Mejor me voy.

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POV SAMANTA

Me senté frente a mis padres con muchas menos ganas de estar allí que unos minutos atrás. La había cagado, mucho. Jessica llevaba razón en una cosa: ni siquiera le había preguntado, asumí que no aceptaría la posibilidad de hablar con él, y sin embargo, lo haría. Pero yo ni siquiera había confiado en ella para comentárselo, simplemente, tomé una decisión... En la que ella no estaba.

En cualquier caso, ese era un tema del que me tendría que ocupar en otro momento, pues estaba sentada en aquella cafetería para algo mucho peor.

—¿Todo bien, hija? —preguntó mi madre.

—Tengo poco tiempo y pocas ganas de estar aquí —respondí mirando a mi padre—. Así que no quiero juegos, dime la verdad.

—Al poco de entrar en la cárcel me di cuenta que allí, pases el tiempo que pases, lo mejor es no llamar la atención y sobre todo, no meterte en problemas. Eso hice. Empecé a leer, estudié mucho y llevé un taller de pintura de cera para los presos. Conocí a Thiago, un buen amigo, y él fue quién me hizo ver lo equivocado que he estado siempre contigo. Eres mi hija y... —Negó con la cabeza agachándola, como si de un momento a otro fuera a llorar—. Lo hice todo mal, Sammy. Sé que no me merezco tu perdón porque hice algo imperdonable. Me merezco el infierno, lo peor que podáis darme...

—No quiero escuchar cómo te lamentas —interrumpí—. ¿Por qué estás aquí después de todo?

—Como te he dicho, en la cárcel estudié mucho. Me saqué un cursillo de ferretero y cuando salí, lo único que podía hacer era trabajar para ello. Busqué un empleo e intenté volver a tener una vida de persona normal. Fue entonces, un día al llegar a casa de noche, cuando me di cuenta de lo mucho que echaba de menos a tu madre —explicó agarrando una de sus manos—. Recordé todo lo que Thiago me había dicho y... Quise intentar enmendar el error que cometí.

Entonces llegó el silencio.

Los tres me miraron a mí, esperando una reacción porque el relato de mi padre se acababa ahí, en un cuento mal contado sobre lo mal que lo había pasado y lo arrepentido que estaba. Pero yo, ni siquiera podía pensar con claridad, ¿podía ser así de fácil? Unos años en la cárcel y salía siendo una persona completamente diferente.

Me quité de pronto la chaqueta, enseñándole el brazo donde tenía aquella pequeña cicatriz, una marca en mi piel más clara que el resto.

—El error que cometiste fue este, papá. Quisiste matarme. Sabías perfectamente quién era y aún así decidiste dar la orden de matarme. A tu propia hija.

—Lo sé, Sammy.

—¿Y ante eso me pides perdón y pretendes que todo esté bien?

—No, hija, para nada. Sé lo que hice, era un hombre podrido de odio. Ahora lo entiendo. Puede que no aceptara lo que eres, pero nunca debí traspasar esas líneas. Eres mi hija y debí apoyarte y quererte. Ahora lo sé.

Me froté los ojos, empezaba a tener una presión en la cabeza que se convertiría en dolor. Miré por un momento mi móvil, como si de verdad creyera que iba a tener un mensaje de Jessica. Volví a mi madre, con cara de pena, esperando mi decisión, pero ni siquiera tenía una.

Por eso me levanté y me di media vuelta, escuchando cómo me llamaban, deseando que me quedara allí con ellos. Pero yo, sencillamente, no podía. Marqué a mi mujer en cuanto puse un pie en la calle, pero cada pitido significaba un eterno silencio y un gran enfado que me había ganado con todas las letras.

Caminamos en silencio todo el tiempo. Necesitaba pensar y mi cabeza no dejaba de hacerlo. Sin embargo, todo eran ráfagas de palabras, recuerdos, ideas y momentos mezclados que no me ayudaban en nada. A cada paso que daba, tenía la sensación de que me mareaba; no podía concluir nada por mí misma, no sabía ni por dónde empezar.

Miradas de inocencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora