Capítulo XXVII 🍷

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Jason Parker - Jay.

   Me considero una persona sumamente amable, educada y atenta. Más civilizado que todos los trajeados que asisten a este club de renombre.

   Llevo mis muchos años aquí, he visto de todo y he callado muchísimas veces. No por algo los "Jefes" me ven como alguien de confianza.

Arlene, Jefferson, Nathan y Caleb me confiaron lo más preciado que tienen: Maine Gale. Estoy al tanto de toda la bola que los envuelve. Sé de las oscuras intenciones de la rubia, de la intervención de Jeff, el interés que Nathan y Caleb tienen en esa pobre cristiana. Donde estará descansando dentro de unos meses, si es que Nathan no la termina cagando y adelantando lo inevitable.

Estoy con esta familia desde que tengo memoria, por ende conozco milimétricamente cada uno de sus secretos.

Mi trato con Arlene es meramente laboral. La niña de papi desde muy temprana edad fue entrenada para suceder a su padre, en todos los ámbitos y negocios. El legal y el... "otro". Las únicas veces que se dirigió a mí fue para recomendarme un par de cosas, y todas y cada una de esas veces me trato como su subordinado. Jamás en su perfecta y miserable vida me considero un par. Muchas veces la descubrí mirándome con recelo y hasta con asco.

Arlene Paulette James sabe que soy homosexual y a pesar de mostrarse súper "open mind" es bien hipócrita. Es como esas personas que van con la bandera del orgullo en alto pero si ven una pareja del mismo sexo besarse entra en crisis.

Ni hablar de su sequito de estúpidas que la siguen a donde vaya, creyéndose de su mismo nivel. Pero es necesario que sepan algo: Nadie jamás nunca estará a su altura. Ni siquiera sus propios hermanos. Pensar que la matriarca de la familia no era ni la sombra de lo que su retoño marchitado es. Si Doña Ariane estuviese viva, se volvería a morir al ver en lo que se convirtió su engendro.

No hace falta decirles que Jefferson fue mi mejor amigo, compartíamos todo. A veces acarreábamos a los menores en nuestras aventuras. A pesar de la diferencia de edad, supimos conectar de inmediato. Hasta que crecimos y la curiosidad nos envolvió. Tal vez el haber pasado gran parte de la vida juntos hizo que nos confundiéramos al grado de besarnos apasionadamente en una cascada, o que llegáramos a explorar nuestros cuerpos virginales una tarde de videojuegos. O perdernos un fin de semana largo en Aspen.

Luego de aquella aventura de cuatro días y tres noches, una confesión apresurada seguida de una acalorada discusión, todo se volvió en una ida y vuelta interminable. El problema entre nosotros fue que en uno el amor floreció, mientras que en el otro se estancó. Para colmo de males, el señor frio quiso incursionar en el mundo heterosexual y tuve que verlo desfilar con cuanta mujer cuadrada se topaba. Con el tiempo termine acostumbrándome y comprendí que lo nuestro no estaba destinado a ser.

El problema surgió cuando intenté hacer lo mismo que él, de tener mis encuentros casuales lejos de su jodido entorno con hombres mucho más dispuestos a dejar las paranoias de lado, pero él se las ingeniaba para aparecer dejando un claro mensaje explícito: Yo puedo, tú no. ¡Maldito psicópata castrador!

A todo esto quién estuvo ahí para levantar los pedazos no fue otro que Nate. Él me postulo para el puesto de barman. Sabía que había estudiado para eso y para chef profesional. De modo que cuando la solicitud fue aceptada, fui el primero en mudarme a la casona, con la intención de adquirir experiencia y alejarme del mayor de mis problemas. Pero eso no terminó ahí. Seguiría frecuentando a la muralla de metro ochenta y ojos grises. Mi tormento no iba a quedar en el pasado, claro que no.

Con los años seguimos teniendo nuestros encuentros, prometimos no volver a involucrar sentimientos, ni siquiera a volver a hablar de ellos. Pero el tipo me confunde llamando las cosas por: Nuestra habitación, nuestra casa, nuestro entorno, nuestras personas cercanas.

Madness ~ El Club de los condenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora