Capítulo 5: Aura maligna

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El hedor a putrefacción, a muerte, golpeó a Zelda como una bofetada.

No, era más que eso. Era el mismo hedor que había envuelto su prisión centenaria. El olor asfixiante de la malicia, que te despojaba de vitalidad y esperanza.

Ella lo sintió incluso a través de la gruesa bufanda con la que se cubría la parte baja del rostro. Llevaba guantes y ropas que la cubrían de arriba abajo. La única zona que quedaba al descubierto eran sus ojos. Se había atado un pañuelo al pelo, para que tampoco entrara en contacto con el aura maligna, por insistencia de Link. Su cabello era muy corto para tocar nada, pero había acabado cediendo.

Se tambaleó cuando le llegó el olor, antes de entrar en la habitación siquiera. Link, a su lado, tenía gesto tenso y no le quitaba el ojo de encima. Ella no se lo reprochaba. Tenía motivos para estar preocupado.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Link en voz baja al darse cuenta de que ella se tambaleaba. Lanzaba miradas furtivas a Glaren, el miembro de la patrulla exterminadora que los acompañaba. El enfermo se encontraba en estancias aisladas del fuerte vigía, en el refugio subterráneo, pero Hozlar había insistido que en que alguien los acompañara. La enfermedad causada por el aura maligna era desconocida, y no sabían si volvía violentos a quienes la sufrían.

—Sí —respondió ella. Le mostró una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora—. Yo... Supongo que llevaba demasiado tiempo sin olerlo. Es incluso peor que la malicia.

Él puso una mano en el bajo de su espalda. Link llevaba guantes por debajo de los guanteletes, y también tenía el rostro cubierto por una bufanda. Estaba envuelto en su capa.

—Si se vuelve muy grave, dímelo —le susurró. Glaren se adelantó para revisar que todo estuviera en orden y dejarles el paso libre—. Sé lo que pretendes hacer aquí, pero...

—Lo sé —le aseguró ella—. Te lo diré. Lo prometo.

Él se mostró satisfecho con aquella respuesta. Zelda se esforzó por ocultar su ligera frustración. Lo quería, y apreciaba que se preocupara por ella, pero en ocasiones deseaba que dejara de comportarse como su escolta.

«Pero lo es —susurró una vocecita en su cabeza—. Le diste una elección, y él quiso seguir contigo. Es culpa suya que nadie sepa que no es solo tu caballero.»

Contuvo un suspiro y apartó aquellos pensamientos. Había asuntos mil veces más importantes de los que preocuparse. Cuando estuvieran en Hatelia y todo hubiera vuelto a la normalidad —porque Zelda no pensaba descansar hasta que eso ocurriera—, hablarían de ello. Zelda no soportaba la idea de seguir escondiéndose.

Glaren emergió de la estancia. Su rostro estaba medio oculto también, así que ella fue incapaz de leer sus pensamientos. Se imaginó, sin embargo, que no debía de estar muy contento.

—Todo en orden —dijo. Luego inclinó la cabeza en dirección a ambos—. Podéis pasar, alteza, ser Link. Id con cuidado.

—No te preocupes —le aseguró Zelda con su mejor sonrisa. Vio que los hombros de Glaren empezaban a relajarse—. Seremos cuidadosos.

El hombre asintió y se apartó. Link iba delante, con una mano alrededor de la espada que descansaba en su cintura. Zelda escuchaba los pasos de Glaren detrás de ellos, a una corta distancia.

El refugio subterráneo del fuerte vigía era amplio y circular. Poco después del cataclismo, se había descubierto un pasadizo que, según los registros, antaño solía utilizar la familia real en situaciones de necesidad. Los sheikah, junto con miembros de la compañía de constructores, habían adecentado el refugio mientras se construía el fuerte vigía en los alrededores. Era una gran ventaja; muy pocos conocían su existencia. La entrada se encontraba junto en el centro del antiguo altar ceremonial, y se abría y se cerraba sin complicaciones. Ningún enemigo sospecharía que un refugio se escondía justo debajo.

The Legend of Zelda: Tears of the KingdomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora