Capítulo 6: Vieja amiga

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La mañana era cálida, más que de costumbre para tratarse del principio de la primavera, pero Link apenas podía sentir el calor del sol sobre la piel. Un frío terrible se había asentado entre sus huesos desde lo ocurrido la noche anterior.

Fingió estar ocupado con las alforjas de los caballos mientras Zelda hablaba con Prunia. Conversaban en voz baja, aunque no lo suficiente para que él no alcanzara a entenderlas.

—¿... va a hacer de verdad? —preguntó Prunia. Parecía sorprendida, aunque Link no se dio la vuelta para comprobarlo.

—No nos queda otra opción. Y está dispuesto a correr el riesgo una vez más.

Sus hombros se hundieron por un momento, aunque luego se obligó a sí mismo a erguirse de nuevo. Sabía que estaban hablando de él, y no lo desconcertaba en absoluto. La naturaleza de la misión que iba a llevar a cabo con Zelda había llegado a oídos de todos en el fuerte vigía. La gente susurraba a su paso. Con los años se había acostumbrado al peso y la fama que conllevaba su destino, pero eso no quitaba que siguiera incomodándolo.

Epona resopló frente a él, llamando su atención. Link forzó una sonrisa, y el animal debió de sentir su inquietud porque se lo quedó mirando fijamente con sus ojos oscuros.

—Todo irá bien —susurró, acariciando el hocico de la yegua—. Seguro que sí.

—¡Linky! —dijo la voz de Prunia de pronto, sobresaltándolo—. Aún no he terminado de hablar contigo. ¿Qué haces ahí?

Él suspiró y se acercó a la mujer sheikah. En sus ojos había una sonrisa diminuta, aunque sabía que no era verdadera. Se esforzaba por ocultarlo ante todo el mundo, en especial ante Zelda, para no preocuparla más, pero Link podía leer los rostros de la gente. Los círculos bajo los ojos de Prunia y las líneas tensas en su gesto contaban una historia muy distinta.

«Esta también es su gente —pensó él—. Ella también sufre.»

—Mi hermana siempre dice que ha conocido a pocas personas más altruistas que tú —dijo Prunia, mirándolo—. Me di cuenta hace mucho tiempo de que no se equivocaba. Parece que no hay una pizca de egoísmo en tu corazón, Linky.

Él se encogió de hombros.

—Hago lo que debo hacer por el bien de todos.

La historia se reducía a eso. «Sí que soy egoísta. Mantuve a Zelda en una vulgar cabaña de Hatelia durante demasiado tiempo, lejos de todos, porque quería que estuviéramos a solas.»

Si eso no era egoísmo, el mundo se había vuelto loco.

Prunia los envolvió en un abrazo a ambos, con tanta fuerza que él tuvo que esforzarse por respirar.

—No hagáis muchas locuras ahí fuera —les dijo a ambos. Su voz sonaba ahogada. Tenía el rostro apretujado en el hombro de Zelda—. Y volved pronto, ¿me habéis oído? Ni se os ocurra dejarme sola. Siento que el fuerte puede estallar por los aires en cualquier momento, y no es nada agradable.

Intentaba bromear pero, de nuevo, le salió mal. Zeda se separó de ella y la miró con gesto serio.

—Iremos lo más rápido posible. No debes preocuparte.

—Bien. En ese caso partid ya. No me gustan las despedidas.

Link montó a lomos de Epona de un salto, y se aseguró de que Zelda estuviera sobre Trufa antes de ponerse en marcha.

Era muy temprano. Había amanecido ya, y muchos en el fuerte vigía estaban ocupados en sus quehaceres. Después del ataque en el castillo, se había doblado la vigilancia, y Ezko había asignado tareas nuevas a quienes trabajaban en el fuerte. Nadie no autorizado podía acercarse al castillo y la Ciudadela, y las grietas más cercanas al fuerte estaban guardadas. No querían arriesgarse a que alguien más enfermara, o a que un monstruo emergiera de las profundidades de la tierra sin que ellos lo supieran.

The Legend of Zelda: Tears of the KingdomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora