El frío empezó a notarse más pronto de lo que Link había imaginado.
Tres días después de haber partido del fuerte vigía, Link empezó a arrepentirse de no haber traído más mantas consigo. El viento gélido no era propio de la primavera, ni siquiera en aquella zona de Hyrule. Se trataba de un frío seco, que aguijoneaba la piel. Y todavía pasaría al menos una semana hasta que alcanzara la posta de Tabanta. No quería ni pensar en el infierno helado que estarían atravesando los hylianos que vivían allí.
El camino estaba embarrado, aunque no parecía que hubiera llovido ni nevado recientemente. Cada día el cielo se volvía un poco más oscuro, cubierto por nubes grises. Link no se dejó amedrentar, sin embargo. Tenía una misión que cumplir. No regresaría al fuerte vigía con las manos vacías por haberse acobardado. Una tormenta no lo mataría, mientras él estuviera bien preparado.
O al menos él esperaba estarlo.
Recorrieron un buen trecho del camino aquel día. Link se había cruzado con pocos viajeros por el momento. La mayoría iban en grupo, bien armados, con carros. Parecían comerciantes, aunque Link no se había parado a hablar con ellos. Tampoco habían dado señales de haberlo reconocido; se habían limitado a mirarlo con desconfianza, como si sospecharan que fuera un monstruo disfrazado de hyliano. En el fondo, él no los culpaba. Además, Link ni siquiera llevaba la túnica azul. Tampoco viajaba con Zelda. No podrían haberlo reconocido.
Los cascos de Epona se hundían en el barro. Link sabía que estaba agotada; llevaban tres días cabalgando sin apenas descanso. Él suspiró y miró al cielo. Empezaba a oscurecerse, y no solo por las nubes. Sería noche cerrada en un par de horas. El frío solo se volvería más intenso. Y él empezaba a temblar, incluso arrebujado en la capa.
—Pararemos pronto, te lo prometo —le susurró a Epona.
Después de buscar durante una hora que se le hizo eterna, encontró refugio en una cueva. Era pequeña, pero al menos estaría resguardado del frío. Le quitó la silla y la brida a Epona y dejó que el animal descansara. Se lo merecía.
Él encendió una hoguera a toda prisa, tiritando. Cuando la leña prendió por fin, se quitó las botas para calentarse los pies, y luego las manos. Extrañamente, su mano derecha no parecía haberse enfriado, pero él sí que sentía el aire gélido sobre la piel.
Una vez hubo entrado en calor, rebuscó en su bolsa hasta encontrar algo de pan duro y queso. No creía tener mucha suerte cazando con el frío que hacía, así que tendría que conformarse con racionar las provisiones que había traído del fuerte vigía. Esperaba que duraran lo suficiente.
Su mano rozó sin querer las tapas de cuero de uno de los cuadernos de Zelda. Sus movimientos se detuvieron por un breve instante. Vaciló. Tal vez leer lo que ella había escrito, ver algo que había sido creado por sus propias manos, le daría consuelo. Lo ayudaría a sentirse como si ella hubiera regresado con él, al menos durante un rato.
«No. Diosas, no voy a flaquear tan pronto.»
Así que apartó la mano del cuaderno y siguió buscando algo de comida.
Mientras comía, Link se apoyó contra la pared de la cueva y examinó el mapa de la tableta sheikah. Prunia la había revisado en el fuerte vigía y no había encontrado nada raro. Todo seguía tal y como había estado antes de que ellos se marcharan a los sótanos del castillo, a excepción del mapa de la Isla de los Albores.
Link sabía que Hyrule había cambiado durante la Catástrofe. Había visto estructuras que habían caído de las islas celestes. Habían abierto verdaderos cráteres en la tierra, obstruyendo caminos. Le habían dicho que en Kakariko había sido especialmente malo. Y él ni siquiera había visitado los abismos todavía.
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The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom
FanfictionCuando una extraña aura empieza a manar de las profundidades del reino y hace enfermar a todo el que se acerca, Link y la princesa Zelda, salvadores de Hyrule, viajarán hasta el corazón del reino en busca del origen del desastre. Aunque Link se encu...