Capítulo 4: Deber de reina

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Podían decirse muchas cosas de Prunia, pero una de las mayores verdades sobre ella era que nunca perdía el tiempo. Link lo había aprendido hacía siete años, en su viaje para recobrar fuerzas y enfrentarse al cataclismo de una vez por todas.

Era una mujer impaciente. Le daba igual qué hora del día fuera; si había un asunto importante, lo resolvía antes de pararse a descansar. Así que él sabía que, probablemente, fuera a irse a dormir muy, muy tarde aquella noche.

—¿Por qué intentaste ocultarme todo este asunto, Prunia? —preguntó Zelda, una vez tuvo una taza de té frente a ella. A Link no se le escapó el atisbo herido en su voz.

Él tampoco estaba exento de culpa. No del todo. Había sido cómplice de Prunia en lo de ocultárselo, aunque el secretismo duró solo unas semanas. Se decía a sí mismo que solo había buscado el bien de Zelda. Ella siempre estaba ocupada con mil problemas al mismo tiempo. Uno menos rebajaría el peso sobre sus hombros.

O eso había querido pensar.

Prunia, por su parte, también pareció arrepentida. Zelda era una de las pocas personas que podían ablandarle el corazón a la doctora sheikah.

—Al principio no era tan preocupante. Pensé que serían solo... resquicios de Ganon, como los monstruos que siguen merodeando por el reino. —Suspiró—. Pero luego la gente empezó a enfermar, y el asunto se volvió más grave.

—Eso no responde a mi pregunta. ¿Por qué no me lo contaste antes? Podría haber evitado todo esto. Podría...

—Eso no lo sabemos, Zelda. No sabemos a qué nos estamos enfrentando.

Ella se irguió en su asiento. Su rostro se endureció un poco más. Link ya sabía lo que iba a ocurrir sin siquiera decirlo, y Prunia también, a juzgar por su expresión. Zelda era la única que podía intimidarla.

—Somos amigas, Prunia, y aprecio tu amistad —dijo en tono severo—. Pero no puedes ocultarme un problema como este. Soy la princesa del reino. Puedo... delegar conflictos menores en mis aliados, pero este no es en absoluto un conflicto menor. —Miró a Prunia, y a Link también, para su horror—. Os considero mis iguales, pero quiero enterarme de lo que ocurre en el reino. Así que os pido que no volváis a ocultarme algo así. Por favor.

—No volverá a ocurrir —dijo Prunia, hablando por ambos, al parecer.

Zelda suspiró, tomó un sorbito de té con manos temblorosas y contempló un punto fijo de la habitación, aunque tenía la mirada perdida.

—Está claro —dijo en voz baja— que he pasado demasiado tiempo lejos del centro del reino. Tendría que haber vuelto al fuerte vigía nada más tuve oportunidad.

Fue como si a Link le hubieran asestado una patada en el estómago. Inspiró hondo, encajando el golpe. Había pasado demasiado tiempo alejada del centro del reino, de los principales esfuerzos de reconstrucción. Y todo por vivir en su pequeña casa de Hatelia, demasiado humilde para una princesa, enseñando a los niños de la aldea en la escuela. De nuevo, Zelda pensaba intercambiar su felicidad por el bien del reino.

Tuvo que morderse la lengua para no decir lo que pensaba. No quería hacerlo delante de Prunia.

—No estaríamos aquí sin ti, Zelda —dijo Prunia en tono solemne. Poco común en ella—. Te merecías algo de paz. Y, además, no es como si hubieras dejado de ocuparte del reino mientras estabas en Hatelia.

—No estaba aquí cuando mi pueblo me necesitaba —dijo ella entre dientes. Tenía los puños apretados bajo la mesa, en su regazo. A Link se le encogió el corazón—. Y ahora espero no haber llegado demasiado tarde para evitar otra catástrofe.

The Legend of Zelda: Tears of the KingdomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora