Capítulo VIII 🍷

8 1 3
                                    

  
   Bien Pipin, ésta mini mansión será nuestro hogar por los próximos meses. Y no estoy exagerando, es una mini mansión de dos plantas.

- Bienvenida a la casa de Gran…

- Ni se te ocurra. A ver si con eso invocas una nueva edición. – Advirtió en tono desafiante Caleb.

- Sí que eres aguafiestas. ¿Cuánto tiempo te queda para abandonar la “Casa más famosa del país”?

- ¡Jasón! –

De verdad que este dúo logra remover algo en mí.
Aferrada a la pecera de mi hijo no hijo, comencé a inspeccionar el lugar. Muy, muy bonito. No esperaba menos cuando el tocador de staff en el club era como un salón de belleza. Un momento, esa moto negra la conozco. ¡Demonios!

- ¡Hasta que se acordaron de volver! Pensaba que habían perdido a Gale en el camino.

- Maine. – Intentó corregir Jason mientras ponía los ojos en blanco.

Que no lo diga, que no lo diga. Odio como pronuncia mi nombre de esa forma tan sensual.

- Maine Coral Gale. – Lo dijo. Lo hizo saboreando cada silaba que compone mi identidad.

- Bonito nombre, para serte sincero. – Agregó innecesariamente Caleb.

La situación es la siguiente, se nota la relación de antaño entre Jay y Nathan. Pueden bromear libremente, hablarse de forma casual. Ahora Caleb solo se limita a sonreírle a medias y a evitar el contacto visual al hablar.

Nathan se acercó con la intención de tomar mi pecera. Yo como toda madre sobreprotectora mezquine la casita de Pipin mostrándome molesta mientras fruncía el ceño con firmeza.

- Cuando preguntaste por la mascota imaginaba un perro, hasta una iguana, jamás una ratita tan simpática.

- Es un hámster y no es tan amistoso como parece.

- Justo como su dueña ¿Me dejaras ayudarte o seguirás tomando distancia? – Susurro tan cerca de mi oído que tuve que hacer todo lo posible por mostrarme impasible.

- Si quiere, puede ayudarme con aquella caja azul. Son mis apuntes de la facultad.

Como si le hubiera pedido gran cosa, el tipo se fue muy animado moviendo las manos de un lado al otro silbando algo parecido a una canción.
Al ingresar a la mini mansión todo era brilloso, lujoso y ¿armonioso? En el centro del salón hay un hermoso juego de sillones color azul petróleo. La mesa ratona es blanca y la alfombra es bien peluda de color camel. Hay una pecera gigantesca cerca de uno de los ventanales donde hay diversa cantidad de especímenes.

Separado por una mesada blanca se encuentra la cocina, bastante amplia también. Hay una heladera doble puerta, un mini bar y dos heladeras exhibidoras, una con agua y la otra con refrescos. Dos microondas, un horno eléctrico ¿de verdad alguien cocina aquí? Yo no cocino, vivo a base de ensaladas compradas. Jay tenía razón, es muy similar a cierta casa famosa que trascendió hace unos años atrás. Falta ubicar las cámaras y ya está.

- Arlene dejo esto para ti. Son dos sobres, en ellos está la tarjeta de tu futura habitación, tienes que elegir uno. Dice que no quiere forzarte a nada. – Ja, no sé si reír o llorar –  Así que la elección está en tu, digamos, sano juicio.

Todo hubiera sido diferente y más relajado si no tuviera tres pares de ojos centrados en mi pobre ser. Me tomo el tiempo de dejar la pecera sobre la mesa ratona para luego alternar la mirada entre los sobres negros que se refregaban a escasos centímetros de mí cara. El bastardo estaba disfrutando la situación. Con osadía y firmeza decido clavar mis ojos en los de él. Desafiando al destino y haciendo de esto más largo de digerir.

Jay permanecía sentado en el centro de los sillones con las piernas abiertas y afirmando los codos sobre sus piernas, tenía los dedos entrecruzados y los ojos cerrados con fuerza.
Caleb seguía parado de brazos cruzados bajo el arco que dividía la sala de la cocina, tenía una mirada escéptica y una media sonrisa dibujada en su rostro.  Mientras que el imbécil ante mí, se balanceaba de atrás para adelante luciendo una sonrisa con tinte de añoranza. Tanta tensión por un simple sobre.

¡Zaz! Tomé uno de ellos y lo abrí sin apartar la mirada de esos desafiantes ojos negros. Su sonrisa se apagó al mirar el número que danzaba ante él. Confiada y sorprendida que el destino haya tirado a mí favor, baje la cabeza para ver el hermoso número cinco tan campante. Pero antes de virar la tarjeta se escuchó un  “mierda” tan bajito como sutil.

- ¡Bienvenida vecina! – Vocifero Nathan James con tono triunfante.

¡Maldito número del demonio! Nueve tuvo que salir. Porque sí, de no haber salido la historia terminaría aquí y déjame advertirte, querido lector, a partir de ahora las cosas se tornaran bien confusas tanto para tí como para mí....

Madness ~ El Club de los condenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora