Capítulo 9: Caída libre

436 34 45
                                    

Todo dolía.

Link sentía el cuerpo magullado. Entumecido, como si no hubiera movido un solo músculo en siglos. Cuando intentó mover el dedo meñique, lo sintió pesado como una roca.

Cerró los ojos con más fuerza, deseando regresar a la paz de la inconsciencia. Quería que el dolor desapareciera. Se encontraba sobre algo duro y frío. Su espalda protestó. ¿Cómo había acabado en un sitio tan incómodo?

Entonces sus pensamientos se detuvieron, y cayó en la cuenta.

«Oh, no.»

Link abrió los ojos de golpe y se incorporó, con el corazón retumbándole en el pecho. Al instante se arrepintió. La cabeza le martilleaba. Aun así, se obligó a examinar sus alrededores. Se encontraba en el suelo de piedra de una habitación pequeña y circular. La estancia estaba en penumbra, y a su espalda había escombros. De las paredes sobresalían raíces.

«¿Raíces?»

El dolor de cabeza no remitía. Se llevó una mano a las sienes. Sin embargo, se detuvo a medio camino, horrorizado.

Su brazo. Su brazo. Su piel se había oscurecido, desde la punta de los dedos hasta formar extraños patrones lineales en su costado derecho. Estaba adornada por brazaletes circulares que formaban una esfera vacía en el dorso de su mano, y anillos en cada uno de sus dedos. Cuando intentó quitárselos, le fue imposible. Era como si estuvieran incrustados en su carne, como si formaran parte de ella. Sus uñas eran más largas de lo que a él le gustaría.

La última vez que había visto su brazo derecho, no había sido más que una masa ennegrecida y marchita por culpa del aura maligna. ¿Qué demonios había ocurrido?

Los recuerdos se sucedieron uno tras otro, y el dolor de cabeza solo empeoró. Los sótanos bajo el castillo. El terror que Link había sentido durante todo el camino. El monstruo que los aguardaba en lo más profundo del corazón del reino. El aura maligna. La Espada Maestra, rompiéndose en cientos de pedazos. Aquella extraña piedra que Zelda había recogido.

«Zelda.»

Ella había caído. Link no había cogido su mano. No la había alcanzado a tiempo. Recordaba vagamente haberla visto desaparecer en un estallido del luz dorada. Y ahora Link estaba solo. Solo en un lugar desconocido. Otra vez.

Abrió y cerró los dedos de la mano derecha. Los movimientos eran lentos, letárgicos, como si tuviera todos los músculos y tendones rígidos y entumecidos. ¿Habría músculos bajo su brazo, siquiera? ¿O estaría hecho de una sustancia incorpórea? ¿Y cómo demonios iba a empuñar un arma ahora?

Pensar en armas le hizo recordar la Espada Maestra, y su corazón se hundió. Tenía que encontrar a Zelda. Ella no había llegado a caer. Había desaparecido, ¿verdad? No podía haber sido un truco de su mente, que intentaba endulzarle la dura verdad.

«Voy a encontrarla —se prometió a sí mismo. Trató de calmar la respiración acelerada—. Voy a...»

«Veo que has despertado, Link», dijo una voz de pronto.

Link se puso en pie de un salto, ignorando el temblor en sus rodillas. Su brazo se había iluminado. El brillo verdoso le recordó al aura desconocida que había flotado en forma de espiral en la cámara donde habían encontrado a aquella momia.

—¿Quién anda ahí? —dijo él, y su voz retumbó en la estancia diminuta donde se encontraba. Miró a su alrededor, pero allí no había nadie. ¿Estaría volviéndose loco?

No. Aquella voz no era la de su cabeza. Era profunda, aunque también extrañamente suave, y muy, muy real.

«Zelda me ha hablado mucho de ti, ¿sabes? Siento como si te conociese.»

The Legend of Zelda: Tears of the KingdomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora