ahí estaba Lidia. Una gran ayuda.
Crucé la planta mirando alrededor, pero la poca gente que había, estaba metida en sus despachos. Llamé a la puerta y abrí. Me indicó con la mano que pasara dado que estaba hablando por teléfono. Esperé hasta que terminó, aunque no duró mucho.
—De acuerdo, Ernesto. Lo haré. Sí. Gracias. Adiós. —Fue lo último que dijo antes de colgar y señalarme la silla para que me sentara—. He estado hablando con el ministro del interior sobre la decisión de Jessica de dejar el cuerpo.
—Creo que deberías de haber esperado a que ella te lo dijera...
—No. Y vas a entender por qué. Quiere hablar contigo.
—¿El ministro?
—Sí. Cree que la única que puede convencer a Jessica eres tú.
—Jaime...
—Ya le he dicho que tú no te vas a meter y que no la vas a alentar a que siga en el cuerpo. Aún así ha insistido en hablar contigo —explicó dándome un papel—. Mañana te espera a las doce en su despacho. Te pediría que no se lo dijeras a Jessica.
—La última vez que le oculté información acabó muy mal la cosa.
—Te lo agradecerá si lo haces. El ministro ha hecho una llamada y recibido otra, ambas en la misma dirección. El rey quiere agradecer a Jessica su labor y le van a conceder el premio de su majestad por su extraordinario trabajo todos estos años.
—¿Cómo? —pregunté incorporándome en la silla.
—No solo eso. Sino que quieren darle la llave de la ciudad y la medalla al mérito. Son los únicos reconocimientos que le quedan.
—¿El premio del su majestad? —Jaime asintió sonriendo—. ¿Me estás vacilando?
—No, Sammy. La gala es dentro de dos meses y ya sabes que es retransmitida por todos los canales de le televisión...
Jaime habló algo de ir de uniforme, de un protocolo y no sé qué más. No le presté mucha atención porque yo solo pensé en Jessica y en su cara, en cómo lloró delante de mí al confesarme que no podía más.
Era muy egoísta estar haciendo eso y no podía ser partícipe.
—Jaime... No puedo. Y tú tampoco deberías. Ella... Ella no está bien y créeme si te digo que no es una decisión que acabe de tomar, la lleva pensando mucho tiempo. Se siente mal, abrumada, cansada, en el límite... Le gustaba su trabajo por la adrenalina pero ahora no tiene eso; solo ordenes, papeleo y, sobre todo, claudicaciones.
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Miradas de inocencia.
General FictionJessica Jenkins tendrá que enfrentarse a los poderes del estado y a una decisión personal que podría cambiar su vida. Samanta no querrá que lo haga sola, pero, no quedará otro remedio cuando la seguridad de Martina, su propia hija, esté en peligro.