Capítulo 8: El despertar

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Partieron del fuerte vigía muy temprano, cuando las brumas del amanecer aún cubrían las llanuras que los rodeaban. Los sheikah y el grupo de soldados que partiría con ellos los esperaban en la puerta norte, la que daba hacia el castillo. El capitán Hozlar también se encontraba allí.

—¿Debo asumir que no habéis cambiado de idea? —les preguntó Prunia nada más verlos llegar. Su gesto era grave y tenía círculos oscuros bajo los ojos. Parecía haber envejecido cien años de golpe, en solo una noche.

Link sintió una punzada de culpabilidad por preocuparla. Por preocupar a todo el fuerte vigía, a decir verdad. Sin embargo, estaba convencido de que nadie allí estaba más preocupado que él, y eso lo hacía todo más llevadero. No había dormido la noche anterior, pese a la insistencia de Zelda.

—Tenemos un plan, Prunia —dijo Zelda—. No puedo echarme atrás en el último momento.

—Si me lo permitís, alteza —intervino el capitán Hozlar. Estaba más pálido de lo normal—, opino que nunca es tarde para echarse atrás. Especialmente ahora.

Zelda sonrió, aunque a Link le pareció una sonrisa triste.

—Entiendo vuestra preocupación, capitán, pero este es mi deber. Tengo que seguir adelante.

Hozlar asintió con gesto sombrío.

—En ese caso, yo mismo os acompañaré hasta donde vos consideréis, princesa, ser Link.

Ambos asintieron. Zelda se giró hacia Prunia, y la mujer sheikah los envolvió a los dos en un abrazo de pronto.

—Si algo os ocurre ahí abajo, os perseguiré a los dos hasta el infierno, ¿entendido? Dará igual que intentes darme órdenes, Zelda.

Hablaba en voz baja, lo suficiente para que nadie más la oyera. Mejor así. El capitán Hozlar se alarmaría si escuchara a Prunia.

—No lo dudo —dijo Zelda, y él no supo si bromeaba o hablaba tan en serio como Prunia.

—Tened mucho cuidado, os lo suplico. Sois demasiado valiosos para perderos. Los dos.

—¿Eso significa que me aprecias? —dijo él, intentando en vano levantar los ánimos.

Prunia se separó y lo miró a los ojos.

—Te pediría que la protegieras, pero sé que no será necesario. Si te queda una pizca de sensatez y las cosas se ponen feas, convéncela para regresar. Creo que eres el único capaz de eso.

Él asintió con gravedad.

—La protegeré. —Miró a Zelda, que permanecía a su lado—. Con mi vida.

La espada vibró a su espalda, como mostrando su aprobación, aunque solo él pudiera oírlo. Tal vez ya no estuviera atado a Zelda por un juramento, pero seguía queriendo proteger a quienes amaba.

—Bien. —Prunia le dio una palmadita en el hombro—. Si necesitáis ayuda, no dudéis en pedir refuerzos. Enviad señales a través de la tableta.

Señaló la piedra que pendía de la cintura de Zelda.

—Así haremos —respondió ella.

Se volvió hacia Rotver y Josha, que los miraban con aprensión. Josha prácticamente estaba escondida detrás de Prunia.

—Tened cuidado, princesa. Espadachín —dijo en voz pequeña.

Una vez más, Link comprendió por qué Prunia no quería que investigara las grietas. Era solo una niña todavía, pese a lo mucho que Zelda insistiera en que estaba preparada.

—No tienes que preocuparte. Volveremos pronto —dijo Zelda.

Rotver asintió en su dirección.

—No me gusta esto —murmuró el anciano—. Es como si estuviéramos enviándoos a derrotar al cataclismo otra vez, sin ayuda.

The Legend of Zelda: Tears of the KingdomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora