CAPITULO XLIV

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Freen había calculado que Armstrong llevaría a su hermana a visitarla al día siguiente de su llegada a Pemberley, y en consecuencia, resolvió no perder de vista la fonda en toda aquella mañana. Pero se equivocó, pues recibió la visita el mismo día que llegaron. Los Sawaros y Freen habían estado paseando por el pueblo con algunos de los nuevos amigos, y regresaban en aquel momento a la fonda para vestirse e ir a comer con ellos, cuando el ruido de un carruaje les hizo asomarse a la ventana y vieron a una dama y a una señorita en un cabriolé que subía por la calle. Freen reconoció al instante la librea de los lacayos, adivinó lo que aquello significaba y dejó a sus tíos atónitos al comunicarles el honor que les esperaba. Estaban asustados; aquella visita, lo desconcertada que estaba Freen y las circunstancias del día anterior les hicieron formar una nueva idea del asunto. No había habido nada que lo sugiriese anteriormente, pero ahora se daban cuenta que no había otro modo de explicar las atenciones de Armstrong más que suponiéndole interesada por su sobrina. Mientras ellos pensaban en todo esto, la turbación de Freen aumentaba por momentos. Le alarmaba su propio desconcierto, y entre las otras causas de su desasosiego figuraba la idea de que Armstrong, en su entusiasmo, le hubiese hablado de ella a su hermana con demasiado elogio. Deseaba agradar más que nunca, pero sospechaba que no iba a poder conseguirlo. Se retiró de la ventana por temor a que la viesen, y, mientras paseaba de un lado a otro de la habitación, las miradas interrogantes de sus tíos la ponían aún más nerviosa. Por fin aparecieron la señorita Armstrong y su hermana mayor y la gran presentación tuvo lugar. Freen notó con asombro que su nueva conocida estaba, al menos, tan turbada como ella. Desde que llegó a Lambton había oído decir que la señorita Armstrong era extremadamente orgullosa, pero, después de haberla observado unos minutos, se convenció de que sólo era extremadamente tímida. Difícilmente consiguió arrancarle una palabra, a no ser unos cuantos monosílabos. La señorita Armstrong era más alta que Freen y, aunque no tenía más que dieciséis años, su cuerpo estaba ya formado y su aspecto era muy femenino y grácil. No era tan guapa como su hermana, pero su rostro revelaba inteligencia y buen carácter, y sus modales eran sencillísimos y gentiles. Freen, que había temido que fuese una observadora tan aguda y desenvuelta como Armstrong, experimentó un gran alivio al ver lo distinta que era. Poco rato llevaban de conversación, cuando Armstrong le dijo a Freen que Austin vendría también a visitarla, y apenas había tenido tiempo la joven de expresar su satisfacción y prepararse para recibirle cuando oyeron los precipitados pasos de Austin en la escalera, y en seguida entró en la habitación. Toda la indignación de Freen contra ella había desaparecido desde hacía tiempo, pero si todavía le hubiese quedado algún rencor, no habría podido resistirse a la franca cordialidad que Austin le demostró al verla de nuevo. Le preguntó por su familia de manera cariñosa, aunque en general, y se comportó y habló con su acostumbrado buen humor. Los señores Sawaros acogieron a Austin con el mismo interés que Freen. Hacía tiempo que tenían ganas de conocerla. A decir verdad, todos los presentes les inspiraban la más viva curiosidad. Las sospechas que acababan de concebir sobre Armstrong y su sobrina los llevaron a concentrar su atención en ellas examinándolas detenidamente, aunque con disimulo, y muy pronto se dieron cuenta de que al menos una de ellas estaba muy enamorada. Los sentimientos de Freen eran algo dudosos, pero era evidente que Armstrong rebosaba admiración a todas luces. Freen, por su parte, tenía mucho que hacer. Debía adivinar los sentimientos de cada una de sus visitantes y al mismo tiempo tenía que contener los suyos y hacerse agradable a todos. Bien es verdad que lo último, que era lo que más miedo le daba, era lo que con más seguridad podía conseguir, pues las interesadas estaban ya muy predispuestas en su favor.

Austin estaba lista, Emily lo deseaba y Armstrong estaba completamente decidida. Al ver a Austin pensamientos de Freen volaron, como es natural, hacia su hermana, y se dedicó afanosamente a observar si alguno de los pensamientos de aquella iba en la misma dirección. Se hacía ilusiones pensando que hablaba menos que en otras ocasiones, y una o dos veces se complació en la idea de que, al mirarla, Austin trataba de buscar un parecido. Pero, aunque todo eso no fuesen más que fantasías suyas, no podía equivocarse en cuanto a su conducta con la señorita Armstrong, de la que le habían hablado como presunta rival de Engfa. No notó ni una mirada por parte de una ni por parte de la otra que pudiese justificar las esperanzas de la hermana de Austin. En lo referente a este tema se quedó plenamente satisfecha. Antes de que se fueran, todavía notó por dos o tres pequeños detalles que Austin se acordaba de Engfa con ternura y parecía que quería decir algo más y que no se atrevía. En un momento en que los demás conversaban, lo dijo en un tono pesaroso:

Orgullo y prejuicio Freenbecky + EnglotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora