Una mujer.

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POV JESSICA

Treinta repeticiones y cinco series. Era lo último que me quedaba tras unos seis ejercicios anteriores. Había hecho una breve pausa, tirada en el suelo, ayudando a Martina a colocar unos bloques de un nuevo juego que le habíamos comprado.

—Aquí. ¡Bieeeeen! —exclamé aplaudiendo—. Ahora tú, cariño.

Intentaba distraerme con Martina, porque como mirara una sola vez más el teléfono sin una sola noticia de Samanta, llamaría al puto ejército... Y necesitaba calmarme.

—¡Muy bien! —Aplaudí con sus manos mientras mi hija se reía—. Otra vez, y mientras termino los ejercicios.

Dejé un beso en su cabeza y me dirigí al banco, cogí las mancuernas; y justo cuando tomaba impulso para proseguir, el sonido de la puerta principal de la casa, llegó a mis oídos. Lo dejé en el suelo de inmediato, sorteé a Martina y su manta y salí al pasillo.

—Perdón, perdón, perdón, perdón —repitió mil veces más por el pasillo hasta darme un beso—. Perdí completamente la noción del tiempo.

—Haberme avisado, amor. Me asusté mucho al ver a Lidia aquí todavía.

—Lo siento... —dijo buscando a Martina, agachándose para darla un beso, mirando las mancuernas que estaba usando—. Dios... Encima hoy te tocaba correr, ¿verdad? —Asentí sentándome en el banco para terminar de una santa vez—. Perdona, de verdad. Hola, mi amor —susurró dándole mil besos más a mi hija.

—Si te perdono —contesté—. Pero, ¿dónde demonios te has metido? ¿Tanto trabajo has tenido?

—No —respondió de inmediato cogiendo en brazos a Martina—. Pero me fui con Fran a arreglar unos asuntos y se me fue la hora.

—¿Algo de lo que me tenga que preocupar?

—Ya lo habrías sabido. Hoy hago yo la cena a cambio, ¿te queda mucho?

—No. Un par de series más y acabo.

—Vale, pues ya me ocupo yo.

Salió de la habitación con mi hija a cargo. Así que terminé con los ejercicios. Sesenta veces, dos sesiones y con un descanso de dos minutos entre ambas.

Odiaba y amaba el ejercicio a partes iguales.

Aproveché que Samanta seguía jugando con la niña para ducharme; luego ya me haría cargo de ella cuando mi mujer preparase la cena.

Porque así fue, en cuanto estuve lista; yo me encargué de Martina y ella de la cena.

—¡Es Lucía! —gritó desde la cocina en cuanto escuchó mi móvil.

—Jenkins —contesté con Martina en brazos.

—Bea dice que recuerda cuatro en la que era accionista. Lo he comprobado ya y sí, sigue siendo accionista.

—¿Algo que te haya llamado la atención?

—No. Compra y venta en función del mercado, todo muy normal. ¿Ha encontrado algo con los trabajos de Julián?

—Todavía no, lo cual me llama mucho la atención. Voy a necesitar algo, Lucía, creo que ha llegado el momento. —El silencio de la periodista me valía como espera ante la respuesta—. Quiero hablar con Beatriz.

—Vale... —Suspiró—. Hablaré con ella y se lo comentaré. Sabía que tarde o temprano me lo iba a pedir y he ido allanando el terreno, pero no es fácil de convencer.

—Es muy importante.

—Lo sé, lo sé. Le llamaré, inspectora. Buenas noches.

—Buenas noches, Lucía. —Colgué—. Cuanto se pierde la policía con esta chica.

Miradas de inocencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora