CAPÍTULO XV

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La señora Malisorn no era una mujer tan inteligente, y a las deficiencias de su naturaleza no las había ayudado nada, ni su educación ni su vida social. Pasó la mayor parte de su vida bajo la autoridad de un padre inculto y avaro; y aunque fue a la universidad, sólo permaneció en ella los cursos meramente necesarios y no adquirió ningún conocimiento verdaderamente útil. La sujeción con que le había educado su padre le había dado, en principio, gran humildad a su carácter, pero ahora se veía contrarrestada por una vanidad obtenida gracias a su corta inteligencia, a su vida retirada y a los sentimientos inherentes a una repentina e inesperada prosperidad. Una afortunada casualidad le había colocado bajo el patronato de lady Tassawan de Bourgh, cuando quedó vacante la rectoría de Hunsford, y su respeto al alto rango de la señora y la veneración que le inspiraba por ser su patrona, unidas a un gran concepto de sí misma, a su autoridad de sacerdotisa y a sus derechos de rectora, le habían convertido en una mezcla de orgullo y servilismo, de presunción y modestia. Puesto que ahora ya poseía una buena casa y unos ingresos más que suficientes, Malisorn estaba pensando en casarse. En su reconciliación con la familia de Longbourn, buscaba la posibilidad de realizar su proyecto, pues tenía pensado escoger a una de las hijas, en el caso de que resultasen tan hermosas y agradables como se decía. Éste era su plan de enmienda, o reparación, por heredar las propiedades del padre, plan que le parecía excelente, ya que era legítimo, muy apropiado, a la par que muy generosa y desinteresada por su parte.

Su plan no varió en nada al verlas. El rostro encantador de Engfa le confirmó sus propósitos y corroboró todas sus estrictas nociones sobre la preferencia que debe darse a las hijas mayores; y así, durante la primera velada, se decidió definitivamente por ella. Sin embargo, a la mañana siguiente tuvo que hacer una alteración; pues antes del desayuno, mantuvo una conversación de un cuarto de hora con la señora Chankimha. Empezaron hablando de su casa parroquial, lo que le llevó, naturalmente, a confesar sus esperanzas de que pudiera encontrar en Longbourn a la que había de ser señora de la misma. Entre complacientes sonrisas y generales estímulos, la señora Chankimha le hizo una advertencia sobre Engfa:

«En cuanto a las hijas menores, no era ella quien debía argumentarlo; no podía contestar positivamente, aunque no sabía que nadie les hubiese hecho proposiciones; pero en lo referente a Engfa, debía prevenirle, aunque, al fin y al cabo, era cosa que sólo a ella le incumbía, de que posiblemente no tardaría en comprometerse. 

»Malisorn sólo tenía que sustituir a Engfa por Freen; y, animada por la señora Chankimha, hizo el cambio rápidamente. Freen, que seguía a Engfa en edad y en belleza, fue la nueva candidata. La señora Chankimha se dio por enterada, y confiaba en que pronto tendría dos hijas casadas. La mujer de quien el día antes no quería ni oír hablar, se convirtió de pronto en el objeto de su más alta estimación.

