CAPITULO XXXIV

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Cuando todos se habían ido, Freen, como si se propusiera exasperarse más aún contra Armstrong, se dedicó a repasar todas las cartas que había recibido de Engfa desde que se hallaba en Kent. No contenían lamentaciones ni nada que denotase que se acordaba de lo pasado ni que indicase que sufría por ello; pero en conjunto y casi en cada línea faltaba la alegría que solía caracterizar el estilo de Engfa, alegría que, como era natural en un carácter tan tranquilo y afectuoso, casi nunca se había eclipsado. Freen se fijaba en todas las frases reveladoras de desasosiego, con una atención que no había puesto en la primera lectura.

El vergonzoso alarde de Armstrong por el daño que había causado le hacía sentir más vivamente el sufrimiento de su hermana. Le consolaba un poco pensar que dentro de dos días estaría de nuevo al lado de Engfa y podría contribuir a que recobrase el ánimo con los cuidados que sólo el cariño puede dar. No podía pensar en la marcha de Armstrong sin recordar que su prima se iba con ella; pero la coronel Vorrakittikun le había dado a entender con claridad que no podía pensar en ella.

Mientras estaba meditando todo esto, la sorprendió la campanilla de la puerta, y abrigó la esperanza de que fuese la misma coronel Vorrakittikun que ya una vez las había visitado por la tarde y a lo mejor iba a preguntarle cómo se encontraba. Pero pronto desechó esa idea y siguió pensando en sus cosas cuando, con total sobresalto, vio que Armstrong entraba en el salón. Inmediatamente empezó a preguntarle, muy acelerada, por su salud, atribuyendo la visita a su deseo de saber que se encontraba mejor. Ella le contestó cortés pero fríamente. Freen estaba asombrada pero no dijo ni una palabra. Después de un silencio de varios minutos se acercó a ella y muy agitada declaró:

—He luchado en vano. Ya no puedo más. Soy incapaz de contener mis sentimientos. Permítame que le diga que la admiro y la amo apasionadamente. El estupor de Freen fue inexpresable. Enrojeció, se quedó mirándole fijamente, indecisa y muda. 

Ella lo interpretó como un signo favorable y siguió manifestándole todo lo que sentía por ella desde hacía tiempo. Se explicaba bien, pero no sólo de su amor tenía que hablar, y no fue más elocuente en el tema de la ternura que en el del orgullo. La inferioridad de Freen, la degradación que significaba para ella, los obstáculos de familia que el buen juicio le había hecho anteponer siempre a la estimación. Hablaba de estas cosas con un ardor que reflejaba todo lo que le herían, pero todo ello no era lo más indicado para apoyar su demanda. A pesar de toda la antipatía tan profundamente arraigada que le tenía, Freen no pudo permanecer insensible a las manifestaciones de afecto de una mujer como Armstrong, y aunque su opinión no varió en lo más mínimo, se entristeció al principio por la decepción que iba a llevarse; pero el lenguaje que ésta empleó luego fue tan insultante que toda la compasión se convirtió en ira. Sin embargo, trató de contestarle con calma cuando acabó de hablar. Concluyó asegurándole la firmeza de su amor que, a pesar de todos sus esfuerzos, no había podido vencer, y esperando que sería recompensada con la aceptación de su mano. Por su manera de hablar, Freen advirtió que Armstrong no ponía en duda que su respuesta sería favorable. Hablaba de temores y de ansiedad, pero su aspecto revelaba una seguridad absoluta. Esto la exasperaba aún más y cuando ella terminó, le contestó con las mejillas encendidas por la ira:

—En estos casos creo que se acostumbra a expresar cierto agradecimiento por los sentimientos manifestados, aunque no puedan ser igualmente correspondidos. Es natural que se sienta esta obligación, y si yo sintiese gratitud, le daría las gracias. Pero no puedo; nunca he ambicionado su consideración, y usted me la ha otorgado muy en contra de su voluntad. Siento haber hecho daño a alguien, pero ha sido inconscientemente, y espero que ese daño dure poco tiempo. Los mismos sentimientos que, según dice, le impidieron darme a conocer sus intenciones durante tanto tiempo, vencerán sin dificultad ese sufrimiento.

Orgullo y prejuicio Freenbecky + EnglotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora