El cielo estaba despejado. Había pocas nubes, y el día era cálido, más que de costumbre en Hatelia, una aldea que se extendía en las faldas del Monte Lanayru. Un día perfecto para observar como las ranas saltaban en el estanque cercano a su casa.
Zelda, princesa de Hyrule, no estaba en el estanque, sin embargo. Se encontraba en el jardín de la escuela de Hatelia, tendida sobre la hierba fresca, observando el cielo. Había soñado con el cielo la noche anterior. No era la primera vez que le ocurría, pero el de la noche anterior había sido especial. No recordaba por qué. Y le frustraba olvidar sus sueños al despertarse.
Escuchó el crujido de la hierba que indicaba pisadas. Alguien se acercaba. Por suerte, no podrían verla; se encontraba en la parte de atrás de la escuela. A los niños no se les ocurriría mirar allí. Escuchó una vocecita aguda unos instantes después y sonrió para sus adentros.
—¡Princesa!
La sonrisa se le borró del rostro. Su plan había fallado. Eran demasiado listos, al parecer. Aunque para eso había decidido construir una escuela en Hatelia, al fin y al cabo.
Zelda se puso en pie de un salto y recibió a la pequeña que corría en su dirección con un abrazo. Astelia era una niña que no había salido de los confines de Hatelia todavía. Aun así, anhelaba ver mundo, y siempre escuchaba con atención las historias de Zelda.
—Llegas pronto hoy —dijo ella, separándose para poder mirarla.
—Dijisteis que terminaríais de contarme la historia de ayer si llegaba antes —respondió la niña. Le mostró una sonrisa amplia, con todos los dientes que le faltaban.
—¿Cuál era la historia de ayer? —preguntó Zelda.
—Era sobre los niños del bosque. Os quedasteis en la parte en la que al héroe solo le quedaba una semilla para ayudarlos a todos.
—Oh, ya lo recuerdo. —Zelda se acomodó sobre la hierba de nuevo e invitó a la niña a hacer lo mismo. Quedaba un buen rato para que llegaran los demás. Symon debía de estar dentro preparando la lección de aquel día—. Bien. ¿Lista para oír el final? Te advierto que tal vez no sea el que estás esperando.
—No me importa —respondió Astelia, negando con vehemencia. Sus ojos brillaban. Zelda no pudo reprimir una sonrisa. Le recordaba a sí misma, cuando era más joven y ninguna catástrofe había ocurrido y su madre aún vivía. Le contaba historias antes de dormir, y Zelda sospechaba que ella había tenido la misma expresión de Astelia ahora cuando era niña.
—Bien. —La niña se pegó un poco más a ella—. El héroe encontró al último kolog, otro nombre para los niños del bosque, agazapado entre la hierba, esperando que alguien de corazón puro pudiera verlo. Le entregó la última semilla, y el héroe puso rumbo al hogar de los niños del bosque, feliz pero también agotado por la larga búsqueda de todas las semillas.
—¿Cuántas tuvo que buscar?
Zelda sonrió, divertida, aunque Astelia no se dio cuenta.
—La leyenda dice que fueron más de cien.
—¿Más de cien? —repitió ella con una exclamación ahogada. Solo sabía contar hasta cien. Cualquier número más allá de eso era inconcebible para ella en aquel momento—. ¿Eso cuánto es?
—Novecientas, para ser exactos. —Astelia se quedó boquiabierta. Tal vez no conociera el número, pero debía de imaginarse la magnitud de aquel dato—. Nueve veces cien —añadió Zelda para que comprendiera.
—Oh —murmuró ella, aunque Zelda no estaba segura de que lo entendiera por completo. Para eso habían construido una escuela, de todas formas. Con el tiempo aprendería. Y recordaría la historia que la princesa le había contado hacía tanto tiempo, sobre el héroe que tuvo que encontrar novecientas semillas de los niños del bosque—. ¿Y qué pasó después?
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The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom
FanfictionCuando una extraña aura empieza a manar de las profundidades del reino y hace enfermar a todo el que se acerca, Link y la princesa Zelda, salvadores de Hyrule, viajarán hasta el corazón del reino en busca del origen del desastre. Aunque Link se encu...