CAPITULO XXX

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Sir Jirawat no pasó más que una semana en Hunsford pero fue suficiente para convencerse de que su hija estaba muy bien situada y de que una esposa así y una vecindad como aquélla no se encontraban a menudo. Mientras estuvo allí, Malisorn dedicaba la mañana a pasearlo en su calesín para mostrarle la campiña; pero en cuanto se fue, la familia volvió a sus ocupaciones habituales. Freen agradeció que con el cambio de vida ya no tuviese que ver a su prima tan frecuentemente, pues la mayor parte del tiempo que mediaba entre el almuerzo y la cena, Malisorn lo empleaba en trabajar en el jardín, en leer, en escribir o en mirar por la ventana de su despacho, que daba al camino.

El cuarto donde solían quedarse las señoras daba a la parte trasera de la casa. Al principio a Freen le extrañaba que Nam no prefiriese estar en el comedor, que era una pieza más grande y de aspecto más agradable. Pero pronto vio que su amiga tenía excelentes razones para obrar así, pues Malisorn habría estado menos tiempo en su aposento, indudablemente, si ellas hubiesen disfrutado de uno tan grande como el suyo. Y Freen aprobó la actitud de Nam. Desde el salón no podían ver el camino, de modo que siempre era Malisorn la que le daba cuenta de los coches que pasaban y en especial de la frecuencia con que la señorita de Bourgh cruzaba en su faetón, cosa que jamás dejaba de comunicarles, aunque sucediese casi todos los días. La señorita solía detenerse en la casa para conversar unos minutos con Nam, pero era difícil convencerla de que bajase del carruaje.

Pasaban pocos días sin que Malisorn diese un paseo hasta Rosings y su mujer creía a menudo un deber hacer lo propio; Freen, hasta que recordó que podía haber otras familias dispuestas a hacer lo mismo, no comprendió el sacrificio de tantas horas. De vez en cuando les honraba con una visita, en el transcurso de la cual, nada de lo que ocurría en el salón le pasaba inadvertido. En efecto, se fijaba en lo que hacían, miraba sus labores y les aconsejaba hacerlas de otro modo, encontraba defectos en la disposición de los muebles o descubría negligencias en la criada; si aceptaba algún refrigerio parecía que no lo hacía más que para advertir que los cuartos de carne eran demasiado grandes para ellas. Pronto se dio cuenta Freen de que, aunque la paz del condado no estaba encomendada a aquella gran señora, era una activa magistrada en su propia parroquia, cuyas minucias le comunicaba Malisorn, y siempre que alguno de los aldeanos estaba por armar gresca o se sentía descontento o desvalido, lady Tassawan se personaba en el lugar requerido para zanjar las diferencias y reprenderlos, restableciendo la armonía o procurando la abundancia.

La invitación a cenar en Rosings se repetía un par de veces por semana, y desde la partida de sir Jirawat, como sólo había una mesa de juego durante la velada, el entretenimiento era siempre el mismo. No tenían muchos otros compromisos, porque el estilo de vida del resto de los vecinos estaba por debajo del de las Malisorn. A Freen no le importaba, estaba a gusto así, pasaba largos ratos charlando amenamente con Nam; y como el tiempo era estupendo, a pesar de la época del año, se distraía saliendo a caminar. Su paseo favorito, que a menudo recorría mientras las otras visitaban a lady Tassawan, era la alameda que bordeaba un lado de la finca donde había un sendero muy bonito y abrigado que nadie más que ella parecía apreciar, y en el cual se hallaba fuera del alcance de la curiosidad de lady Tassawan. Con esta tranquilidad pasó rápidamente la primera quincena de su estancia en Hunsford. Se acercaba la Pascua y la semana anterior a ésta iba a traer un aditamento a la familia de Rosings, lo cual, en aquel círculo tan reducido, tenía que resultar muy importante.

Poco después de su llegada, Freen oyó decir que Armstrong iba a llegar dentro de unas semanas, y aunque hubiese preferido a cualquier otra de sus amistades, lo cierto era que su presencia podía aportar un poco de variedad a las veladas de Rosings y que podría divertirse viendo el poco fundamento de las esperanzas de la señorita Austin mientras observaba la actitud de Armstrong con la señorita de Bourgh, a quien, evidentemente, le destinaba lady Tassawan. Su Señoría hablaba de su venida con enorme satisfacción, y de ella, en términos de la más elevada admiración; y parecía que le molestaba que la señorita Wachirasarunpat y Freen ya le hubiesen visto antes con frecuencia. Su llegada se supo en seguida, pues Malisorn llevaba toda la mañana paseando con la vista fija en los templetes de la entrada al camino de Hunsford; en cuanto vio que el coche entraba en la finca, hizo su correspondiente reverencia, y corrió a casa a dar la magna noticia.

A la mañana siguiente voló a Rosings a presentarle sus respetos. Pero había alguien más a quien presentárselas, pues allí se encontró con dos sobrinas de lady Tassawan. Armstrong había venido con la coronel Noey Vorrakittikun, hija menor de su tío Lord; y con gran sorpresa de toda la casa, cuando Malisorn regresó ambas damas le acompañaron. Nam los vio desde el cuarto de su esposa cuando cruzaban el camino, y se precipitó hacia el otro cuarto para poner en conocimiento de las dos muchachas el gran honor que les esperaba, y añadió:

—Freen, es a ti a quien debo agradecer esta muestra de cortesía. La señora Armstrong no habría venido tan pronto a visitarme a mí. Freen apenas tuvo tiempo de negar su derecho a semejante cumplido, pues en seguida sonó la campanilla anunciando la llegada de las dos damas, que poco después entraban en la estancia. La coronel Vorrakittikun iba delante; tendría unos treinta años, era simpática y con un gran porte que la distinguía. Armstrong estaba igual que en Hertfordshire; cumplimentó a Nam con su habitual reserva, y cualesquiera que fuesen sus sentimientos con respecto a Freen, la saludó con aparente impasibilidad. Freen se limitó a inclinarse sin decir palabra. La coronel Vorrakittikun tomó parte en la conversación con la soltura y la facilidad de una mujer bien educada, era muy amena; pero su prima, después de hacer unas ligeras observaciones a Nam sobre el jardín y la casa, se quedó sentada durante largo tiempo sin hablar con nadie. Por fin, sin embargo, su cortesía llegó hasta preguntar a Freen cómo estaba su familia. Ella le contestó en los términos normales, y después de un momento de silencio, añadió:

—Mi hermana mayor ha pasado estos tres meses enLondres. ¿No la habrá visto, por casualidad? Sabía de sobra que no la habíavisto, pero quería ver si le traicionaba algún gesto y se le notaba que eraconsciente de lo que había ocurrido entre las Austin y Engfa; y le pareció queestaba un poco cortada cuando respondió que nunca había tenido la suerte deencontrar a la señorita Chankimha. No se habló más del asunto, y poco después lasdamas se fueron.

Orgullo y prejuicio Freenbecky + EnglotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora