Capítulo 18

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18. Un acuerdo

🏁Christian🏁

Les juro que le corte como dos mil palabras, y aun así, me quedó largo. Disfruten. 

La irritación burbujeaba en mis venas con la misma intensidad de dos días atrás, deshacerme de ella estaba siendo una tarea difícil y extenuante, había perdido la cuenta de todos los golpes que solté desde que inicié, hacía una media hora atrás. Desde niño aprendí a volcar las frustraciones en el ejercicio físico, no conseguirlo comenzaba a aumentar mi malestar. Esa fue la razón por la que solté un golpe que hizo que mi preparador físico rechistara.

El derechazo que asesté en el saco de boxeo fue tan fuerte que el eslabón que lo sostenía crujió por el movimiento, aun meciéndose posicioné mi cuerpo para lanzar otro golpe, ignorando el dolor punzante en mi hombro derecho que estaba resintiendo mi falta de dominio.

—¿Qué pretendes, Christian?

Román se apresuró por sujetar el saco que volvió a mecerse por el impacto, interponiéndose a mi objetivo, seguir golpeando. Estaba boqueando, casi sin aliento, necesitaba una pausa para tomar agua, sin embargo, no me detuve, con pequeños saltos rodeé el saco para golpearlo del otro lado.

—Entrenar como todos los lunes.

—Pero no de esta forma, tranquilo. Christian —insistió al darse cuenta de que no iba a obedecerle—. Pensé que solo ibas a calentar, vas a lesionarte el hombro de nuevo.

Pese a escucharlo continué soltando golpes con menos fuerza, para que el idiota que tenía vigilándome se calmara. En nuestra rutina de entrenamiento los lunes fortalecíamos mis piernas, al recordarlo, dio un par de saltos hacia atrás para patear el saco.

—Quítate —le exigí, cuando se puso frente a mí.

—Olvídalo, no quiero problemas y es lo único que estás buscando. Volvamos con tu rutina, ya tuviste tiempo suficiente para calmarte. ¡Christian! —insistió, plantándose frente a mí.

Tenía la firme intención de enfrentarlo, de usar mi fuerza para apartarlo de mi camino y continuar, sin embargo, el ruido proveniente de una puerta corrediza lo evitó. Ambos vimos hacia la izquierda, desde donde Javi nos observaba, con una inquietante serenidad que me desquiciaba.

—Deja que haga lo que quiera. Si se lesiona el hombro se acabó la temporada para él.

Román como todo mi puto entorno, le obedecía ciegamente a Javi, más aún cuando se mostraba tranquilo, pero serio, observándome como si fuera su hijo, y no solo un sujeto que lo hacía ganar mucho dinero. Respiré hondo con la vista en el piso, porque ver como mi preparador físico siguió su orden y no la mía, me cabreó mucho más.

—¿Por qué estás aquí y no preparando todo en el autódromo?

—Déjanos solos —Román no tuvo que escuchar la orden dos veces, de inmediato arrastró los pies hasta la puerta que cerró con suavidad como si no quisiera hacer más ruido—. Adelante, sigue golpeando el saco como un desquiciado. Cuando termines hablaré contigo.

Fuimos momentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora