Capítulo 27: Lo que nos hace felices

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El campamento se había convertido en un caos. No tenían verdadero liderazgo, porque Harth se había volcado de lleno en encontrar a Tureli. Link apenas había visto al hombre desde que dieran la voz de alarma.

Y él podía entenderlo. Mejor que nadie, quizá. Le estaba resultando terriblemente difícil mantener la cabeza fría, pero era el precio que debía pagar si quería que su plan funcionara.

Una banda de lizalfo los había seguido desde la distancia, tal vez oliéndose el pánico del campamento. Al parecer se habían vuelto más listos desde la Catástrofe, porque se habían decidido a atacar mientras Harth intentaba organizarlos por grupos. Unos de los orni había recibido un proyectil de lleno en la cabeza. Por suerte, la herida no le había causado muchos problemas, aunque todos se habían llevado el susto de todas formas. Los orni no habían estado alerta ante la llegada de monstruos debido al revuelo del campamento.

Link se agazapó tras un pino y disparó una flecha Combinada con una piedra afilada. No podría atravesar el cuerpo escamoso de los lizalfo, pero haría daño de todas formas.

Harth se había llevado un grupo con él, en busca de Tureli. Había ordenado al resto que permanecieran allí para acabar con los monstruos. Harth tenía la sospecha de que los lizalfo habían secuestrado a Tureli en medio de la noche, y pensaba llegar hasta el campamento de los monstruos.

Dudaba que Harth estuviera en lo cierto. Los monstruos rara vez atacaban así, y menos aún cuando sus posibles víctimas viajaban en grupo. E iban armadas.

«Con Tauro ocurrió algo parecido —se recordó él, sin embargo—. Lo ataron al tronco de un árbol.»

Sin embargo, aquel hombre había caído defendiéndose. Para llevarse a Tureli, los lizalfo debían haber entrado en el campamento sin que nadie se diera cuenta, ni siquiera Oneli, que estaba montando guardia, y reducir a Tureli sin hacer ruido, antes de que él pudiera defenderse siquiera.

No, el ataque de los monstruos era solo una casualidad. Tureli se había marchado por su propia cuenta, sin que nadie lo obligara. O al menos eso sospechaba Link.

Escuchó las pisadas rápidas de un lizalfo, moviéndose por la nieve para llegar hasta él. Link desenvainó la espada y se la clavó en el pecho sin mucha ceremonia, antes de que el monstruo pudiera rodear el tronco del pino. Se estremeció y se quedó del todo quieto. Link liberó la espada y contempló el cuerpo del lizalfo con desagrado. No había sido su golpe más limpio, pero eso poco importaba en medio de una pelea.

Link salió de su escondite, observando la pelea a su alrededor. Los monstruos superaban a los orni en número, pero él no dudaba que los orni fueran a ganar sin sufrir bajas. Aquel grupo de lizalfo no parecía contar con un líder, al contrario que los bokoblin con los que Link se había cruzado desde la Catástrofe.

Link vaciló un momento, aferrándose a la espada con fuerza. No le gustaba la idea de abandonar a sus compañeros en medio de una batalla, cuando ellos contaban con su ayuda. Sin embargo, no creía que alguien fuera a notar su ausencia mientras la pelea continuara.

«No habrá un momento mejor —se dijo, buscando la mejor escapatoria—. Harth no dejará que me marche si hablo con él.»

Y podía entenderlo. Era su capitán en aquella expedición. Y eso significaba que Link era su responsabilidad, por muy poco que le gustara.

De modo que tomó una bocanada del aire gélido y echó a correr entre los pinos, todavía con la espada desenvainada. Sus botas se hundían en la nieve. Abatió a otro monstruo que pasaba por su lado sin pensárselo dos veces, y luego siguió corriendo, lejos del claro donde estaba teniendo lugar la pelea.

Los sonidos del combate se hacían cada vez más lejanos, ahogados por el aullido del viento. Aun así, él no se detuvo. Trazó el camino que el grupo había recorrido la noche anterior para llegar al campamento, y luego siguió hasta el lugar en que habían visto a Zelda aparecer.

The Legend of Zelda: Tears of the KingdomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora