Capítulo 42: Las voces del desierto

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—Mi señora, quienes todavía estaban en el refugio subterráneo han conseguido regresar a sus hogares con éxito.

Riju asintió con la cabeza, sentada en el gigantesco trono dorado y adornado con joyas del palacio. Riju había echado de menos muchas cosas de residir allí, aunque el trono no era una de ellas. Se trataba de un asiento verdaderamente incómodo. Era duro como la piedra, y los pies de Riju todavía no alcanzaban el suelo cuando estaba sentada.

Siempre que recibía una nueva visitante en el salón del trono, se fijaban en eso. Ella había aprendido a soportarlo con los años, pero seguía costándole no ruborizarse.

—Bien —dijo ella, mirando a la capitana Teake—. Gracias, capitana. Asegúrate de que todas reciban sus raciones diarias.

Teake asintió, se inclinó y salió de la sala del trono. Habían expulsado a los gibdo de allí, pero la tormenta de arena continuaba azotando la Ciudadela. Muchas de las construcciones estaban derruidas, y el Bazar Sekken estaba lejos de haber reparado los daños todavía. Las gerudo no contaban con suministros por el momento. Esperaban que llegara ayuda de los almacenes del desierto pronto, así como del resto de Hyrule.

Riju se frotó la frente con una mano. Percibió la mirada de Adine desde su sitio junto al trono, pero eligió hacer caso omiso. Aquel día, había decidido no llevar la corona. Era pesada y le quedaba torcida. Además, una corona serviría de poco para atender los problemas de su pueblo.

No contaban con suministros suficientes, debían reconstruir los edificios afectados, la tormenta de arena no amainaba y seguían sin avistar al monstruo gigante que las había atacado durante el ataque a la Ciudadela. Riju no había permitido que sus guerreras bajaran la guardia; de alguna forma que no podía explicar, percibía la presencia de aquel monstruo allí fuera, en el desierto.

Y luego estaba el asunto de la voz que oía en ocasiones. No llevaba mucho tiempo ocurriendo, pero aun así le preocupaba.

«No puede ser por el poder del trueno, ¿verdad? —pensó distraídamente—. Lo he utilizado muchas veces antes, y nunca había oído voces.»

Bien era cierto que para utilizarlo tenía que ponerse en contacto con los espíritus de sus antepasadas. Era una habilidad que se transmitía de generación en generación entre los miembros de su familia, similar al poder sagrado de las deidades en la familia real hyliana.

Zelda y ella habían entablado amistad gracias a ello, en parte. Ella le había prestado ayuda a Riju para aprender a dominarlo.

—Adine —dijo Riju, rompiendo el silencio en el palacio. Su voz retumbó en las paredes—, ¿crees que estoy cuerda?

Adine arrugó la nariz. Riju estuvo a punto de sonreír al verle la cara, aunque se contuvo. Miraba a Riju como si acabaran de salirle cuernos en la frente.

—¿Cuerda, mi señora?

—Sí. ¿Crees que estoy loca?

Adine sacudió la cabeza. Su rostro era una mezcla de confusión y preocupación.

—No tengo razones para creer que lo estéis, mi señora. —Hizo una pausa, vacilante, y añadió—: ¿Creéis que...?

—Oh, no —dijo Riju, haciendo un gesto con la mano para restarle importancia. Apoyó la espalda en el respaldo del trono y cruzó las piernas. Adine le dirigió una mirada de desaprobación, aunque lo había hecho tantas veces que Riju estaba segura de que la mujer ni siquiera se daba cuenta ya. Era un gesto instintivo—. No debes preocuparte. Solo quería saber tu opinión.

—Por supuesto, mi señora —murmuró Adine, aunque seguía sin parecer satisfecha.

Riju suspiró. Tal vez debería hablar con Link. Él estaba acostumbrado a oír voces, ¿no? Quizá supiera de dónde venían las que ella podía oír.

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⏰ Última actualización: 6 days ago ⏰

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