Capítulo 39: El primer asalto

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—Mi señora, creo que deberíamos...

—Ni hablar, Adine.

—Con todos mis respetos, creo que estamos precipitándonos y...

Riju alzó la vista del mapa con brusquedad. Adine cerró la boca al instante, aunque Riju sabía que solo lo había hecho porque no se encontraban a solas. Varias de sus oficiales estaban presentes, y Adine no quería demostrar confianzas excesivas con su señora en situaciones así. La mujer se lo había explicado a Riju desde que ella era una niña; había intentado por todos los medios que la vieran como una líder incluso entonces.

—No pienso seguir quedándome de brazos cruzados —dijo Riju. Las mujeres, que habían estado murmurando planes de ataque entre ellas, cerraron la boca de golpe—. La destrucción del Bazar Sekken acabaría destruyéndonos a nosotras también. Estoy segura de que no necesitas que te recuerde su importancia.

Adine asintió con la cabeza y no emitió más protestas, aunque Riju conocía bien a la mujer. Había apretado los labios de forma casi imperceptible.

Adine no estaba de acuerdo con aquel plan, y Riju mentiría si dijera que no le preocupaba. Adine era una guerrera inteligente. Precavida. Riju siempre se había fiado de su buen juicio. Sin embargo, no podía echarse atrás ahora. Debía hacer aquello para lo que la habían entrenado desde niña.

—¿Tenemos alguna idea de un número aproximado de enemigos? —preguntó Riju a sus exploradoras.

—Alrededor de cincuenta, tal vez —respondió una de ellas, con las ropas cubiertas de arena. Aún estaba sin aliento por la carrera—. Avanzaban muy despacio, pero ya sabéis cómo son los gibdo, mi señora.

—Que un equipo se adelante al Bazar Sekken. Evacuad a todo el que no pueda luchar. Que vayan hasta el cañón, si es necesario.

Teake se apresuró a obedecer. Seleccionó a siete guerreras. Mientras tanto, Riju se acercó a Link, que trabajaba sin descanso en uno de los sillones de la sala común. Se habían congregado allí porque la sala de reuniones de Riju era demasiado pequeña para albergarlos a todos.

Una soldado le entregaba armas cuando él terminaba con la anterior. Las gerudo lo miraban con más recelo todavía, ahora que sabían de sus extrañas habilidades. La soldado junto a él le lanzaba miradas de reojo, y muchas se sobresaltaban cada vez que su brazo derecho se iluminaba con una luz verde.

—¿Está... funcionando? —preguntó Riju. No sabía cómo referirse al poder de Link. Detrás de ella, las conversaciones continuaron.

Link alzó la vista. Sostenía una lanza y un colmillo de lizalfos ignífugo, propio de la región de Eldin. Cuando Riju había explicado lo que podía hacer, las gerudo habían buscado todos los recursos necesarios para preparar las armas lo mejor posible. Contaba con un auténtico arsenal de bayas, hierbas y partes de monstruo a su disposición.

Él señaló el montón de armas que se acumulaban en el suelo, junto a él. Había varios cuchillos y lanzas, aunque no podían ser más de una docena.

«Sigue sin ser suficiente», pensó Riju, frustrada, aunque luego se reprendió a sí misma. Era el shiok más fuerte que ella conocía, aunque también era solo un hombre.

—Compruébalo por ti misma —dijo él, y luego regresó a lo que estaba haciendo.

—¿Y ese poder no te quitará energías o algo parecido? —se arriesgó a preguntar Riju, aunque detestaba interrumpir la tarea de Link—. Zelda me dijo una vez que utilizar el poder de las Diosas la dejaba agotada.

Las manos de Link vacilaron por un instante, aunque luego regresaron a la lanza y el colmillo de lizalfos. Riju fue incapaz de captar un atisbo de su expresión, porque él no alzó la cabeza para mirarla. La frustraba terriblemente no saber lo que pensaban los demás.

The Legend of Zelda: Tears of the KingdomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora