II. El asesino.

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Abandonaron los límites del castillo en extremo silencio, caminando junto a los caballos en lugar de montarlos. El grupo era reducido, constando de cuatro personas; el rey, su consejero y dos caballeros que se habían ofrecido para la tarea de protegerlo durante su pequeño gran recado.

Solo cuando estuvieron lo suficientemente lejos subieron a sus monturas y cabalgaron a través de la oscuridad, rodeando el castillo y cruzando una extensión del bosque hasta una gruta escondida entre la maleza. Abandonaron a los caballos tras amarrarlos al tronco de un árbol y bajaron por el pasadizo, siendo guiados por uno de los caballeros que cargaba con una lámpara de gas.

El camino era un simple pasillo que se fue expandiendo con cada paso hasta convertirse en lo que era el corredor de un calabozo. De la oscuridad pasaron a ver sus rostros iluminados por antorchas. El silencio fue reemplazado por un silbido lejano y el paso se les cerró por una reja oscura y gastada por el tiempo. Detrás de esta un guardia estaba sentado, distrayéndose con una moneda que movía entre sus dedos.

Namjoon carraspeó y el hombre se puso de pie de un salto, casi mordiéndose la lengua para detener sus silbidos.

—Su Majestad —murmuró, en shock—. ¿Qué hace aquí? Nadie me informó de su visita.

—He venido a ver a un prisionero.

—Pero aquí el único que está es-

—Lo sé. ¿Podrías abrirnos?

—Mi Lord, no estoy seguro de que-

—Abre la puerta, caballero.

No tuvo más lugar a ponerle trabas. Casi desesperadamente abrió la puerta, haciendo malabares para que las llaves no se le resbalaran de las manos. Cuando al fin pudo abrir el cerrojo se hizo a un lado y jaló con todas sus fuerzas para que la reja se abriera con un chirrido que resonó por todo el calabozo.

El rey fue el primero en cruzar el portal.

—Voy a necesitar hablar con el prisionero en privado, así que ustedes se quedarán aquí mientras lo hago —ordenó Seokjin sacándose la capucha de su capa. Bajo las antorchas su cabello blanco adquirió un color parecido al de la mantequilla.

—¿Irá solo? No creo que sea buena idea —insistió el guardia de antes, esta vez con la voz temblorosa.

—Sea buena idea o no, he venido hasta aquí para eso. Sé lo que hago —dijo en contraste con una pronunciación firme y final—. Entrégame la llave de su celda, por favor.

Fue físicamente notable el momento en el que, a los cuatro, los tres caballeros y Namjoon, se les cayó el alma al suelo. El consejero real se tambaleó un poco y los dos que los habían acompañado desde el castillo hicieron un esfuerzo para sostenerlo y evitar su caída.

—Su Majestad, no estará pensando entrar ahí, ¿verdad? No puedo solo dejarle que-

Puedes y lo harás. Ahora entrégame la llave.

El guardia le extendió la llave con una mano temblorosa y el rey se la arrebató rápidamente. Antes de caminar por el oscuro pasillo del calabozo que daba a las celdas le lanzó una mirada de advertencia a sus súbditos y les dio la espalda, alejándose con decisión al ritmo de sus botas chocando contra la roca que recubría el suelo.

En aquella parte no había ni una antorcha encendida y claramente era adrede; debajo de la tierra siempre era frío, pero en ese pasillo incluso más. Pasó frente a unas seis celdas, todas ellas vacías, hasta llegar al final, a la única ocupada por una sombra diminuta sentada contra la pared más alejada de los barrotes que lo mantenían atrapado.

Abrió y puso un pie dentro de la mazmorra, momento en el que sus ojos oscuros terminaron de adaptarse a la penumbra. El suelo estaba sucio y húmedo; algunos cuencos estaban esparcidos junto a sus pies y un olor desagradable lo hizo arrugar la nariz. Lo único que ocupaba aquella celda era un montón de paja que hacía de cama y el prisionero.

The Lost Assassin ♕ ksj + mygDonde viven las historias. Descúbrelo ahora