POV SAMANTA
—Contadme.
Lo de cada día. Ordenamos y gestionamos todo como teníamos que hacer. Cansada de gente que solo molestaba por tonterías, no entendían que la policía sería más efectiva si nos dedicáramos más a lo que importaba de verdad que a lo que ellos entendían por problemas. A mí me daba igual que un señor le hubiera dado un golpe a otro porque le había quitado el asiento en el parque. Me importaba más poder llegar a tiempo a un riesgo de suicidio o a ponerle las esposas a un tío que juraba matar a su mujer si no volvía con él.
En cuestión de quince minutos organizamos los avisos y volvimos a nuestras tareas. Realmente desconocía que debían hacer ellos, cada uno de nosotros tenía una ordenanza particular; además de todo lo que gestionábamos en común. En mi caso, me tocaba atender esa mañana las solicitudes de innumerables agentes pidiendo favores, aumentos, soluciones... Lo que fuera.
—Samanta —dijo Diana llegando a mi mesa—. Tenemos un problema. —La miré—. Otra denuncia.
—¿María Dolores?
Me asintió dándome el papel donde venía formalmente la denuncia. Las mismas palabras, la misma narración que en las anteriores, excepto por una cosa; por primera vez ella reconocía que no había logrado ver a Clara. Denunciaba una desaparición que no existía, pero solo ese día, tras seis denuncias previas, la narrativa cambiaba.
—¿Qué hacemos?
—Me voy a quedar con ello —contesté.
—¿Vas a investigar la desaparición de un gato que no existe?
—No. Voy a investigar qué pasó con su hija. A lo mejor es que no sabe dónde está enterrada, incinerada o lo que sea. Hablaré con un psiquiatra para buscarle la mejor ayuda y a ver qué se puede hacer más. Pero es evidente que algo hay que hacer porque esta mujer no va a parar.
—Vas a gastar recursos en algo que no va a merecer la pena.
—Lo sé, pero mientras los de arriba no se enteren, no creo que pase nada.
Era muy consciente de lo que acababa de decir y por eso Diana me miró con esa cara tan particular. Escondérselo a los jefes implicaba algo mucho más profundo: ocultárselo a Jessica. Porque sí, evidentemente, aunque fuera mi mujer, en el trabajo era quién era; y si tenía que echarme alguna bronca, no le temblaba el pulso. Jenkins existía para todos, incluso para mí.
—Dime qué irás haciendo, así tienes a alguien que te cubra.
—Gracias, Diana.
Era una gran compañera, y aunque llevábamos menos de un año trabajando juntas; se había ganado mi total confianza. Solo esperaba que yo la suya también.
Me quedé todo el expediente que guardaba Diana desde el primer día que supo que había un problema con esa mujer. Tomé aire y abrí la carpeta. Tenía todos sus datos, su biografía, sus denuncias y poco más. Edad, domicilio, colegio... Toda su vida la tenía frente a mis ojos. Incluido su expediente en una clínica psicológica, imaginé, que esos fueron los que la diagnosticaron Esquizofrenia. Me centré particularmente en su hija, Clara, muerta en el parto, traía el cordón umbilical enrollado al cuello, no pudieron hacer nada. El doctor Milán fue quién atendió el parto pero también quién firmó el acta de defunción y la enfermera María Blanco. También me interesé de nuevo por el marido, a quién, tras ver su foto un par de veces; me decidí por coger el teléfono y llamarle.
—¿Dígame?
—Buenos días, Vicente. Soy la subinspectora Ruiz de la policía nacional. Me gustaría concretar una reunión con usted si es posible para hablarle de su mujer, María Dolores.
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Miradas de inocencia.
Ficción GeneralJessica Jenkins tendrá que enfrentarse a los poderes del estado y a una decisión personal que podría cambiar su vida. Samanta no querrá que lo haga sola, pero, no quedará otro remedio cuando la seguridad de Martina, su propia hija, esté en peligro.