El gato.

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POV SAMANTA

Esa mañana me tocaba a mí entrar más tarde. Jessica tenía concertada tres reuniones, dos de ellas a primera hora. Así que me había quedado en casa con Martina, haciendo ejercicio hasta que Lidia llegó a las nueve y media. Desayuné, me duché y puse rumbo a mi puesto de trabajo.

Cuando llegué, los tres ya estaban inmersos en sus ordenadores y en los papeles; podíamos ser la sección de todo el cuerpo que más papeles gastaba, y por ende, quién más árboles talaba. Yo agradecía seguir usando papel porque muchas veces, en el ordenador, no lo enfocabas de la misma manera.

—¿Algo nuevo, chicos?

—Nada importante —dijo Héctor.

—Yo quiero comentar tres cosas —respondió Fran—. Han llegado muchas reclamaciones por la nueva peatonalización del centro en Casarrubias, he contado un centenar de llamadas en Roquetas por una discoteca y alarmas en un restaurante de Hidalgo porque al parecer no tienen licencia de cocina.

—Vale... Mandad una patrulla de incógnito al restaurante y que vean qué servicio se da. Miramos que licencia tiene y en función de esto, actuamos de una manera o de otra —ordené—. Que otras dos patrullas se acerquen a la discoteca y comprueben la licencia, el aforo y los decibelios; si cumplen toda la normativa, no vamos a poder hacer gran cosa. Y en cuanto a lo de Casarrubias...

—Podemos aumentar la presencia policial —añadió Héctor.

—Eso en realidad no cambiaría mucho, ¿cuál es el problema exactamente?

—Un poco de todo, se implantó hace dos meses y hay coches que no lo saben, peatones que se quejan...

—Yo eso lo veo un problema más gubernamental que nuestro —dijo Diana.

—Yo también —añadí—. En principio no creo que podamos hacer nada.

—¿Lo descarto entonces?

—Sí. Hasta que no tengamos nada más, no es nuestro asunto. Los otros dos vamos a estudiarlo detenidamente y en función de eso, actuamos. ¿Nada más?

—Yo —dijo Diana—. María Dolores, ¿te acuerdas? —Asentí acordándome que era la mujer del gato desaparecido—. Ha vuelto a denunciar. Los mismos hechos, la misma narrativa, todo igual.

Pedí que me dejara toda la información que había recopilado Diana sobre ese asunto, y mientras yo leía, ellos debatían qué hacer con ello. Que si era una esquizofrénica, que si no había que hacerle más caso, que solo quería un poco de atención... Seguramente que sería la misma opinión que los agentes que habían registrado la denuncia.

—Quiera atención o no, la está pidiendo a gritos; así que es hora de hacerle una visita —dije viendo su domicilio, calculando que tardaría casi dos horas en ir y volver—. ¿Alguna compañía?

—Yo, si quieres —dijo Diana—. Al final estoy al tanto de todo.

—Pues venga, cuanto antes salgamos, antes llegamos.

María Dolores tenía cuarenta y ocho años. No figuraban trabajos a su cargo y tampoco el cobro del paro. Imaginé que se dedicaba a su familia hasta que dejó de tenerla. Clara, su bebé, nació hacía diez años, en el hospital San Marcos. Según su partida de defunción, nació con el cordón umbilical alrededor del cuello, los servicios médicos no pudieron hacer nada para salvarle la vida. Un entierro que tuvo lugar en la misma localidad donde vivía ella. En cuanto a su marido, Vicente, era empleado en una cadena de restauración, encargado según el contrato de trabajo que Diana había conseguido. Divorciados desde hacía seis años, no dudaba que la causa había sido la muerte de su hija. Busqué también su domicilio, residente en la misma localidad pero prácticamente a la otra punta.

Miradas de inocencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora