Una nueva vida.

524 47 12
                                    

POV SAMANTA

Bajé las escaleras con el interfono en mi mano. Había sido un día de locos, pero había merecido completamente la pena. Todo el país había visto la cara de mi mujer, pero por primera vez, para reconocerla todo el mérito.

Vi los tres premios en una mesa que había en el pasillo. Guardadas en la sus respectivas cajas; y entonces, abrí la más importante de todas. Aquella que muy pocas personas tenían, la del rey. La mayor condecoración que podían darte en el país.

Recordé la primera vez que le habían dado a Jessica una medalla honorífica; o por lo menos, la primera de la que yo fui consciente. Hicieron un pequeño evento que fue comentado por casi todas las comisarias, incluida la mía por aquel momento. Jenkins era un apellido que cada vez resonaba más fuerte para los más veteranos; porque para los que acabábamos de salir de la academia, lo conocíamos perfectamente. Todas las metas llevaban su nombre, a lo que aspirábamos todos cuando estábamos allí, era a alcanzar a Jenkins. Si ella lo había hecho, por qué no podía hacerlo otro después. Claro que, enseguida te dabas cuenta de que no, que Jessica Jenkins solo había una... Y solo habría una.

Esa misma mañana, le había colocado las siete condecoraciones que tenía en su uniforme de gala. Yo apenas tenía una. Tener siete estaba fuera de lo común en el cuerpo. Se solían tener tres, cuatro como mucho... Pero no siete. Sin embargo, ella las tenía.

Nos habíamos levantado temprano. Ella misma había preparado a la niña con un traje ridículamente pequeño que había encargado a mano, era como tener una pequeña agente de policía con nosotras. Habíamos desayunado y nos habíamos vestido. Me quedaba solo ponerme la chaqueta y la gorra, cuando vi que se quedaba mirándose frente al espejo; y quién iba a decirme que, en el fondo, estaba nerviosa por recibir semejante reconocimiento nacional. Fue entonces cuando le coloqué cada una de sus condecoraciones en el pecho; que se vieran por televisión, que todo el mundo fuera consciente de la pedazo de mujer que teníamos la suerte de tener... Pero sobre todo yo.

No tenía la menor duda de que al día siguiente, su cara protagonizaría las páginas de todos los periódicos del país. Y por supuesto, me los compraría todos y cada uno de ellos. Estaba convencida que mi suegro, haría lo mismo.

A quien por cierto, le habíamos pedido la casa unas semanas.

Cumplimos nuestros planes. En cuanto acabó la gala, cogimos las cosas que ya teníamos preparadas, y nos encaminamos hacia el pueblo. Me había pedido una excedencia de cuatro meses. Era el tiempo que Jessica me había pedido, porque evidentemente, lo había gestionado ella casi todo.

Salí al jardín, viendo que ella estaba allí; sentada en una hamaca, mirando el cielo, tan diferente al de la capital. En chándal, lejos también de la elegancia del traje oficial con corbata y americana; a mí me gustaba de todas las maneras.

—He pedido la cena —dijo sorprendiéndome—. Para celebrar lo de hoy con una cena llena de calorías.

—Eso sí que es sorprendente —contesté sentándome por delante de ella para apoyarme en su pecho—. ¿Está bonito el cielo?

—Precioso. Cuatro meses aquí es lo mejor que hemos podido hacer.

Estaba de acuerdo. El pueblo de Jessica tenía esa tranquilidad que no te daba la ciudad. No había apenas ruido, mucho menos gente; y la casa de sus padres era increíblemente acogedora. A mi parecer lo teníamos todo, porque incluso estábamos las tres juntas y solas.

Era maravilloso.

—Creo que voy a aceptar la propuesta del presidente.

Me pilló desprevenida, por eso me incorporé girándome para mirarla.

Miradas de inocencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora