Epílogo II

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Han pasado 182 años, lo sé, pero no podía ser de otro modo 😂Espero estén preparadas para leerse un capítulo larguísimo, como dos capítulos inmensos de los míos, ya me conocen

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Han pasado 182 años, lo sé, pero no podía ser de otro modo 😂Espero estén preparadas para leerse un capítulo larguísimo, como dos capítulos inmensos de los míos, ya me conocen. Disfruten de la lectura, que luego de esto solo nos quedan los extra que mi tiempo me permita escribir. Que si no votan ni comentan, no me van a alentar a hacer. Y bueno, ahora sí, muy buenas noches, y que vivan los hombres, Christian Baxter. 

Les amo, gracias por tanto ❤️✨

Epílogo

🏁Christian🏁

El familiar sonido de ladridos se filtró en el interior del auto, apenas crucé los portones corredizos. Busqué con la vista a la culpable de aquel ruido, mientras avanzaba con lentitud. La hallé a varios metros de distancia, saltando con una visible agitación, tan emocionada que emitía chillidos parecidos al llanto. No estaba dispuesto a admitirlo en voz alta, pero disfrutaba ser recibido de esa forma.

Apagué el motor y su reacción fue inmediata. Corrió a toda velocidad hacia el auto, su pelaje blanco se meció contra el viento con cada zancada que borró la distancia que nos separaba. Recogí mis cosas observándola saltar en mi ventana, estaba descontrolada, apoyándose en dos patas para llamar mi atención. Su impaciencia me obligó a presionar el botón que bajó despacio el cristal, y entonces el ruido se tornó insoportable. Nala lloriqueó como si no me hubiese despedido de ella, solo unas horas atrás. Metió la cabeza por la ventana para lamerme la cara, sin darme la oportunidad de hacer algo para evitarlo.

—Nala, debes de controlarte —aunque reaccionó a mi tono de voz enérgico, no se apartó del todo—. Si quieres que baje, dame espacio. ¡Nala, maldita sea, compórtate!

Mi grito la asustó lo suficiente para instarla a apartarse, tomé mis cosas y abrí la puerta finalmente, pero Nala no se movió al verme. Las piernas me temblaron en cuanto estuve de pie, mis músculos aún calientes por el entrenamiento pesado al que me había sometido, hormiguearon, ante el intento de dar un paso. Ignoré el cosquilleo y el malestar porque toda mi atención se quedó en la perra. Me observaba cabizbaja, con una mirada triste con la que solía manipular a Abril cada vez que intentaba disciplinarla. Aunque era inmune a sus ojos de cachorra, escucharla llorar me hizo reír.

—Ven, llorona —la animé a acercarse de nuevo, con los brazos abiertos. Nala saltó sin temor, emitiendo chillidos en un tono más alto—. Eres una idiota, tranquila. —Sostenerla me supuso un esfuerzo mayor por mi agotamiento, aun así, cedí a ella. La cargué a como pude, observando los dos autos estacionados a poca distancia—. ¿Me estabas esperando o solo huías del ruido que hay adentro?... Lo siento, ya deja de llorar —exigí, un poco desesperado por sus chillidos.

Su lengua áspera me rozó la mejilla un par de veces, mientras caminaba con dificultad por el extenso jardín, con ella entre los brazos. Estaba acostumbrado a aquellos lametazos, a su exceso de energía y a su manía por ser cargada como si fuese aún una cachorra liviana. Aunque Aby no quería reconocerlo, para ese punto, su perra era más mía que suya.

Fuimos momentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora