Interludios (I)

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I

Algo terrible estaba ocurriendo.

Josha podía sentirlo. La tierra se estremecía levemente, haciendo que los muebles del refugio subterráneo del fuerte vigía se tambalearan. Los sirvientes que trabajaban allí sujetaban las montañas cajas de los almacenes, llenas de provisiones, para que no se desparramaran por el suelo. No sabían cuánto tiempo tendrían que permanecer escondidos allí abajo, por lo que todas las provisiones valían oro.

Si agudizaba el oído, le llegaban los ruidos sordos procedentes de la superficie. Parte de ella —la parte que todavía era una niña que se creía las historias de su abuela— temía que los gigantes de reinos lejanos hubieran regresado a Hyrule. Los ruidos eran sus lentas pisadas sobre la tierra.

La señora Prunia se reiría de Josha si pudiera escuchar sus pensamientos. Luego la reprendería. Le había enseñado que bajo ninguna circunstancia se debía recurrir a la superstición o concebir ideas inexactas sin tener pruebas.

La señora Prunia la había enviado de vuelta al fuerte vigía unas horas antes. Josha había protestado, pero Prunia la había hecho callar con una mirada severa. Josha jamás había visto a la mujer tan inquieta. No había apartado la vista del castillo en todo el día. Pedía informes a los guardias y exploradores que vigilaban los pasadizos subterráneos del castillo, por donde se habían ido la princesa y su caballero. Todos decían lo mismo. No hay novedades.

Josha acabó regresando al fuerte vigía, acompañada por los guardias que iban a ser reemplazados en el siguiente turno. Poco después habían empezado los temblores.

El capitán Ezko, a cargo del fuerte en ausencia de Prunia, había ordenado que todo el mundo se retirara al refugio subterráneo. Josha desconocía el motivo exacto, pero sabía que algo más estaba ocurriendo, además de los temblores. Sin embargo, la habían obligado a esconderse bajo tierra antes de que pudiera verlo con sus propios ojos.

Ahora, Josha estaba sentada sobre un cojín, en un rincón del refugio. Allí no estorbaría, aunque sería fácil encontrarla en caso de que alguien la necesitara. A su alrededor, el mundo era un caos. La gente corría de un lado a otro. Algunos, como ella, permanecían en una esquina, pegados unos a otros, a la espera. Otros murmuraban entre sí, mirando hacia arriba, como si así fueran a descubrir lo que estaba ocurriendo.

Josha estaba preocupada por la señora Prunia. Podía ser una mujer excéntrica, tal vez con expectativas poco realistas de una aprendiz en ocasiones, pero con el paso de los meses Josha le había cogido aprecio. Era una mujer de la que se podía aprender, y no solo porque fuera la persona más longeva de todo el reino. Por algo Josha había insistido tanto en convertirse en su pupila, después de todo.

La tierra volvió a temblar. Josha escuchó los gritos procedentes de la superficie. Seguía habiendo guardias arriba.

Zheline, la esposa de Rotver, se acercó a ella, abriéndose paso entre el caos. La mujer tenía el rostro pálido, pero le mostró a Josha una sonrisa forzada de todas formas.

—Ten, cielo —dijo, dándole una manta—. Dudo que nos dejen salir de aquí por el resto de la noche. Pero al menos no pasarás frío.

—Gracias, señora Zheline —dijo ella mientras aceptaba la manta. La extendió sobre su regazo, aunque el peso cálido no le proporcionó ninguna comodidad—. ¿Hay noticias sobre la señora Prunia?

Hacía unas lunas, cuando llegó al fuerte vigía, ni siquiera se habría atrevido a hablar sin que se dirigieran a ella primero. ¿Quién podría culparla? Casi todo el que vivía en el fuerte tenía una gran reputación. La mismísima princesa de Hyrule pasaba por allí a menudo.

The Legend of Zelda: Tears of the KingdomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora