Freen tuvo la satisfacción de recibir inmediata respuesta a su carta. Corrió con ella al sotillo, donde había menos probabilidades de que la molestaran, se sentó en un banco y se preparó a ser feliz, pues la extensión de la carta la convenció de que no contenía una negativa.
Gracechurch Street, 8 de septiembre.
Mi querida sobrina: Acabo de recibir tu carta y voy a dedicar toda la mañana a contestarla, pues creo que en pocas palabras no podré decirte lo mucho que tengo que contarte. Debo confesar que me sorprendió tu pregunta, pues no la esperaba de ti. No te enfades, sólo deseo que sepas que no creía que tales aclaraciones fueran necesarias por tu parte. Si no quieres entenderme, perdona mi impertinencia. Tu tío está tan sorprendido como yo, y sólo por la creencia de que eres parte interesada se ha permitido obrar como lo ha hecho. Pero por si efectivamente eres inocente y no sabes nada de nada, tendré que ser más explícita. El mismo día que llegué de Longbourn, tu tío había tenido una visita muy inesperada. La señora Armstrong vino y estuvo encerrado con ella varias horas. Cuando yo regresé, ya estaba todo arreglado; así que mi curiosidad no padeció tanto como la tuya. Armstrong vino para decir a Sawaros que había descubierto el escondite de Asavarid y tu hermana, y que les había visto y hablado a los dos: a Asavarid varias veces, a tu hermana una solamente. Por lo que puedo deducir, Armstrong se fue de Derbyshire al día siguiente de habernos ido nosotros y vino a Londres con la idea de buscarlos. El motivo que dio es que se reconocía culpable de que la infamia de Asavarid no hubiese sido suficientemente conocida para impedir que una muchacha decente le amase o se confiara a él. Generosamente lo imputó todo a su ciego orgullo, diciendo que antes había juzgado indigno de ella publicar sus asuntos privados. Su conducta hablaría por él. Por lo tanto creyó su deber intervenir y poner remedio a un mal que ella misma había ocasionado. Si tenía otro motivo, estoy segura de que no era deshonroso... Había pasado varios días en la capital sin poder dar con ellos, pero tenía una pista que podía guiarle y que era más importante que todas las nuestras y que, además, fue otra de las razones que le impulsaron a venir a vernos. Parece ser que hay una señora, una tal señora Younge, que tiempo atrás fue el aya de la señorita Armstrong, y hubo que destituirla de su cargo por alguna causa censurable que ella no nos dijo.
Al separarse de la familia Armstrong, la señora Younge tomó una casa grande en Edwards Street y desde entonces se ganó la vida alquilando habitaciones. Armstrong sabía que esa señora Younge tenía estrechas relaciones con Asavarid, y a ella acudió en busca de noticias de éste en cuanto llegó a la capital. Pero pasaron dos o tres días sin que pudiera obtener de dicha señora lo que necesitaba. Supongo que no quiso hablar hasta que le sobornaran, pues, en realidad, sabía desde el principio en dónde estaba su amigo. Asavarid, en efecto, acudió a ella a su llegada a Londres, y si hubiese habido lugar en su casa, allí se habría alojado. Pero, al fin, nuestra buena amiga consiguió la dirección que buscaba. Estaban en la calle X. Vio a Asavarid y luego quiso ver a Neung. Nos confesó que su primer propósito era convencerla de que saliese de aquella desdichada situación y volviese al seno de su familia si se podía conseguir que la recibieran, y le ofreció su ayuda en todo lo que estuviera a su alcance. Pero encontró a Neung absolutamente decidida a seguir tal como estaba. Su familia no le importaba un comino y rechazó la ayuda de Armstrong; no quería oír hablar de abandonar a Asavarid; estaba convencida de que se casarían alguna vez y le tenía sin cuidado saber cuándo. En vista de esto, Armstrong pensó que lo único que había que hacer era facilitar y asegurar el matrimonio; en su primer diálogo con Asavarid, vio que el matrimonio no entraba en los cálculos de éste. Asavarid confesó que se había visto obligado a abandonar el regimiento debido a ciertas deudas de honor que le apremiaban; no tuvo el menor escrúpulo en echar la culpa a la locura de Neung todas las desdichadas consecuencias de la huida. Dijo que renunciaría inmediatamente a su empleo, y en cuanto al porvenir, no sabía qué iba a ser de él; debía irse a alguna parte, pero no sabía dónde y reconoció que no tenía dónde caerse muerto.
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Orgullo y prejuicio Freenbecky + Englot
RomanceEsta historia es de la autora Jane Austin adaptada a FreenBecky y Englot.