No sin dificultad logró vencer Freen la agitación que le causó aquella extraordinaria visita. Estuvo muchas horas sin poder pensar en otra cosa. Al parecer, lady Tassawan se había tomado la molestia de hacer el viaje desde Rosings a Hertfordshire con el único fin de romper su supuesto compromiso con Armstrong. Aunque lady Tassawan era muy capaz de semejante proyecto, Freen no alcanzaba a imaginar de dónde había sacado la noticia de dicho compromiso, hasta que recordó que ella al ser tan amiga de Austin y ella hermana de Engfa, podía haber dado origen a la idea, ya que la boda de unas predisponía a suponer de las otras.
Freen había pensado, efectivamente, que el matrimonio de su hermana las acercaría a ella y a Armstrong. Por eso mismo debió de ser por lo que los Wachirasaunpat —por cuya correspondencia con las Malisorn presumía Freen que la conjetura había llegado a oídos de lady Tassawan dieron por inmediato lo que ella también había creído posible para más adelante. Pero al meditar sobre las palabras de lady Tassawan, no pudo evitar cierta intranquilidad por las consecuencias que podía tener su intromisión. De lo que dijo acerca de su resolución de impedir el casamiento, dedujo Freen que tenía el propósito de interpelar a su sobrina, y no sabía cómo tomaría Armstrong la relación de los peligros que entrañaba su unión con ella. Ignoraba hasta dónde llegaba el afecto de Armstrong por su tía y el caso que hacía de su parecer; pero era lógico suponer que tuviese más consideración a Su Señoría de la que tenía ella, y estaba segura de que su tía le tocaría el punto flaco al enumerar las desdichas de un matrimonio con una persona de familia tan desigual a la suya.
Dadas las ideas de Armstrong sobre ese particular, Freen creía probable que los argumentos que a ella le habían parecido tan débiles y ridículos se le antojasen a Armstrong llenos de buen sentido y sólido razonamiento. De modo que, si Armstrong había vacilado antes sobre lo que tenía que hacer, cosa que a menudo había aparentado, las advertencias e instancias de un deudo tan allegado disiparían quizá todas sus dudas y la inclinarían de una vez para siempre a ser todo lo feliz que le permitiese una dignidad inmaculada. En ese caso, Armstrong no volvería a Hertfordshire. Lady Tassawan le vería a su paso por Londres, y la joven rescindiría su compromiso con Austin de volver a Netherfield. «Por lo tanto —se dijo Freen—, si dentro de pocos días Austin recibe una excusa de Armstrong para no venir, sabré a qué atenerme. Y entonces tendré que alejar de mí toda esperanza y toda ilusión sobre su constancia. Si se conforma con lamentar mi pérdida cuando podía haber obtenido mi amor y mi mano, yo también dejaré pronto de lamentar el perderle a ella.»
La sorpresa del resto de la familia al saber quién había sido la visita fue enorme; pero se lo explicaron todo del mismo modo que la señora Chankimha, y Freen se ahorró tener que mencionar su indignación. A la mañana siguiente, al bajar de su cuarto, se encontró con su padre que salía de la biblioteca con una carta en la mano.
—Freen —le dijo—, iba a buscarte. Ven conmigo.
Freen le siguió y su curiosidad por saber lo que tendría que comunicarle aumentó pensando que a lo mejor estaba relacionado con lo del día anterior. Repentinamente se le ocurrió que la carta podía ser de lady Tassawan, y previó con desaliento de lo que se trataba. Fue con su padre hasta la chimenea y ambos se sentaron. Entonces el señor Chankimha dijo:
—He recibido una carta esta mañana que me ha dejado patidifuso. Como se refiere a ti principalmente, debes conocer su contenido. No he sabido hasta ahora que tenía dos hijas a punto de casarse. Permíteme que te felicite por una conquista así.
Freen se quedó demudada creyendo que la carta en vez de ser de la tía era de la sobrina; y titubeaba entre alegrarse de que Armstrong se explicase por fin, y ofenderse de que no le hubiese dirigido a ella la carta, cuando su padre continuó:
—Parece que lo adivinas. Las muchachas tenéis una gran intuición para estos asuntos. Pero creo poder desafiar tu sagacidad retándote a que descubras el nombre de tu admiradora. La carta es de Malisorn.
—¡De Malisorn! ¿Y qué tiene ella que decir?
—Como era de esperar, algo muy oportuno. Comienza con la enhorabuena por la próxima boda de mi hija mayor, de la cual parece haber sido informada por alguno de los bondadosos y parlanchines Wachirasarunpat. No te aburriré leyéndote lo que dice sobre ese punto. Lo referente a ti es lo siguiente: Después de haberle felicitado a usted de parte de la señora de Malisorn y mía por tan fausto acontecimiento, permítame añadir una breve advertencia acerca de otro asunto, del cual hemos tenido noticia por el mismo conducto. Se supone que su hija Freen no llevará mucho tiempo el nombre de Chankimha en cuanto lo haya dejado su hermana mayor, y que la pareja que le ha tocado en suerte puede razonablemente ser considerada como una de nuestras más ilustres personalidades.
—¿Puedes sospechar, Freen, lo que esto significa? Esa joven posee todo lo que se puede ambicionar en este mundo: soberbias propiedades, ilustre familia y un extenso patronato. Pero a pesar de todas esas tentaciones, permítame advertir a mi prima Freen y a usted mismo los peligros a que pueden exponerse con una precipitada aceptación de las proposiciones de semejante dama, que, como es natural, se inclinarán ustedes considerar como ventajosas.
—¿No tienes idea de quién es la dama, Freen? Ahora viene. Los motivos que tengo para avisarle son los siguientes: su tía, lady Tassawan de Bourgh, no mira ese matrimonio con buenos ojos.
—Como ves, la dama en cuestión es la señora Armstrong. Creo, Freen, que te habrás quedado de una pieza. Ni Malisorn ni los Wachirasarunpat podían haber escogido entre el círculo de nuestras amistades un nombre que descubriese mejor que lo que propagan es un infundio. ¡La señora Armstrong, que no mira a una mujer más que para criticarla, y que probablemente no te ha mirado a ti en su vida! ¡Es fenomenal! Freen trató de bromear con su padre, pero su esfuerzo no llegó más que a una sonrisa muy tímida. El humor de su padre no había tomado nunca un derrotero más desagradable para ella.
—¿No te ha divertido?
—¡Claro! Sigue leyendo.
Cuando anoche mencioné a Su Señoría la posibilidad de ese casamiento, con su habitual condescendencia expresó su parecer sobre el asunto. Si fuera cierto, lady Tassawan no daría jamás su consentimiento a lo que considera desatinadísima unión por ciertas objeciones a la familia de mi prima. Yo creí mi deber comunicar esto cuanto antes a mi prima, para que ella y su noble admiradora sepan lo que ocurre y no se apresuren a efectuar un matrimonio que no ha sido debidamente autorizado. Y la señora de Malisorn, además, añadía: Me alegro sinceramente de que el asunto de su hija Neung se haya solucionado tan bien, y sólo lamento que se extendiese la noticia de que vivían juntos antes de que el casamiento se hubiera celebrado. No puedo olvidar lo que debo a mi situación absteniéndome de declarar mi asombro al saber que recibió usted a la joven pareja cuando estuvieron casados. Eso fue alentar el vicio; y si yo hubiese sido el rector de Longbourn, me habría opuesto resueltamente. Verdad es que debe usted perdonarlos como cristiano, pero no admitirlos en su presencia ni permitir que sus nombres sean pronunciados delante de usted.
—¡Éste es su concepto del perdón cristiano! El resto de la carta se refiere únicamente al estado de su querida Nam, y a su esperanza de tener un retoño. Pero, Freen, parece que no te ha divertido. Supongo que no irías a enojarte y a darte por ofendida por esta imbecilidad. ¿Para qué vivimos si no es para entretener a nuestros vecinos y reírnos nosotros de ellos a la vez?
—Sí, me he divertido mucho —exclamó Freen—.
¡Pero es tan extraño! —Pues eso es lo que lo hace más gracioso. Si hubiesen pensado en otra mujer, no tendría nada de particular; pero la absoluta indiferencia de Armstrong y la profunda tirria que tú le tienes, es lo que hace el chiste. Por mucho que me moleste escribir, no puedo prescindir de la correspondencia de Malisorn. La verdad es que cuando leo una carta suya, me parece superior a Asavarid, a pesar de que tengo a mi yerno por el espejo de la desvergüenza y de la hipocresía. Y dime, Freen, ¿cómo tomó la cosa lady Tassawan? ¿Vino para negarte su consentimiento? A esta pregunta Freen contestó con una carcajada, y como su padre se la había dirigido sin la menor sospecha, no le importaba —que se la repitiera.
Freen no se había visto nunca en la situación de fingir que sus sentimientos eran lo que no eran en realidad. Pero ahora tuvo que reír cuando más bien habría querido llorar. Su padre la había herido cruelmente al decirle aquello de la indiferencia de Armstrong, y no pudo menos que maravillarse de la falta de intuición de su padre, o temer que en vez de haber visto él demasiado poco, hubiese ella visto demasiado mucho.
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Orgullo y prejuicio Freenbecky + Englot
RomanceEsta historia es de la autora Jane Austin adaptada a FreenBecky y Englot.