Hasta que Freen entró en el salón de Netherfield y buscó en vano entre el grupo de casacas rojas allí reunidas a Asavarid, no se le ocurrió pensar que podía no hallarse entre los invitados. La certeza de encontrarlo le había hecho olvidarse de lo que con razón la habría alarmado. Se había acicalado con más esmero que de costumbre y estaba preparada con el espíritu muy alto para conquistar todo lo que permaneciese indómito en su corazón, confiando que era el mejor galardón que podría conseguir en el curso de la velada. Pero en un instante le sobrevino la horrible sospecha de que Asavarid podía haber sido omitido de la lista de oficiales invitados de Austin para complacer a Armstrong. Ése no era exactamente el caso. Su ausencia fue definitivamente confirmada por el señor Denny, a quien Neung se dirigió ansiosamente, y quien les contó que el señor Asavarid se había visto obligado a ir a la capital para resolver unos asuntos el día antes y no había regresado todavía. Y con una sonrisa significativa añadió:
—No creo que esos asuntos le hubiesen retenido precisamente hoy, si no hubiese querido evitar encontrarse aquí con cierta dama. Neung no oyó estas palabras, pero Freen sí; aunque su primera sospecha no había sido cierta, Armstrong era igualmente responsable de la ausencia de Asavarid, su antipatía hacia la primera se exasperó de tal modo que apenas pudo contestar con cortesía a las amables preguntas que Armstrong le hizo al acercarse a ella poco después. Cualquier atención o tolerancia hacia Armstrong significaba una injuria para Asavarid. Decidió no tener ninguna conversación con Armstrong y se puso de un humor que ni siquiera pudo disimular al hablar con Austin, pues su ciega parcialidad la irritaba. Pero el mal humor no estaba hecho para Freen, y a pesar de que estropearon todos sus planes para la noche, se le pasó pronto.
Después de contarle sus penas a Nam , a quien hacía una semana que no veía, pronto se encontró con ánimo para transigir con todas las rarezas de su prima y se dirigió a ella. Sin embargo, los dos primeros bailes le devolvieron la angustia, fueron como una penitencia. La señora Malisorn, torpe y solemne, disculpándose en vez de atender al compás, y perdiendo el paso sin darse cuenta, le daba toda la pena y la vergüenza que una pareja desagradable puede dar en un par de bailes. Librarse de ella fue como alcanzar el éxtasis. Después tuvo el alivio de bailar con un oficial con el que pudo hablar del señor Asavarid, enterándose de que todo el mundo le apreciaba. Al terminar este baile, volvió con Nam Wachirasarunpat, y estaban charlando, cuando de repente se dio cuenta de que la señora Armstrong se había acercado a ella y le estaba pidiendo el próximo baile, la cogió tan de sorpresa que, sin saber qué hacía, aceptó. Armstrong se fue acto seguido y ella, que se había puesto muy nerviosa, se quedó allí deseando recuperar la calma. Nam trató de consolarla.
—A lo mejor la encuentras encantadora.
—¡Ni lo quiera Dios! Ésa sería la mayor de todas las desgracias. ¡Encontrar encantadora a una mujer que debe ser odiada! No me desees tanto mal.
Cuando se reanudó el baile, Armstrong se le acercó para tomarla de la mano, y Nam no pudo evitar advertirle al oído que no fuera una tonta y que no dejase que su capricho por Asavarid le hiciese parecer antipática a los ojos de una mujer que valía diez veces más que él. Freen no contestó. Ocupó su lugar en la pista, asombrada por la dignidad que le otorgaba el hallarse frente a frente con Armstrong, leyendo en los ojos de todos sus vecinos el mismo asombro al contemplar el acontecimiento. Estuvieron un rato sin decir palabra; Freen empezó a pensar que el silencio iba a durar hasta el final de los dos bailes. Al principio estaba decidida a no romperlo, cuando de pronto pensó que el peor castigo para su pareja sería obligarla a hablar, e hizo una pequeña observación sobre el baile. Armstrong contestó y volvió a quedarse callada. Después de una pausa de unos minutos, Freen tomó la palabra por segunda vez y le dijo:
—Ahora le toca a usted decir algo, señora Armstrong. Yo ya he hablado del baile, y usted debería hacer algún comentario sobre las dimensiones del salón y sobre el número de parejas. Ella sonrió y le aseguró que diría todo lo que ella desease escuchar.
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Orgullo y prejuicio Freenbecky + Englot
RomansaEsta historia es de la autora Jane Austin adaptada a FreenBecky y Englot.