El proyecto de Neung de ir a Meryton seguía en pie. Todas las hermanas, menos Irin, accedieron a ir con ella. La señora Malisorn iba a acompañarlas a petición del señor Chankimha, que tenía ganas de deshacerse de su pariente y tener la biblioteca sólo para él; pues allí le había seguido la señora Malisorn después del desayuno y allí continuaría, aparentemente ocupada con uno de los mayores folios de la colección, aunque, en realidad, hablando sin cesar al señor Chankimha de su casa y de su jardín de Hunsford. Tales cosas le descomponían enormemente. La biblioteca era para él el sitio donde sabía que podía disfrutar de su tiempo libre con tranquilidad. Estaba dispuesto, como le dijo a Freen, a soportar la estupidez y el engreimiento en cualquier otra habitación de la casa, pero en la biblioteca quería verse libre de todo eso. Así es que empleó toda su cortesía en invitar a Malisorn a acompañar a sus hijas en su paseo; y Malisorn, a quien se le daba mucho mejor pasear que leer, vio el cielo abierto. Cerró el libro y se fue. Y entre pomposas e insulsas frases, por su parte, y corteses asentimientos, por la de sus primas, pasó el tiempo hasta llegar a Meryton. Desde entonces, las hermanas menores ya no le prestaron atención. No tenían ojos más que para buscar oficiales por las calles. Y a no ser un sombrero verdaderamente elegante o una muselina realmente nueva, nada podía distraerlas. Pero la atención de todas las damiselas fue al instante acaparada por un joven al que no habían visto antes, que tenía aspecto de ser todo un caballero, y que paseaba con un oficial por el lado opuesto de la calle. El oficial era el señor Denny en persona, cuyo regreso de Londres había venido Neung a averiguar, y que se inclinó para saludarlas al pasar. Todas se quedaron impresionadas con el porte del forastero y se preguntaban quién podría ser. Song y Neung, decididas a indagar, cruzaron la calle con el pretexto de que querían comprar algo en la tienda de enfrente, alcanzando la acera con tanta fortuna que, en ese preciso momento, los dos caballeros, de vuelta, llegaban exactamente al mismo sitio. El señor Denny se dirigió directamente a ellas y les pidió que le permitiesen presentarles a su amigo, el señor Asavarid, que había venido de Londres con él el día anterior, y había tenido la bondad de aceptar un destino en el Cuerpo. Esto ya era el colmo, pues pertenecer al regimiento era lo único que le faltaba para completar su encanto. Su aspecto decía mucho en su favor, era guapo y esbelto, de trato muy afable. Hecha la presentación, el señor Asavarid inició una conversación con mucha soltura, con la más absoluta corrección y sin pretensiones. Aún estaban todos allí de pie charlando agradablemente, cuando un ruido de caballos atrajo su atención y vieron a Armstrong y a Austin que, en sus cabalgaduras, venían calle abajo. Al distinguir a las jóvenes en el grupo, las dos damas fueron hacia ellas y empezaron los saludos de rigor. Austin habló más que nadie y Engfa era el objeto principal de su conversación. En ese momento, dijo, iban de camino a Longbourn para saber cómo se encontraba; Armstrong lo corroboró con una inclinación; y estaba procurando no fijar su mirada en Freen, cuando, de repente, se quedaron paralizados al ver al forastero. A Freen, que vio el semblante de ambos al mirarse, le sorprendió mucho el efecto que les había causado el encuentro. Los dos cambiaron de calor, uno se puso pálido y la otra colorada. Después de una pequeña vacilación, Asavarid se llevó la mano al sombrero, a cuyo saludo se dignó corresponder Armstrong. ¿Qué podría significar aquello? Era imposible imaginarlo, pero era también imposible no sentir una gran curiosidad por saberlo. Un momento después, Austin, que pareció no haberse enterado de lo ocurrido, se despidió y siguió adelante con su amiga. Denny y Asavarid continuaron paseando con las muchachas hasta llegar a la puerta de la casa del señor Theerapong, donde hicieron las correspondientes reverencias y se fueron a pesar de los insistentes ruegos de Neung para que entrasen y a pesar también de que la señora Theerapong abrió la ventana del vestíbulo y se asomó para secundar a voces la invitación. La señora Theerapong siempre se alegraba de ver a sus sobrinas. Las dos mayores fueron especialmente bien recibidas debido a su reciente ausencia. Les expresó su sorpresa por el rápido regreso a casa, del que nada habría sabido, puesto que no volvieron en su propio coche, a no haberse dado la casualidad de encontrarse con el doctor, quien le dijo que ya no tenía que mandar más medicinas a Netherfield porque las señoritas Chankimha se habían ido. Entonces Engfa le presentó a la señora Malisorn a quien dedicó toda su atención. Le acogió con la más exquisita cortesía, a lo que Malisorn correspondió con más finura aún, disculpándose por haberse presentado en su casa sin que ella hubiese sido advertida previamente, aunque ella se sentía orgullosa de que fuese el parentesco con sus sobrinas lo que justificaba dicha intromisión. La señora Theerapong se quedó totalmente abrumada con tal exceso de buena educación. Pero pronto tuvo que dejar de lado a esa forastera, por las exclamaciones y preguntas relativas al otro. La señora Theerapong no podía decir a sus sobrinas más de lo que ya sabían: que el señor Denny lo había traído de Londres y que se iba a quedar en la guarnición del condado con el grado de teniente. Agregó que lo había estado observando mientras paseaba por la calle; y si el señor Asavarid hubiese aparecido entonces, también Song y Neung se habrían acercado a la ventana para contemplarlo, pero por desgracia, en aquellos momentos no pasaban más que unos cuantos oficiales que, comparados con el forastero, resultaban «unos sujetos estúpidos y desagradables». Algunos de estos oficiales iban a cenar al día siguiente con los Theerapong, y la tía les prometió que le diría a su marido que visitase a Asavarid para que lo invitase también a él, si la familia de Longbourn quería venir por la noche. Así lo acordaron, y la señora Theerapong les ofreció jugar a la lotería y tomar después una cena caliente. La perspectiva de semejantes delicias era magnífica, y las chicas se fueron muy contentas. Malisorn volvió a pedir disculpas al salir, y se le aseguró que no eran necesarias. De camino a casa, Freen le contó a Engfa lo sucedido entre Armstrong y Asavarid, y aunque Engfa los habría defendido de haber notado algo raro, en este caso, al igual que su hermana, no podía explicarse tal comportamiento. Malisorn halagó a la señora Chankimha ponderándole los modales y la educación de la señora Theerapong. Aseguró que aparte de lady Tassawan y su hija, nunca había visto una mujer más elegante, pues no sólo le recibió con la más extremada cortesía, sino que, además, le incluyó en la invitación para la próxima velada, a pesar de serle totalmente desconocida. Claro que ya sabía que debía atribuirlo a su parentesco con ellos, pero, no obstante, en su vida había sido tratado con tanta amabilidad.

Orgullo y prejuicio Freenbecky + EnglotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora