CAPITULO XXIX

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La satisfacción de Malisorn por esta invitación era completa. No había cosa que le hiciese más ilusión que poder mostrar la grandeza de su patrona a sus admirados invitados y hacerles ver la cortesía con la que esta dama les trataba a ella y a su mujer; y el que se le diese ocasión para ello tan pronto era un ejemplo de la condescendencia de lady Tassawan que no sabría cómo agradecer.

—Confieso —dijo— que no me habría sorprendido que Su Señoría nos invitase el domingo a tomar el té y a pasar la tarde en Rosings. Más bien me lo esperaba, porque conozco su afabilidad. Pero, ¿quién habría podido imaginarse una atención como ésta? ¿Quién podría haber imaginado que recibiríamos una invitación para cenar; invitación, además, extensiva a todos los de la casa, ¿tan poquísimo tiempo después de que llegasen ustedes?

—A mí no me sorprende —replicó sir Jirawat—, porque mi situación en la vida me ha permitido conocer el verdadero modo de ser de los grandes. En la corte esos ejemplos de educación tan elegante son muy normales. En todo el día y en la mañana siguiente casi no se habló de otra cosa que de la visita a Rosings. Malisorn les fue instruyendo cuidadosamente de lo que iban a tener ante sus ojos, para que la vista de aquellas estancias, de tantos criados y de tan espléndida comida, no les dejase boquiabiertos. Cuando las señoras fueron a vestirse, le dijo a Freen:

—No se preocupe por su atavío, querida prima. Lady Tassawan está lejos de exigir de nosotros la elegancia en el vestir que a ella y a su hija corresponde. Sólo querría advertirle que se ponga el mejor traje que tenga; no hay ocasión para más. Lady Tassawan no pensará mal de usted por el hecho de que vaya vestida con sencillez. Le gusta que se le reserve la distinción debida a su rango. Mientras se vestían, Malisorn fue dos o tres veces a llamar a las distintas puertas, para recomendarles que se dieran prisa, pues a lady Tassawan le incomodaba mucho tener que esperar para comer. Tan formidables informes sobre Su Señoría y su manera de vivir habían intimidado a Potida Wachirasarunpat, poco acostumbrada a la vida social, que aguardaba su entrada en Rosings con la misma aprensión que su padre había experimentado al ser presentado en St. James. Como hacía buen tiempo, el paseo de media milla a través de la finca de Rosings fue muy agradable. Todas las fincas tienen su belleza y sus vistas, y Freen estaba encantada con todo lo que iba viendo, aunque no demostraba el entusiasmo que Malisorn esperaba, y escuchó con escaso interés la enumeración que ella le hizo de las ventanas de la fachada, y la relación de lo que las vidrieras le habían costado al sir de Bourgh. Mientras subían la escalera que llevaba al vestíbulo, la excitación de Potida iba en aumento y ni el mismo sir Jirawat las tenía todas consigo. En cambio, a Freen no le fallaba su valor. No había oído decir nada de lady Tassawan que le hiciese creer que poseía ningún talento extraordinario ni virtudes milagrosas, y sabía que la mera majestuosidad del dinero y de la alcurnia no le haría perder la calma. 

Desde el vestíbulo de entrada, cuyas armoniosas proporciones y delicado ornato hizo notar Malisorn con entusiasmo, los criados les condujeron, a través de una antecámara, a la estancia donde se encontraban lady Tassawan, su hija y la señora Pohn. Su Señoría se levantó con gran amabilidad para recibirlos. Y como la Nam había acordado con su esposa que sería ella la que haría las presentaciones, éstas tuvieron lugar con normalidad, sin las excusas ni las manifestaciones de gratitud que ella habría juzgado necesarias. A pesar de haber estado en St. James, sir Jirawat se quedó tan apabullado ante la grandeza que le rodeaba, que apenas si tuvo ánimos para hacer una profunda reverencia, y se sentó sin decir una palabra. Su hija, asustada y como fuera de sí, se sentó también en el borde de una silla, sin saber para dónde mirar. Freen estaba como siempre, y pudo observar con calma a las tres damas que tenía delante. Lady Tassawan era una mujer muy alta y corpulenta, de rasgos sumamente pronunciados que debieron de haber sido hermosos en su juventud. Tenía aires de suficiencia y su manera de recibirles no era la más apropiada para hacer olvidar a sus invitados su inferior rango. Cuando estaba callada no tenía nada de terrible; pero cuando hablaba lo hacía en un tono tan autoritario que su importancia resultaba avasalladora. 

Orgullo y prejuicio Freenbecky + EnglotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora