CAPITULO IV

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Cuando Engfa y Freen se quedaron solas, la primera, que había sido cautelosa a la hora de elogiar a la señora Austin, expresó a su hermana lo mucho que la admiraba.

—Es todo lo que una mujer joven debería ser —dijo ella—, sensata, alegre, con sentido del humor; nunca había visto modales tan desenfadados, tanta naturalidad con una educación tan perfecta.

—Y también es hermosa —replicó Freen—, lo cual nunca está de más en una joven. De modo que es una mujer completa.

—Me sentí muy adulada cuando me sacó a bailar por segunda vez. No esperaba semejante cumplido.

— ¿No te lo esperabas? Yo sí. Ésa es la gran diferencia entre nosotras. A ti los cumplidos siempre te cogen de sorpresa, a mí, nunca. Era lo más natural que te sacase a bailar por segunda vez. No pudo pasarle inadvertida que eras cinco veces más guapa que todas las demás mujeres que había en el salón. No agradezcas su galantería por eso. Bien, la verdad es que es muy agradable, apruebo que te guste. Te han gustado muchas personas estúpidas.

— ¡Freen, querida!

— ¡Oh! Sabes perfectamente que tienes cierta tendencia a que te guste toda la gente. Nunca ves un defecto en nadie. Todo el mundo es bueno y agradable a tus ojos. Nunca te he oído hablar mal de un ser humano en mi vida. —No quisiera ser imprudente al censurar a alguien; pero siempre digo lo que pienso.

—Ya lo sé; y es eso lo que lo hace asombroso. Estar tan ciega para las locuras y tonterías de los demás, con el buen sentido que tienes. Fingir candor es algo bastante corriente, se ve en todas partes. Pero ser cándido sin ostentación ni premeditación, quedarse con lo bueno de cada uno, mejorarlo aún, y no decir nada de lo malo, eso sólo lo haces tú. Y también te gustan sus hermanas, ¿no es así? Sus modales no se parecen en nada a los de ella.

—Al principio desde luego que no, pero cuando charlas con ellas son muy amables. La señorita Austin va a venir a vivir con su hermano y ocuparse de su casa. Y, o mucho me equivoco, o estoy segura de que encontraremos en ella una vecina encantadora. Freen escuchaba en silencio, pero no estaba convencida. El comportamiento de las hermanas de Austin no había sido a propósito para agradar a nadie. Mejor observadora que su hermana, con un temperamento menos flexible y un juicio menos propenso a dejarse influir por los halagos, Freen estaba poco dispuesta a aprobar a las Austin. Eran, en efecto, unas señoras muy finas, bastante alegres cuando no se las contrariaba y, cuando ellas querían, muy agradables; pero orgullosas y engreídas. Eran bastante bonitas; habían sido educadas en uno de los mejores colegios de la capital y poseían una fortuna de veinte mil libras; estaban acostumbradas a gastar más de la cuenta y a relacionarse con gente de rango, por lo que se creían con el derecho de tener una buena opinión de sí mismas y una pobre opinión de los demás. Pertenecían a una honorable familia del norte de Inglaterra, circunstancia que estaba más profundamente grabada en su memoria que la de que tanto su fortuna como la de su hermana había sido hecha en el comercio. La señora Austin heredó casi cien mil libras de su padre, quien ya había tenido la intención de comprar una mansión pero no vivió para hacerlo. La señora Austin pensaba de la misma forma y a veces parecía decidido a hacer la elección dentro de su condado; pero como ahora disponía de una buena casa y de la libertad de una propietaria, los que conocían bien su carácter tranquilo dudaban el que no pasase el resto de sus días en Netherfield y dejase la compra para la generación venidera. Sus hermanas estaban ansiosas de que ella tuviera una mansión de su propiedad. Pero aunque en la actualidad no fuese más que arrendataria, la señorita Austin no dejaba por eso de estar deseosa de presidir su mesa; ni la señora Nuttapong, que se había casado con un hombre más elegante que rico, estaba menos dispuesta a considerar la casa de su hermana como la suya propia siempre que le conviniese. A los dos años escasos de haber llegado la señora Austin a su mayoría de edad, una casual recomendación le indujo a visitar la posesión de Netherfield. La vio por dentro y por fuera durante media hora, y se dio por satisfecha con las ponderaciones del propietario, alquilándola inmediatamente. Ente ella y Armstrong existía una firme amistad a pesar de tener caracteres tan opuestos. Austin había ganado la simpatía de Armstrong por su temperamento abierto y dócil y por su naturalidad, aunque no hubiese una forma de ser que ofreciese mayor contraste a la suya y aunque ella parecía estar muy satisfecha de su carácter. Austin sabía el respeto que Armstrong le tenía, por lo que confiaba plenamente en ella, así como en su buen criterio. Entendía a Armstrong como nadie. Austin no era nada tonta, pero Armstrong era mucho más inteligente. Era al mismo tiempo arrogante, reservada y quisquillosa, y aunque era muy educada, sus modales no le hacían nada atractiva. En lo que a esto respecta su amiga tenía toda la ventaja, Austin estaba segura de caer bien dondequiera que fuese, sin embargo Armstrong era siempre ofensiva. El mejor ejemplo es la forma en la que hablaron de la fiesta de Meryton. Austin nunca había conocido a gente más encantadora ni a chicas más guapas en su vida; todo el mundo había sido de lo más amable y atento con ella, no había habido formalidades ni rigidez, y pronto se hizo amiga de todo el salón; y en cuanto a la señorita Chankimha, no podía concebir un ángel que fuese más bonito. Por el contrario, Armstrong había visto una colección de gente en quienes había poca belleza y ninguna elegancia, por ninguno de ellos había sentido el más mínimo interés y de ninguno había recibido atención o placer alguno. Reconoció que la señorita Chankimha era hermosa, pero sonreía demasiado. La señora Nuttapong y su hermana lo admitieron, pero aun así les gustaba y la admiraban, dijeron de ella que era una muchacha muy dulce y que no pondrían inconveniente en conocerla mejor. Quedó establecido, pues, que la señorita Chankimha era una muchacha muy dulce y por esto la hermana mayor se sentía con autorización para pensar en ella como y cuando quisiera.

Orgullo y prejuicio Freenbecky + EnglotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora