Dejarlo todo.

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POV JESSICA

Me levanté mucho antes de que Martina se pusiera a llorar. Ni siquiera quise mirar el reloj, me daba igual; esa mañana, todo me daba igual. Fui a por mi hija, despierta, no dudaba de que si hubiera tardado unos minutos más, habría exigido nuestra presencia de alguna manera.

—Hola, cariño —susurré viendo como elevaba los brazos con una enorme sonrisa que ocupaba casi toda su cara—. Ya estoy aquí —dije llenándola de besos—. ¿Tienes hambre?

Decidí esperarme un poco hasta que ella misma demandara el desayuno. Cuanto antes la acostumbráramos a comer a ciertas horas, mejor sería en un futuro. Por eso volví a nuestra habitación, viendo que ella se entretenía con algunos mechones de mi pelo. Revisé mi móvil comprendiendo que eran las siete menos veinte de la mañana, y que tenía tres correos por leer.

No, no los leí. Me tumbé en la cama colocando a Martina a cada lado de sus madres, viendo como Samanta todavía dormida plácidamente. Me puse a jugar con ella, sonriendo y en silencio; lo único que lo interrumpía eran sus balbuceos aleatorios.

Eso era lo que yo quería para todos mis días, despertarme con mi hija y con su madre; dejar todo lo que me esperaba fuera a un lado, y es que cada día me pesaba más.

Me di cuenta al primer mes de volver tras adoptar a Martina que mi trabajo no me gustaba tanto como pensaba en un principio. Era cierto que la adrenalina que sentía muchas veces me daba un plus de felicidad que necesitaba, pero no lo compensaba. Ni siquiera los reconocimientos, las medallas o lo que quisieran darme; tampoco un aumento de salario. Nada iba a compensar lo que sentía cuando entraba en mi casa y escuchaba la verborrea de Martina en brazos de Samanta. Eso era lo que yo quería en mi vida, y todo lo demás, me importaba cada vez menos.

El despertador de Samanta a las siete se apagó enseguida, lo justo para evitar que mi hija se pusiera a llorar amargamente. Se giró sorprendida, mirándonos a las dos y sonriendo.

—¿Y esta visita? —preguntó dándonos un beso a cada una—. Buenos días. Hola, mi amor —le dijo a Martina con esa voz tan aguda y tan ridícula, pero que me encantaba—. ¿Cómo ha dormido lo más bonito de esta casa?

—Regular.

—Jess, cariño, eres muy guapa y estás muy buena; pero dejaste de ser lo más bonito. —Sonrió cogiendo a Martina en brazos—. ¿No has dormido bien? Pensaba que anoche te dejé bastante cansada.

—Lo hiciste —asentí acercándome a ellas, pasando mi brazo por la espalda de Samanta para que se acoplara sobre mí—. Tengo demasiadas cosas en la cabeza, ese es el problema.

Nos tumbamos lo más juntas que pudimos la una de la otra, admirando como Martina, sentada en la cama, se peleaba con la sábana de nuestra cama.

—El pensamiento de dejar el cuerpo cuando estamos así las tres se hace más presente.

Nunca habíamos hablado de ese tema, probablemente Samanta no había dedicado a ese pensamiento ni un solo minuto en su cabeza, jamás. La idea de que yo me planteara dejar el cuerpo era un tema que nunca habíamos tocado porque ni siquiera se lo planteaba.

Y prueba de esto fue cuando me miró fijamente, ni siquiera sorprendida, no tenía ningún gesto en su rostro; simplemente me miró.

—¿Como que dejar el cuerpo? ¿Qué dices?

—Lo que oyes —respondí volviendo mi vista a Martina, sintiendo la de Samanta clavada en mí—. No lo voy a dejar, pero me lo planteo muchas veces. No quiero estar donde estoy. Llevo muchos años ahí y desde que adoptamos a Martina me pesa cada día más. Y no solo por ella, sino también por ti. He perdido la cuenta de las noches que llego tarde y estáis dormidas, que te dejo plantada en el parque con el paseo... Tampoco veo a mi padre. Estoy muy cansada de todo esto.

Miradas de inocencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora